domingo, diciembre 25, 2005

El sentido de la Navidad

Celebramos una hermosísima fiesta. Celebramos el nacimiento del amor, de la ternura. Hablamos de nacimiento, y un nacimiento siempre evoca la vida. Empieza la vida de Dios en la tierra, entre los hombres. Lo trascendente se hace cercano, material, inmanente. Dios se hace cercano al hombre naciendo bebé, cálido y tierno. Nace algo nuevo que va a cambiar la vida de la humanidad.

Estamos hablando de la vida de Dios. Si el nacimiento de una vida normal produce una gran alegría después de un tiempo de espera y de expectación, durante nueve meses, ¿cómo no va a causarnos una enorme alegría que la vida de Dios entre a formar parte de la humanidad? Dios amor se hace presente en la historia para siempre.

En esta noche, que para los cristianos es la noche mas clara, Dios nace en la cueva de nuestro corazón. Este es el sentido último y trascendente de la Navidad. No sólo recordamos el momento histórico del nacimiento de Jesús de Nazaret, sino algo muy importante: Dios se hace hombre y vuelve a nacer en cada cristiano.

Volvámonos como los niños, miremos con inocencia. A veces los adultos estamos tan saturados, tan doloridos por la historia y los sufrimientos... Jesús, ya adulto, dice: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos. ¡Qué importante es esta exhortación! Nos llama a renacer de nuevo, dejando rebrotar en nosotros la bondad y el amor de Dios. Esto es la Navidad: el nacimiento del amor de Dios dentro de cada uno de nosotros.

La grandeza de hacerse pequeño
Si Dios por amor se encarna, se hace humilde y pequeño, ¿no será la humildad lo único que puede mover al mundo? La prepotencia, el odio, el egoísmo y el poder están matando. Los cristianos de nuestro tiempo hemos de revolucionar nuestro mundo con amor, apeándonos del orgullo que nos aleja de los demás.¿Qué es lo que empieza una nueva historia? El volver a mirar las cosas de otra manera, con perdón, con reconciliación, con respeto al otro, con concordia... Esta es la carga teológica de la fiesta de la Navidad.

Si queremos imitar a Dios, no hemos de pretender ser grandes como los personajes célebres de la historia, sino pequeños, humildes, sencillos. Aquí está la gran revolución. No son las armas, ni el poder, ni la violencia, ni la riqueza lo que cambiará el mundo, sino todo lo contrario: la humildad, la sencillez y la alegría.

La alegría es la clave
La alegría es la gran clave. Esta es la gran revolución de nuestro mundo. Creamos en el amor. Sacudamos nuestra vida, tantas veces apática. Dios ha nacido y nosotros estamos llamados a renacer a la vida de Dios.

La Navidad es una invitación a revivir la humildad de Belén. Como los pastores, hoy recibimos la gran noticia de un Dios que es amor y se hace niño para iluminar nuestras vidas y tornar nuestro sufrimiento en profunda alegría.

Dios puede cambiar nuestra vida. Nuestro corazón necesita purificarse, crecer, trascender. Nos hará más cálidos, más santos, educados, atentos, delicados con los demás. Si el Hijo de Dios tuvo la potestad y la fuerza para cambiar la historia, ¡cómo no va a transformar nuestra pequeña historia personal, nuestra sencilla vida! El hará de nuestra existencia un canto constante de profunda gratitud. Esta noche, como los pastores, hemos de cantar con gozo. También nosotros somos receptores, no de una noticia de hace 2000 años, sino de un acontecimiento que se hace real hoy.

Dios se hace persona
En la Navidad celebramos que Dios se hace persona. Todos tenemos una semilla de Dios en nuestro corazón. Nuestro ser está empapado de Dios.

Dejemos surgir todo el torrente de bondad que tenemos en nuestro interior. Apartemos todo aquello que nos aleje de los demás, recelos, envidias, egoísmos, todo lo que nos lanza a la oscuridad del sin sentido. Seamos capaces de instalarnos en la caridad y en el amor. Entonces vendrá a nosotros una enorme alegría inagotable, incluso en medio de los sufrimientos más grandes. Dios vive en nosotros.

domingo, diciembre 04, 2005

Leyes y religión

Frivolizar la ley

Ante la agitada crispación del escenario político, uno se pregunta: en la carrera hacia el poder, ¿vale todo? Los políticos, ansiosos por ganar, utilizan todas sus armas para llegar al poder y mantenerse en él al precio que sea. Desde un punto de vista sociológico comienza a ser grave la fragmentación social que esto produce. Las discusiones estériles pueden llegar a provocar una inestabilidad en los diferentes sectores sociales, desorientándolos por falta de un discurso intelectual coherente.

Sociólogos e historiadores manifiestan con sorpresa la hiperactividad en la actividad legisladora de los políticos. Muchos nos preguntamos: ¿qué está ocurriendo? ¿No están los políticos frivolizando, jugando a hacer leyes, como un niño juega a hacer castillos de arena en la playa? ¿Han descubierto un nuevo filón para mantenerse en el poder? ¿Se trata de legislar por legislar? ¿Tan baja autoestima tiene la sociedad que necesita normativizarlo todo? ¿O es que no creen en la capacidad madura y adulta de la sociedad de autorregularse a partir de valores éticos? ¿Tienen miedo los políticos a la sociedad civil estructurada, a la libertad de sus ciudadanos, a sus creencias religiosas?

No se puede legislar como aquel que juega un partido de fútbol. Caer en la ambigüedad de la ley y utilizarla en función de unos intereses es matar la libertad, que tanto predican. Utilizar el talismán de la libertad al servicio de una retórica vacía es un sin sentido para mantenerse en el poder y engañar al ciudadano. El mal uso del concepto libertad pone al descubierto la mediocridad de la clase política y la palpable embriaguez que se deduce de sus acciones. La sociedad no es un parvulario ni los ciudadanos párvulos que necesitan nuevos mandamientos para ser dirigidos. La sociedad está formada por personas libres y responsables. Las palabras democracia y libertad son las más utilizadas, pero también las más manchadas. Percibo en la clase política un grave problema de identidad psicológica que le impide gobernar correctamente.

