domingo, agosto 28, 2005

La auténtica solidaridad

Una sociedad responsable

El boom de las ONG refleja una sociedad madura y responsable. Esta ha descubierto que la responsabilidad civil es un imperativo ético que afecta a todos: mejorar la vida de los que se quedan en el arcén de la sociedad. El crecimiento del tejido asociativo es cada vez mayor, y también son mayores sus retos. Un modelo social sin valores y basado en la desigualdad genera cada vez más lagunas que dificultan la necesaria estabilidad de la sociedad. Las ONG existen porque se dan unos valores que las empujan a trabajar por una sociedad más justa y solidaria.

Los valores generan actitudes y éstas, acciones. Estas acciones deben ser siempre revisadas y sacar consecuencias.

Las ciencias y la tecnología avanzan a pasos agigantados. Por un lado, las empresas asumen estos avances, generando más recursos. Por otro, paradójicamente, vemos cómo la pobreza no deja de crecer alrededor nuestro. En Catalunya, considerada una de las zonas más prósperas de Europa, vive un millón de pobres. Es decir, cada vez se da un incremento del abismo entre los ricos y los pobres, generándose un modelo social asimétrico.

A lo largo de la historia, siempre ha emergido una respuesta solidaria ante las desigualdades. Una de las exigencias de las ONG es actuar como revulsivo e interpelar a los políticos y a los empresarios. Junto con sociólogos y teólogos, las organizaciones humanitarias deben buscar respuestas para ayudar a remediar el desequilibrio social.

Desafíos de las ONG

Cada vez más, las ONG se enfrentan con mayor crudeza a estos cambios. Deben aprender a asumir ciertos retos. Estos exigen cambiar de actitud y de mentalidad e incorporar en su gestión nuevas metodologías que respondan realmente a los problemas y necesidades de la gente. Precisamente por estar atendiendo a personas, y no sólo a colectivos abstractos, las ONG deben afrontar tres desafíos. El primero es un cambio de mentalidad, con lo que esto implica de abandonar un cierto modo de actuar. Otro es la necesidad de ser realistas con el entorno, sabiendo detectar las verdaderas necesidades. Y otra actitud clave es la humildad, es decir, que una determinada ONG no va poder a resolverlo todo.

Toda ciencia será poca para contribuir a la felicidad de una persona con carencias. Incorporar elementos del mundo de la empresa se hace cada vez más necesario en la gestión de una organización solidaria: planificar, plantearse objetivos, organizar, revisar y nunca desviarse de su misión. Tampoco puede perder el norte ni sus principios. Las ONG han de dejar de ser puritanas y atreverse a utilizar las herramientas de las ciencias empresariales. Pero sin perder nunca el horizonte humanista y solidario.

En la vida de toda ONG es necesario revisar regularmente su misión y sus planteos, así como la coherencia y los valores de sus líderes y colaboradores. Es preciso replantearse actitudes que quizás responden a intereses individualistas o marcados por la moda o la cultura. También conviene dilucidar las verdaderas motivaciones del equipo humano, pues puede darse el caso de personas que, más allá de ofrecer un servicio, generan nuevos conflictos a su alrededor, al trasladar un problema personal al ámbito de la solidaridad.

¿Cómo medir la auténtica solidaridad?

Sin pretender ser exhaustivos ni rigurosos, hay varios indicadores que señalan dónde está la solidaridad genuina, limpia de intereses y de proyecciones personales. El primero tal vez es el desprendimiento. La persona solidaria trabaja y da de sí sin esperar recompensa. El segundo es la aceptación. No intentar cambiar a las demás personas, manteniendo un profundo respeto hacia ellas. Sí desea mejorar sus vidas, pero nunca sin contar con su libertad y su voluntad. Otro aspecto es la constancia. El auténtico solidario no se rinde ni se desanima jamás, aunque en algunos momentos parezca fracasar. Su motivación es tan fuerte que no decae. Otra característica es la humildad: reconoce que puede hacer las cosas mejor y está dispuesto a aprender. Finalmente, en la persona que vive la solidaridad como parte de su ser se da una actitud vital positiva y de sana alegría. En la persona solidaria hay esperanza y fe, al menos, fe en la humanidad.

domingo, agosto 14, 2005

El problema del hambre, responsabilidad de todos

La prensa y los medios insisten mucho en la problemática del hambre. Hoy día, dos tercios de la población de nuestro planeta sufren hambre. La pobreza azota el mundo. No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribución de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría paliar. Ante el dolor del mundo, hemos de ser sintónicos y expresar nuestra solidaridad en gestos palpables. Millones de personas mueren de hambre. Si sentimos, agradecidos, que Dios nos lo ha dado todo –el pan, la familia, el trabajo, los amigos, la fe... –no podremos permitir que a alguien a nuestro lado le falte el pan.

Pero la solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o de desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto multiplicador.

Si sumáramos la pequeña generosidad de todos los seres humanos, podríamos aliviar mucho la lacra del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.

Hambre de Dios

Pero no sólo hay hambre de pan. En el mundo hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia... Mientras el hombre no tenga clara una referencia moral y religiosa, mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza.

