El otro día, hablando
con una persona amiga sobre política, sociedad y otros temas, me reveló que siempre vota en blanco, y me explicó sus razones. Me parecieron muy serias
y coherentes, tanto que las comparto con vosotros. Podemos no estar de acuerdo en todo, pero son puntos interesantes.
Voto porque creo en la democracia y quiero ejercer mi
derecho. Voto porque creo en la responsabilidad de los ciudadanos. Voto porque
quiero creer en la política como servicio. Voto porque me siento responsable
ante mis convecinos y la sociedad en la que vivo.
Pero voto en blanco.
Voto en blanco porque ningún partido que conozco responde a
mis valores, intereses y expectativas.
Voto en blanco porque los partidos han convertido el
servicio al país en servicio a sus propios intereses y bolsillos.
Voto en blanco porque la política partidista está partiendo
la sociedad, generando odio y división, mientras que los ciudadanos todavía queremos
creer en la diversidad y en la tolerancia.
Voto en blanco porque aún no he oído a ningún candidato que
se limite a defender su programa, en vez de atacar a su adversario y convertir
este ataque en parte de su campaña.
Voto en blanco porque los partidos se han convertido en un
sistema feudal que, lejos de servir a la ciudadanía, se está enriqueciendo con
el esfuerzo y el dinero que aportamos todos.
Voto en blanco porque aún no sé de ningún partido que
priorice a la persona por encima del interés del grupo —su grupo— y su
permanencia en el poder.
Voto en blanco porque los partidos son dogmáticos con sus
ideas y dan la espalda a la realidad.
Voto en blanco porque los partidos defienden ideologías
teóricas y sesgadas, pero no atienden a los problemas reales de los ciudadanos.
Voto en blanco porque quiero votar, ¡creo en la democracia!,
pero no veo a ningún partido con la nobleza suficiente, la transparencia y la
falta de corrupción necesarias para poder gobernar un país o una ciudad.
Votaré a un partido cuando…
Sus candidatos defiendan sus programas y no utilicen el
ataque del adversario como bandera de su campaña.
Sus candidatos demuestren experiencia trabajando,
gestionando empresas, ocupando cargos de responsabilidad o viviendo de su
propio trabajo, y no de la política.
Sus candidatos piensen en el bien de toda la sociedad, y no
sólo de sus partidarios, “clientes” o afiliados.
Sus candidatos no confundan la lealtad al estado con la
adhesión a su partido.
Su programa defienda a la persona por delante de las ideas.
Su programa priorice a las personas más vulnerables: niños,
ancianos, enfermos, mujeres solas, personas con discapacidad, personas
maltratadas, pobres, inmigrantes, sin techo y sin papeles, y también los no
nacidos; y lo haga no con demagogia, sino con medidas eficientes.
Proponga y aplique medidas que fomenten la libertad y el
emprendimiento: un partido que esté con los autónomos, de verdad y no sólo de
palabra, y con los artistas, inventores y creativos.
Haga una propuesta de fiscalidad justa y no asfixiante con
la ciudadanía.
No utilice las leyes para imponer su cosmovisión e ideología
—pensamiento único—.
Respete profundamente todas
las opciones filosóficas, religiosas, educativas y morales, sin excepción y sin
censurar a los que no piensan como ellos.
Respete la libertad de conciencia y la privacidad de toda
persona.
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