Política y religión

Quitar la religión de las escuelas, ¿es buena idea? ¿No están convirtiendo en una religión la política, cuando tanto la critican? Por lo que estamos viendo, la clase política se enfrenta a una parte de la sociedad que piensa y que tiene una sólida formación religiosa con un discurso filosófico bien estructurado.

Ellos van de nuevos Mesías. Querer quitar la religión es una equivocación que revela la tremenda inseguridad de los políticos y su enorme desconocimiento filosófico y científico del hecho religioso. Arrancar la religiosidad de la estructura esencial del hombre muestra una gran ignorancia antropológica y una falta de rigurosidad histórica y científica. El fenómeno religioso no se puede erradicar de las mismas entrañas del ser humano. La religión ha marcado la concepción de nuestra cultura occidental y los valores que la estructuran, y esto no se puede negar.

domingo, noviembre 20, 2005

Etica y comunicación


Detrás de los grandes medios

Sin duda alguna, detrás de los grandes medios de comunicación subyacen posturas ideológicas que favorecen diversos intereses políticos y económicos.

Desde un punto de vista objetivo y científico, deberían analizarse y cuestionarse los fines que persiguen algunos mass media, que, en principio, deberían estar al servicio de la sociedad. Dado que los medios de comunicación están inmersos en un profundo laberinto de intereses pactados con el poder, deberíamos apelar a una conducta ética que marque los límites de la información, sin subjetivismos a priori.

Se trata de ir más allá de cuestionar la veracidad y la objetividad de los medios, que tienen en sus manos un arma poderosa que puede incidir brutalmente en la conciencia social y personal. La información se ha convertido en fuente de luchas ideológicas que, muy a menudo, sólo contribuyen al malestar y al desconcierto de la sociedad.


Urge un código ético para los mass media

Por tanto, de manera urgente y sin vacilaciones, es preciso que los medios se hagan un nuevo planteamiento ético y profesional. Se hace necesaria una regulación que contribuya a que los medios sean fieles a su misión específica. Considero que debería elaborarse un código de normas éticas que actúen como parámetro de conducta y que sean asumidas libremente.

El mundo de las comunicaciones está cambiando vertiginosamente, y las telecomunicaciones virtuales, con su inmediatez y extensión global, provocan, frecuentemente, situaciones de confusión. Para salir de esta situación caótica, hemos de apelar rotundamente a la credibilidad y a la responsabilidad.

De este planteamiento ético emergerán actitudes que deben favorecer una relación más fluida entre los medios y la sociedad, y que garanticen el derecho de los ciudadanos a una prensa y unos medios libres, plurales y críticos.

Tampoco debe olvidarse la rigurosidad, la honestidad, la veracidad, y no confundir hechos con opiniones. Todo ello, unido al respeto y al derecho a la intimidad de las personas, debería conformar los valores fundamentales de la prensa y los grandes medios de comunicación.

domingo, noviembre 06, 2005

La lucha contra la marginación

Se han realizado muchos estudios sobre el grave problema de la marginación social, que se define como una situación de pobreza permanente con pocas posibilidades de solución y de obtener los recursos necesarios para conseguir un mínimo de dignidad en la vida de las personas. El desnivel de los medios para llegar a ese mínimo bienestar social es enorme en muchos lugares. Miles de personas sufren las consecuencias inevitables de la marginación, producida, entre otras causas, por una falta de infraestructura social y cultural.

Muchas personas viven en la pobreza, la miseria o la marginación. Entran en la terrible espiral de calamidades a las que se suman las enfermedades de los más débiles, las muertes masivas de niños y también de los adultos.

No pretendo pintar un cuadro apocalíptico sobre la fatalidad de unos sectores humanos comparándolos con otros más afortunados. Pese a las dificultades y obstáculos, creo que vale la pena luchar con todas las fuerzas para romper ese círculo vicioso de situaciones alarmantes.

Surgen muchas preguntas desde el punto de vista ético y social: ¿Cómo hacer frente al problema de la marginación? El sentido de la solidaridad entre las personas, ¿es real o ficticio? ¿Responden los desniveles sociales a intereses de grupos políticos o económicos? Nuestro mundo parece tolerar muchas diferencias económicas y sociales y no parece querer comprometerse con soluciones realmente válidas.

¿Quién maneja los hilos que mueven a los hombres? ¿Por qué y para qué? ¿Qué intereses se ocultan tras la persistencia de situaciones de miseria tan flagrantes? ¿Por qué no se pueden compartir determinados porcentajes de riqueza con tantas personas necesitadas como hay, sin intereses que asfixien?

Nuevas formas de solidaridad

Ante estas cuestiones sobre el magno problema social, político y cultural de la marginación, la sociedad civil ha abierto nuevas perspectivas, lanzando iniciativas sociales que intentan combatir o paliar la marginación. Como respuesta a este reto social constatamos un número cada vez mayor de hermosas iniciativas privadas. Son pasos importantes hacia la sensibilización de la sociedad para dar respuesta a las realidades de marginación que padece gran parte del planeta. El mundo político está comenzando a comprenderlo así en muchos lugares, y se tendrá que convencer de que la terrible marginación que sufren muchas personas puede ser superada con nuevas formas de solidaridad organizada.

Estas formas de solidaridad pasan por un trabajo codo a codo con las mismas personas que intentan salir de la exclusión, por una intensa labor educativa y por un progresivo cambio de mentalidad en la sociedad. Está en nuestras manos creer en el potencial de las personas y trabajar por ello.

domingo, octubre 30, 2005

El valor de la confianza


La confianza es el fundamento de toda relación humana. Nadie puede caminar junto al otro sin tener la certeza de que puede confiar en él. Sin confianza es imposible avanzar y crecer.