Cuánta gente busca saciar su hambre y llenar su corazón, su alma, el vacío interior que siente por dentro. La gente busca sentido a sus vidas. Tiene hambre de Dios, deseos de felicidad, de encontrar un norte en su existencia. Al igual que hizo Jesús, el ministerio de la Iglesia consiste especialmente en esto: predicar y curar a los enfermos. La Iglesia debe estar cerca de los que sufren, fiel al carisma sanador de Jesús.

Sólo Dios puede saciar el hambre profundo del corazón humano. Uno de los apostolados cristianos y la primera obra de misericordia es dar de comer al hambriento. Pero no basta nuestra generosidad humana para mejorar el mundo. Sin Dios poco podremos hacer. Además de nuestro esfuerzo, es preciso rezar y bendecir. Bendecir –decir bien –es intrínseco del ser cristiano. Hemos de saber bendecir todo aquello que tenemos, pero también a las personas, incluso al enemigo. Maldecir congela el corazón humano. Bendecir al enemigo quizás un día lo convierta en amigo y transforme su duro corazón en un corazón generoso y lleno de bondad.

La oración nos alimenta del amor de Dios. Fortalecidos en ella, podemos correr a alimentar a otros.

sábado, agosto 06, 2005

Teología del gozo

Una visión sesgada del ser humano

Por mucho que la prensa y diversos medios de comunicación se obstinen en resaltar el egoísmo y la dimensión animal del hombre, hasta llegar a jactarse de ello, nunca impedirán que desaparezca la bondad connatural del ser humano. Hoy se da un cierto periodismo que está convirtiendo sus noticias en una crónica de sucesos. Es un periodismo grosero y parcial, que busca señalar constantemente la maldad y la vertiente más mezquina del ser humano.

Los medios de comunicación olvidan que los sucesos que narran son excepcionales y aislados y no responden a las actitudes más básicas y comunes del hombre. Es simplemente la prensa la que altera la noticia y hace más vil al ser humano. Considero que a veces sus criterios son manipuladores y perversos y esconden unos confusos intereses económicos para lograr una mayor audiencia al precio que sea. Los sociólogos hablan de la cultura kitsch para referirse a este gusto por lo ordinario, lo soez y lo que está de moda en un momento dado.

Hay una tendencia social tanto a nivel político como periodístico e incluso filosófico que pretende arrebatar al hombre lo que le es intrínseco como persona, que es el deseo firme de anhelar la felicidad y la alegría. Estas actitudes también son connaturales a él, como lo son el egoísmo y el sufrimiento.

Pero es evidente que dependiendo de nuestra propia concepción antropológica podremos resaltar una tendencia u otra. Algunas concepciones filosóficas caen en una visión del hombre como un ser vacío de sentido, es decir, llevan al nihilismo como una actitud fundamental ante la vida, o una angustia existencial sartreana. Este modo de entender al hombre responde a una actitud que no concibe la vida como un don. Por tanto, nada tiene sentido y caemos en el absurdo.

La visión trascendental: el hombre tiende al gozo

En cambio, una visión antropológica desde una dimensión trascendental nos lleva a descubrir el enorme potencial de su corazón. Nos estamos refiriendo a la antropología cristiana. Podemos afirmar que la capacidad de entrega y la generosidad del ser humano muchas veces no tienen límites. Nos referimos profundamente a la dimensión humana y espiritual. Afirmo con toda rotundidad que el hombre es un ser nacido y llamado a vivir con una actitud insaciable de gozo y felicidad. Sólo cuando niega este valor y vive lo contrario, el egoísmo, la envidia y la tristeza lo invaden.

Tener la certeza de que somos inmensamente amados por Dios es la fuente de nuestro auténtico gozo existencial. Cuando el ser humano es capaz de creer en si mismo y de salir más allá de su realidad, de su corazón surgirán torrentes de alegría, porque el Dios de los cristianos es la felicidad suprema, el amor supremo. Toda criatura suya nace con esta inquietud trascendental, el deseo de felicidad en mayúscula. El hombre tiene dentro algo que le hace crecer, madurar y amar. Sin el amor pierde el horizonte de su vida, cae en el abismo y en el sinsentido.

Partiendo de esta concepción cristiana el hombre está llamado a buscar la felicidad eterna. ¿Dónde está el fundamento de la teología del gozo? El hombre debe pasar de la alegría psicológica y humana a la alegría óntica y espiritual, ese deseo que está impreso en sus entrañas, y también en las de Dios. El hombre surca las inmensidades del cielo en busca de lo que realmente le hace feliz. La revelación cristiana parte del gran acontecimiento pascual: Cristo ha resucitado y es nuestra mayor alegría. En el santoral cristiano aparece una santa excepcional: Santa Gertrudis la Magna, que nos habla de los gozos del Señor.

La eucaristía, como lugar de encuentro donde se comparte el gozo de existir y de sentirse amado, es el motor de nuestra plenitud humana y cristiana. No se puede ser feliz de forma aislada, sin abrirse a la realidad de las otras personas. Cuando decidimos buscar a los demás y hacerlos felices, es cuando tendremos un gozo que nada ni nadie nos puede quitar.