Cuando hablamos de confianza hablamos de transparencia. Para confiar en otra persona hace falta primero tener un conocimiento. Cuanto más se conoce, más confianza hay en una relación. Donde hay confianza se da una comunicación bonita y enriquecedora. En las relaciones es muy importante cuidar mucho la confianza. Ésta siempre se tiene que basar en la libertad.

La confianza es necesaria especialmente en los matrimonios, en las familias y en las amistades sinceras. Muchos conflictos que se dan hoy entre padres e hijos son porque quizás muchos padres no han sido merecedores de la confianza de sus hijos y han perdido su credibilidad ante ellos. Entre muchos jóvenes, que hablan a menudo de sus vivencias, debe alcanzarse ese grado de madurez para evitar que la confianza sea traicionada por sus compañeros. Por desgracia, muchas veces se ha traicionado la confianza de alguien. Esto es muy grave porque quien ha sido defraudado tiende a desconfiar y se encierra en sí mismo. Por esto hemos de aprender a confiar en los demás y, al mismo tiempo, ser merecedores de confianza.

La confianza señala la intensidad del vínculo entre dos personas. La verdadera confianza existe cuando hay madurez en las relaciones humanas. Implica estabilidad, respeto, amor. Todos necesitamos que alguien confíe en nosotros. Quien confía en otra persona la hace crecer y contribuye a su felicidad.

La confianza, desde un punto de vista cristiano, se fundamenta en el amor. Jesús amó tanto al mundo que fue capaz de dar la vida por nosotros. Dios confía en nosotros plenamente porque nos ama totalmente.

domingo, octubre 16, 2005

La persona por encima de las ideas


Libertad de expresión y respeto a las diferencias

Asistimos a una permanente sucesión de debates y discusiones de trasfondo ideológico. Las disputas sobre temas políticos, religiosos y culturales invaden los medios de comunicación y también nuestras vidas. Se defiende la diversidad y la tolerancia ante la pluralidad de opiniones y de ideas. Pero, en cambio, falta una cultura del diálogo. No basta con tolerar la diferencia. Es necesario integrarla y llegar a dialogar con ella, sin tener miedo a nada y sin atacar ni pisotear al otro por el hecho de pensar diferente.

No porque piensen distinto las personas tienen por qué estar contra nosotros. En un clima de exasperación social, toda diferencia se acaba convirtiendo en un conflicto y, a veces, en abiertas peleas. Lo vemos claramente en el mundo político. Se habla de participación, de diálogo, de integración. Pero, en realidad, lo que vemos es una muestra de violencia verbal y una continua exhibición de guerras ideológicas, muchas veces alejadas de la realidad y de los grandes temas que preocupan a los ciudadanos.


El fundamentalismo ideológico

Las ideas nunca deberían dividir y alejar a las personas. La libertad de pensamiento y de expresión acabará muy empobrecida si sólo se queda en palabras y, en la práctica, se convierte en un ataque contra los que piensan de diferente modo. Nos asustamos del fundamentalismo religioso, pero existe otro fundamentalismo, tan o más dañino, en las arenas mediáticas y en los debates parlamentarios. Se trata del fundamentalismo ideológico, que, además de seguir estrictas disciplinas de partido, propias de sistemas totalitarios, ataca sin piedad y no respeta las ideas contrarias o divergentes. ¿De qué sirve hablar de libertad de expresión si no respetan mi opinión y mi manera de pensar? ¿De qué sirve hablar de diálogo si éste se convierte en un intercambio de insultos y de invectivas?

Hablamos de fortalecer la calidad democrática y somos incapaces de respetar al que piensa diferente. Si todas las propuestas son legítimas y democráticas, ¿por qué tantas disputas?


La persona como valor supremo

Hay algo más importante que las ideas: el valor y la dignidad de la persona. Independientemente de sus ideas, toda persona merece respeto y merecer ser escuchada. Al menos por educación, de la cual nuestros políticos a veces parecen carecer en absoluto. Y, después, por ética y por convicción democrática.

Si todos –partidos políticos, sociedad, organizaciones, etc. –queremos llegar a lo mismo, es decir, al bienestar de la persona y de la comunidad humana, ¿por qué cuesta tanto ser amigos y trabajar juntos para conseguirlo? ¿Tanto pesan las ideas? ¿O es que detrás de esas discusiones se esconde un deseo enfermizo de poder y de abatir al adversario a toda costa? El bienestar social no tiene color político. Tampoco lo debe tener la educación, la sanidad, la seguridad, el empleo y otros muchos temas. En el momento en que un asunto de interés público adquiere un tinte ideológico, está siendo prostituido y utilizado por conveniencias personales y partidistas, como hemos visto que ocurre en el caso de la lucha contra el terrorismo o en las famosas leyes sobre la educación. Se olvida el interés general por las ambiciones personales o de un grupo concreto.

¿Dónde encontrar una posible solución? Hay que estar dispuesto a ceder dentro de unos límites. Sin temor a perder la propia identidad, hay que saber valorar hasta qué punto sostener unas ideas nos aleja de los demás o nos acerca a ellos para poder cooperar. En el momento en que defender una causa implica disputas, rupturas u ocasionar daños a las mismas personas a las que queremos beneficiar, todo esfuerzo será contraproducente. En ocasiones, por un bien mayor, conviene renunciar a bienes menores.

Habrá calidad democrática si hay calidad de diálogo. El político debe ser un doctor en el arte de escuchar. Y, en la medida de lo posible, debe buscar la unidad. No la uniformidad, pero sí el acuerdo.

Las personas son mil veces más importantes que las ideas. Las ideas son entelequias. La persona es una realidad, viva. Si en el horizonte de nuestra política y de nuestros ideales no está la persona, no estaremos contribuyendo a una democracia sólida y madura

domingo, octubre 09, 2005

El silencio de los ancianos

Hallar sentido en el silencio

La capacidad del hombre de admirar la vida y crear distancia en todo cuanto le rodea es el paso cualitativo de su adultez humana. El silencio contemplativo es una premisa necesaria para interiorizar las experiencias del ser humano ante la vida.

Este silencio es una nueva forma de comunicación con los demás, con la naturaleza y con el Ser Infinito. Nos enseña a dar la justa dimensión a las cosas, a vivir la vida desde una perspectiva madura. Nos ayuda a dar un sentido pleno a nuestra realidad. Cuando el anciano, en su larga y azarosa vida, ha llegado a asumir el silencio como un aspecto enriquecedor, alcanza la plenitud de su madurez, tanto psíquica como moral y espiritual. Ese silencio es un gran tesoro que vive con gozo, fuente de gran riqueza: es un caudal abundante de agua contenida en el depósito de su existencia, vivida con profunda intensidad.

Alcanzar la madurez humana

La ancianidad es una etapa de la vida en la que tenemos la oportunidad de cultivar el silencio como realidad plena. Desde esta experiencia, el anciano se da cuenta de que está en una nueva etapa creadora y libre, aceptando y asumiendo su realidad tal como es, es decir: que nace y muere. Acepta con gozo su limitación y, como consecuencia, es consciente de la grandeza del existir, de tal manera que sólo aceptando la muerte es capaz de entender la alegría de vivir.

Vivir su existencia con realismo le da una gran paz, llena de ilusión y de actividad, de voluntad de crear felicidad a su alrededor y de promover un espíritu de servicio a los demás. Este es el anciano armónico: el que aumenta progresivamente su dimensión contemplativa y reflexiva. Podríamos decir de los abuelos que, después de tantos años vividos en la escuela de la vida, llegan a doctorarse en silencio. Hemos de aprender a vivir como seres ancianos en potencia.

El anciano maduro es consciente de que el ser humano es creado desde el silencio del cosmos, desde el misterio de unas entrañas en las que palpita el amor... En definitiva, desde el silencio de Dios. Este silencio está empapado de afecto y de gozo, ya que dentro del corazón de Dios siempre hay fiesta. El silencio ayuda a entrar en la órbita del misterio. Regresar al misterio del silencio es retornar a las mismas entrañas de Dios. El silencio de Dios es música que palpita al ritmo de su amor. El abuelo ya comienza a oír, desde lejos, esta música plácida que compone la melodía de Dios.

Hemos de aprender del silencio contemplativo de los abuelos. Sólo desde este silencio una persona madura puede responder a las inquietudes de nuestro mundo, tan invadido por ruidos que inhiben su capacidad de discernimiento. La sociedad debe saber contemplar en su horizonte el alba suave del silencio que ayuda al reencuentro con uno mismo. Los ancianos son vencedores del tiempo y de la historia porque han sabido llegar a la franja del misterio y, ahora, desde su silencio, saben contemplarla.

sábado, septiembre 24, 2005

Retar a los políticos

La dignidad del político

La actividad política en un país es muy necesaria. Bien ejercida, la considero digna y loable por su componente de entrega y de servicio a la ciudadanía. Analógicamente, la comparo al ejercicio del sacerdocio por su alta dosis de generosidad y sacrificio. Creo profundamente en ella si está realmente al servicio de los demás. Ojalá la sociedad recupere la esperanza en los políticos. La labor política, para ser auténtica y convertirse en una vocación, ha de partir de principios éticos. Hemos de recuperar el entusiasmo por dicha vocación.

Pero, cada mañana, cuando leo los periódicos y algunas noches, cuando sigo los debates que afectan al equilibrio social, me surgen las dudas. Me pregunto: realmente, ¿los políticos son conscientes de lo que supone hacer política? Y si no es así, ¿por qué se dedican a ello? Teóricamente, sobre el papel todo queda muy claro, están al servicio del ciudadano. Pero su vida y sus inquietudes van por otro lado. ¿Cómo tienen la osadía de dedicarse a tal oficio si entre sus intereses y lo que ocurre en la sociedad hay un profundo abismo? Muchas veces me pregunto si han perdido el norte. Constatamos una profunda crisis, no tanto de la política en si, como de los políticos. Cada vez se da un mayor distanciamiento entre la sociedad y el mundo político. Nuestros representantes están cada vez más lejos de las necesidades reales de los ciudadanos.

Estamos afrontando una perversión gravísima de la política, que se produce cuando ésta se ideologiza en función de intereses económicos. Ya no se trata de ser de izquierdas, de derechas o de centro. El auténtico político, dejando aparte aspectos subjetivos e ideológicos, sabe hacer un pausado análisis de la realidad. Cuántos conflictos se generan por mantener posturas cerradas creando una innecesaria confusión que desorienta al ciudadano. Muchas veces vemos por los medios de comunicación absurdas peleas mediáticas que, en el fondo, dejan entrever un pulso enfermizo para ver quién detenta el poder. Los políticos hablan de la importancia de trabajar en redes y establecer alianzas, es decir, crear una cultura del trabajo en común. Pero ¡qué lejos están ellos de dar ejemplo! Pueden más las ideas que el trabajo en equipo y, en el fondo, pasan por delante del mismo valor de la persona y sus necesidades.

Me preocupa que hayan perdido el norte, pues las consecuencias pueden ser enormes. Jugar a ser Dios es muy peligroso porque, entre otras cosas, no participamos de su bondad absoluta. Este escrito quisiera ser una alerta para aquellos que van en una dirección errónea.

Política con valores

¿Qué considero que tendrían que tener los políticos? Primero, deberían saber respetar profundamente la libertad de los demás: hacer política no es instruir sobre nuestras formas personales de entender la vida. No es correcto manipular a la masa social imponiéndole sus ideas. No se trata de hacer un buen marketing para conseguir el poder, se trata de ser buenos políticos, que crean profundamente en su vocación y en su horizonte tengan muy claro el bien real de la persona. A menudo, con su forma de hacer, están creando una grave fragmentación social. Hablan de educación sin saber de lo que hablan, hablan de sanidad sin saber de qué se trata, hablan de derechos humanos sin tener claro un referente moral, hablan de economía sin entender que ésta debe estar al servicio de la sociedad y no de su bolsillo. Hablan de medio ambiente y viajan en lujosos coches, hablan de política sin saber de historia, de sociología y en, definitiva, hablan de sus ideas sin tener muy clara su semántica.

¿Podríamos hablar de un código deontológico de la política? No todo el mundo sabe ni tiene vocación de político, aunque le guste jugar en sus arenas. El político ha de ser un profesional y una persona vocacional. Si no es así, es mejor que se aparte y que no fragmente más a la sociedad. Urgen personas con valores, vocación y una sólida formación que se dediquen a la política para barrer la mediocridad y devolver la dignidad a esta profesión.

domingo, agosto 28, 2005

La auténtica solidaridad

Una sociedad responsable

El boom de las ONG refleja una sociedad madura y responsable. Esta ha descubierto que la responsabilidad civil es un imperativo ético que afecta a todos: mejorar la vida de los que se quedan en el arcén de la sociedad. El crecimiento del tejido asociativo es cada vez mayor, y también son mayores sus retos. Un modelo social sin valores y basado en la desigualdad genera cada vez más lagunas que dificultan la necesaria estabilidad de la sociedad. Las ONG existen porque se dan unos valores que las empujan a trabajar por una sociedad más justa y solidaria.

Los valores generan actitudes y éstas, acciones. Estas acciones deben ser siempre revisadas y sacar consecuencias.

Las ciencias y la tecnología avanzan a pasos agigantados. Por un lado, las empresas asumen estos avances, generando más recursos. Por otro, paradójicamente, vemos cómo la pobreza no deja de crecer alrededor nuestro. En Catalunya, considerada una de las zonas más prósperas de Europa, vive un millón de pobres. Es decir, cada vez se da un incremento del abismo entre los ricos y los pobres, generándose un modelo social asimétrico.

A lo largo de la historia, siempre ha emergido una respuesta solidaria ante las desigualdades. Una de las exigencias de las ONG es actuar como revulsivo e interpelar a los políticos y a los empresarios. Junto con sociólogos y teólogos, las organizaciones humanitarias deben buscar respuestas para ayudar a remediar el desequilibrio social.

Desafíos de las ONG

Cada vez más, las ONG se enfrentan con mayor crudeza a estos cambios. Deben aprender a asumir ciertos retos. Estos exigen cambiar de actitud y de mentalidad e incorporar en su gestión nuevas metodologías que respondan realmente a los problemas y necesidades de la gente. Precisamente por estar atendiendo a personas, y no sólo a colectivos abstractos, las ONG deben afrontar tres desafíos. El primero es un cambio de mentalidad, con lo que esto implica de abandonar un cierto modo de actuar. Otro es la necesidad de ser realistas con el entorno, sabiendo detectar las verdaderas necesidades. Y otra actitud clave es la humildad, es decir, que una determinada ONG no va poder a resolverlo todo.

Toda ciencia será poca para contribuir a la felicidad de una persona con carencias. Incorporar elementos del mundo de la empresa se hace cada vez más necesario en la gestión de una organización solidaria: planificar, plantearse objetivos, organizar, revisar y nunca desviarse de su misión. Tampoco puede perder el norte ni sus principios. Las ONG han de dejar de ser puritanas y atreverse a utilizar las herramientas de las ciencias empresariales. Pero sin perder nunca el horizonte humanista y solidario.

En la vida de toda ONG es necesario revisar regularmente su misión y sus planteos, así como la coherencia y los valores de sus líderes y colaboradores. Es preciso replantearse actitudes que quizás responden a intereses individualistas o marcados por la moda o la cultura. También conviene dilucidar las verdaderas motivaciones del equipo humano, pues puede darse el caso de personas que, más allá de ofrecer un servicio, generan nuevos conflictos a su alrededor, al trasladar un problema personal al ámbito de la solidaridad.

¿Cómo medir la auténtica solidaridad?

Sin pretender ser exhaustivos ni rigurosos, hay varios indicadores que señalan dónde está la solidaridad genuina, limpia de intereses y de proyecciones personales. El primero tal vez es el desprendimiento. La persona solidaria trabaja y da de sí sin esperar recompensa. El segundo es la aceptación. No intentar cambiar a las demás personas, manteniendo un profundo respeto hacia ellas. Sí desea mejorar sus vidas, pero nunca sin contar con su libertad y su voluntad. Otro aspecto es la constancia. El auténtico solidario no se rinde ni se desanima jamás, aunque en algunos momentos parezca fracasar. Su motivación es tan fuerte que no decae. Otra característica es la humildad: reconoce que puede hacer las cosas mejor y está dispuesto a aprender. Finalmente, en la persona que vive la solidaridad como parte de su ser se da una actitud vital positiva y de sana alegría. En la persona solidaria hay esperanza y fe, al menos, fe en la humanidad.

domingo, agosto 14, 2005

El problema del hambre, responsabilidad de todos

La prensa y los medios insisten mucho en la problemática del hambre. Hoy día, dos tercios de la población de nuestro planeta sufren hambre. La pobreza azota el mundo. No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribución de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría paliar. Ante el dolor del mundo, hemos de ser sintónicos y expresar nuestra solidaridad en gestos palpables. Millones de personas mueren de hambre. Si sentimos, agradecidos, que Dios nos lo ha dado todo –el pan, la familia, el trabajo, los amigos, la fe... –no podremos permitir que a alguien a nuestro lado le falte el pan.

Pero la solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o de desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto multiplicador.

Si sumáramos la pequeña generosidad de todos los seres humanos, podríamos aliviar mucho la lacra del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.

Hambre de Dios

Pero no sólo hay hambre de pan. En el mundo hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia... Mientras el hombre no tenga clara una referencia moral y religiosa, mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza.

Cuánta gente busca saciar su hambre y llenar su corazón, su alma, el vacío interior que siente por dentro. La gente busca sentido a sus vidas. Tiene hambre de Dios, deseos de felicidad, de encontrar un norte en su existencia. Al igual que hizo Jesús, el ministerio de la Iglesia consiste especialmente en esto: predicar y curar a los enfermos. La Iglesia debe estar cerca de los que sufren, fiel al carisma sanador de Jesús.

Sólo Dios puede saciar el hambre profundo del corazón humano. Uno de los apostolados cristianos y la primera obra de misericordia es dar de comer al hambriento. Pero no basta nuestra generosidad humana para mejorar el mundo. Sin Dios poco podremos hacer. Además de nuestro esfuerzo, es preciso rezar y bendecir. Bendecir –decir bien –es intrínseco del ser cristiano. Hemos de saber bendecir todo aquello que tenemos, pero también a las personas, incluso al enemigo. Maldecir congela el corazón humano. Bendecir al enemigo quizás un día lo convierta en amigo y transforme su duro corazón en un corazón generoso y lleno de bondad.

La oración nos alimenta del amor de Dios. Fortalecidos en ella, podemos correr a alimentar a otros.

sábado, agosto 06, 2005

Teología del gozo

Una visión sesgada del ser humano

Por mucho que la prensa y diversos medios de comunicación se obstinen en resaltar el egoísmo y la dimensión animal del hombre, hasta llegar a jactarse de ello, nunca impedirán que desaparezca la bondad connatural del ser humano. Hoy se da un cierto periodismo que está convirtiendo sus noticias en una crónica de sucesos. Es un periodismo grosero y parcial, que busca señalar constantemente la maldad y la vertiente más mezquina del ser humano.

Los medios de comunicación olvidan que los sucesos que narran son excepcionales y aislados y no responden a las actitudes más básicas y comunes del hombre. Es simplemente la prensa la que altera la noticia y hace más vil al ser humano. Considero que a veces sus criterios son manipuladores y perversos y esconden unos confusos intereses económicos para lograr una mayor audiencia al precio que sea. Los sociólogos hablan de la cultura kitsch para referirse a este gusto por lo ordinario, lo soez y lo que está de moda en un momento dado.

Hay una tendencia social tanto a nivel político como periodístico e incluso filosófico que pretende arrebatar al hombre lo que le es intrínseco como persona, que es el deseo firme de anhelar la felicidad y la alegría. Estas actitudes también son connaturales a él, como lo son el egoísmo y el sufrimiento.

Pero es evidente que dependiendo de nuestra propia concepción antropológica podremos resaltar una tendencia u otra. Algunas concepciones filosóficas caen en una visión del hombre como un ser vacío de sentido, es decir, llevan al nihilismo como una actitud fundamental ante la vida, o una angustia existencial sartreana. Este modo de entender al hombre responde a una actitud que no concibe la vida como un don. Por tanto, nada tiene sentido y caemos en el absurdo.

La visión trascendental: el hombre tiende al gozo

En cambio, una visión antropológica desde una dimensión trascendental nos lleva a descubrir el enorme potencial de su corazón. Nos estamos refiriendo a la antropología cristiana. Podemos afirmar que la capacidad de entrega y la generosidad del ser humano muchas veces no tienen límites. Nos referimos profundamente a la dimensión humana y espiritual. Afirmo con toda rotundidad que el hombre es un ser nacido y llamado a vivir con una actitud insaciable de gozo y felicidad. Sólo cuando niega este valor y vive lo contrario, el egoísmo, la envidia y la tristeza lo invaden.

Tener la certeza de que somos inmensamente amados por Dios es la fuente de nuestro auténtico gozo existencial. Cuando el ser humano es capaz de creer en si mismo y de salir más allá de su realidad, de su corazón surgirán torrentes de alegría, porque el Dios de los cristianos es la felicidad suprema, el amor supremo. Toda criatura suya nace con esta inquietud trascendental, el deseo de felicidad en mayúscula. El hombre tiene dentro algo que le hace crecer, madurar y amar. Sin el amor pierde el horizonte de su vida, cae en el abismo y en el sinsentido.

Partiendo de esta concepción cristiana el hombre está llamado a buscar la felicidad eterna. ¿Dónde está el fundamento de la teología del gozo? El hombre debe pasar de la alegría psicológica y humana a la alegría óntica y espiritual, ese deseo que está impreso en sus entrañas, y también en las de Dios. El hombre surca las inmensidades del cielo en busca de lo que realmente le hace feliz. La revelación cristiana parte del gran acontecimiento pascual: Cristo ha resucitado y es nuestra mayor alegría. En el santoral cristiano aparece una santa excepcional: Santa Gertrudis la Magna, que nos habla de los gozos del Señor.

La eucaristía, como lugar de encuentro donde se comparte el gozo de existir y de sentirse amado, es el motor de nuestra plenitud humana y cristiana. No se puede ser feliz de forma aislada, sin abrirse a la realidad de las otras personas. Cuando decidimos buscar a los demás y hacerlos felices, es cuando tendremos un gozo que nada ni nadie nos puede quitar.

sábado, julio 30, 2005

La virtud del tiempo

El tiempo siempre ha sido un valor apreciado y estimado por el hombre de todas las épocas. El tiempo es oro, dice el refrán. Hoy, su importancia creciente lo equipara o incluso lo hace superior al valor económico del dinero. Tanto es así, que los cursos, seminarios y libros para enseñar a gestionar el tiempo, como si de un capital se tratara, se multiplican y ofrecen diversas claves y recetas para saber administrar este bien que todos ansiamos retener y dilatar al máximo. Y no sin razón, pues el tiempo es, en realidad, el caudal de nuestra vida.

El tiempo es un don

Entre todos los dones que el hombre recibe de Dios se encuentra un regalo especialmente importante: el tiempo. Para los seres humanos, el tiempo equivale a nuestra vida: es el segmento que va desde nuestro nacimiento hasta la muerte.

La virtud del tiempo es la que nos hace capaces de vivirlo, planearlo y aprovecharlo al máximo. Lejos de angustiarnos por su pérdida, de querer comprimirlo o de dejarlo pasar inconscientemente, esta virtud nos hace ser señores del tiempo y nos enseña a paladearlo para vivir intensamente todos los instantes de nuestra vida.

Para adoptar una actitud serena y positiva ante el tiempo, hemos de ser conscientes que el tiempo, como la vida, es un regalo de Dios. Es algo que no nos damos a nosotros mismos, pero que poseemos. El tiempo es la última cosa que dejamos de tener. Cuando no tenemos nada, aún nos queda este tesoro: nuestro tiempo, nuestra vida.

Como regalo gratuito que hemos recibido, la manera segura de no perderlo es dedicar nuestro tiempo al servicio de las personas.

A menudo nos angustiamos ante el paso del tiempo, que a veces se nos antoja acelerado. Entonces nos invade el temor de no poder abarcarlo todo y de no poder hacer todo cuanto deseamos hacer. Los expertos dicen que es bueno proponerse tres cosas importantes cada día. Ni más, ni menos. Alcanzadas estas metas, el tiempo sobrante será gratuito y lo podremos dedicar a otras actividades.


Tratar el tiempo con virtud

¿Cómo podemos organizar nuestro tiempo? Varias claves nos pueden ayudar para que nuestra vida sea plena y sepamos aprovechar, sin perderlo y disfrutándolo, cada instante de nuestro tiempo.

En primer lugar, hemos de saber priorizar las cosas que realmente son importantes para nosotros y las que nos acercan a nuestras metas u objetivos en la vida. No podemos hacerlo todo, hagamos nuestra escala de valores y dediquemos más tiempo a aquello que está más alto en esta escala.

Pongamos amor en el trabajo que hacemos. Con amor el tiempo cunde y el trabajo da frutos.

Saborear las cosas que hacemos nos permitirá disfrutar de la actividad, paladear el tiempo y hacer que nuestro trabajo sea fecundo.

Dedicar a diario tiempo para Dios. No dejemos de buscar espacios de intimidad y silencio para encontrarnos a solas ante el Creador. Él rescata nuestro tiempo y nos ayuda a poner orden en nuestra vida.

Dedicar el tiempo justo y necesario para nuestro trabajo.

Dedicar tiempo para el descanso. No debemos escatimar horas al sueño. Dormir no es perder el tiempo. Descansar es necesario y nos permitirá volver a la actividad con energías renovadas y mejor estado de ánimo.

Dedicar tiempo para la familia. Jamás olvidemos que, antes que nuestro trabajo y nuestros compromisos, están los seres queridos que viven con nosotros. Dedicarles un tiempo para la convivencia debe ser una prioridad.

Si ordenamos nuestro tiempo y ofrecemos a Dios todo nuestro trabajo, nuestra vida tendrá un sentido más pleno. Jesús dedicó toda su vida a hacer el bien. Su tiempo era totalmente para Dios. Incansable en su caminar por los senderos de su tierra, en su predicación, en su atención a las gentes, jamás dejó de tener sus espacios de oración a solas con Dios, ni su tiempo de descanso y retiro con sus discípulos. En apenas tres años, su obra ha dado un fruto que continúa expandiéndose, dos mil años después.

Cada cristiano está llamado a recrear el mundo. Trabajar pensando que podemos crear cielo a nuestro alrededor, haciendo un poco más felices a los demás, da una dimensión nueva y enriquecedora a nuestro tiempo.

domingo, julio 24, 2005

La fuente del testimonio cristiano

Hoy podemos constatar en la sociedad una falta de credibilidad del hecho religioso. Muchos aprecian la belleza del mensaje cristiano y su valía, pero, en cambio, se cuestiona la coherencia de los cristianos y la actuación de la Iglesia. Quizás es porque las palabras y acciones de los que se dicen cristianos no siempre son fruto del silencio ni de una profunda comunicación con Dios. Pueden salir del orgullo o de la autocomplacencia. Ir profundizando en el misterio de Dios hará coherente la vida cristiana. Sólo así todo cuanto se diga será convincente en nuestro mundo.

La Iglesia se sostiene gracias al inmenso amor del Espíritu Santo. Por eso sigue viva y creciente, pese a las limitaciones y fallos de quienes la formamos. Pero los cristianos también tenemos una gran corresponsabilidad. Tampoco podemos lanzarnos a un apostolado frenético y combativo sin más. Nuestra misión debe partir de una profunda e íntima comunicación con Dios. Sin ella caeríamos en el activismo apostólico, donde falta el referente profundo de la espiritualidad y de la comunión. Los cristianos seguimos a Cristo, y no a otros personajes históricos. Cristo nos ilumina. Él es nuestro faro, nuestra gran antorcha, la llamarada que nos guía para ir creando parcelas del Reino de Dios en el mundo. Todos somos imagen viva de Dios, criaturas suyas llamadas por Él a este gran trabajo: crear comunidades, construir cielo en medio de la humanidad.

La palabra tiene una poderosa fuerza que viene de Dios y debe ir acompañada del testimonio y del ejemplo. No nos quedemos en el aspecto teórico de la revelación. La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Por lo tanto, toda palabra que comuniquemos tiene que llegar a encarnar realmente lo que Dios sueña para nuestra vida. Porque palabra y acción van unidas en la oración.

El cristiano ha de crecer hacia dentro en su relación íntima con Dios, esta es la fuente de nuestro testimonio en el mundo. Alimentados por esta fuente, podremos crecer hacia fuera y trabajar para universalizar el amor.

domingo, julio 17, 2005

Rescatar la palabra

En plena era de las telecomunicaciones, y cuando la imagen parece haber invadido el mundo de la comunicación, un célebre publicista y comunicador nos dice que “una palabra vale más que mil imágenes”.

En nuestro mundo de hoy, en que recibimos a diario auténticas avalanchas de información, merece la pena reflexionar sobre el valor de la palabra.

San Juan evangelista inicia su evangelio con el hermoso prólogo de la Palabra. En él nos revela que Dios es comunicación. No es un ser extraño, alejado, endogámico y centrado en sí mismo, sino un Dios que se nos comunica, que se relaciona, que sale de si y se revela a través de un hombre. Jesús de Nazaret es la palabra de Dios. Una palabra que cala con fuerza e ilumina nuestra existencia.

Esta palabra es algo más que luz. A través de la palabra, Dios nos comunica su amor. Para los cristianos la palabra es sagrada porque Dios, esencialmente, es comunicación, es palabra, es comunión.

¡Qué importante es recuperar el sentido de la palabra dada y comunicada! Este mensaje interpela a los filósofos, a los literatos, a los políticos, y también a los sacerdotes. Unas palabras que no comuniquen amor, que no iluminen nuestra vida, son palabras vacías, huecas, sin sentido. El relato evangélico nos interpela para que todo aquello que seamos capaces de comunicar transmita el querer de Dios.

¡Cuantas veces la palabra es prostituida! Cada vez que no es expresión de su sentido auténtico la palabra es manipulada, mancillada y utilizada con fines interesados. ¡Y qué torrente de palabras absurdas dejamos ir cada día! Confundimos, criticamos, manchamos la fama de alguien, señalamos, juzgamos. Criticar a otra persona sin estar ella presente, difamar o hablar por hablar es traicionar la palabra. Es matarla. Es un deber moral hablar con seriedad. Hablemos de cosas bellas y creativas, de cómo construir una sociedad más justa y solidaria. Hablemos de lo que vale la pena. De lo contrario, es preferible callar.

Hemos de rescatar la palabra. El impacto de la moda y las tendencias actuales está secularizando una cultura que fue tradicionalmente cristiana y está barriendo sólidos valores humanos. También se ha secularizado la palabra y se la ha vaciado de su sentido; la han raptado. Tenemos que liberarla. Una palabra que exprese ternura, amor, relación, que exprese poesía, que responda a los contenidos más profundos del corazón humano, ésta es la palabra que hemos de rescatar.

La palabra auténtica nace del silencio. Un silencio que no es la ausencia de palabras, sino todo lo contrario. El silencio es presencia llena de significado. Si la palabra es de Dios, el silencio también es sagrado. Para llenar nuestras palabras de trascendencia, necesitamos silencio. Desde la oración saldrán auténticas palabras libertadoras del ser humano, palabras auténticas, capaces de convencer.

domingo, julio 10, 2005

Del conocimiento abstracto a la sabiduría del corazón

Estamos delante de uno de los retos más importantes de nuestra cultura científica, que es la sociedad del conocimiento. Ciencia y tecnología avanzan a pasos agigantados. El afán por el saber está tomando unas enormes dimensiones. Hoy, más que nunca, el ser humano tiene a su alcance una ingente cantidad de información como nunca ha soñado y que nunca podrá absorber totalmente. Tanto es así, que hoy se dice que la persona preparada no será aquella que tenga más información, sino aquella que sepa seleccionar la información que realmente le interese y sepa convertirla en conocimiento útil.

Pero el hombre, en su búsqueda tenaz del sentido de la vida, se encuentra con otro tipo de saber. Y se da cuenta que el conocimiento y la ciencia no agotan todas las dimensiones de la realidad ni pueden responder a todas las inquietudes del ser humano.

Del puro conocimiento a la sabiduría es preciso recorrer un camino que lleva al hombre inquieto a mirar la realidad desde otra perspectiva y a la humildad de reconocer sus límites. El sabio escucha su razón, pero aprende, poco a poco, a escuchar también su corazón.

El hombre sabio es el que sabe saborear: además de saber, ama lo que conoce. Se da una afectividad entre lo que conoce y lo que hace.

El hombre sabio es el que sintetiza la experiencia de su vida, haciendo de ella un conocimiento que va más allá de lo intelectual y de lo abstracto.

La persona sabia es la que, en el centro de su saber, tiene un respeto por el ser humano y por la vida y descubre que, detrás del conocimiento hay una mano amorosa creadora.


Elogio de la sabiduría

El sabio es humilde, no compite con nadie, no presume de lo que sabe, no levanta la voz para ser escuchado ni necesita alardear de sus conocimientos. Acepta las diferencias, es cálido, es atento. Es capaz de renunciar hasta a sus ideas por amor. Sabe escuchar. Diríamos que el sabio es aquel que, más que hablar, escucha. El sabio transmite con su vida y con su experiencia. No necesita palabras. El sabio pone al servicio de la humanidad lo que descubre y lo que sabe. El sabio sabe vivir con Internet y sin Internet. Sabe integrar la cultura digital sin hacerse dependiente de ella. Es el hombre que vive en paz. Es una persona abierta, que todo lo integra y lo asume. En el centro de su vida, no está ni siquiera la ciencia, sino el mismo ser humano.
Hay muchas personas inteligentes, intelectualmente brillantes. Pero, ¡cuán pocas personas sabias! Muchos científicos y catedráticos versados en diferentes ramas del saber, ¡qué vida interior tan pobre tienen! Son eruditos, pero no son sabios. Son bibliotecas de información, pero no son pozos de sabiduría. Saben dar una brillante conferencia, pero no saben mirar al corazón humano.

El sabio no renuncia al saber ni a la inteligencia; no renuncia a la razón ni al método científico. No reniega de la filosofía ni de la ciencia. Al contrario, les da una dimensión diferente. Pero no rinde culto a su saber. Pone la ciencia al servicio del hombre y del amor.

El sabio, más allá de descubrir el cómo, sabe descubrir la belleza de las cosas. El sabio sabe vivir solo y sabe vivir acompañado. No es un ser huraño y esquivo, sabe relacionarse con los demás y cultivar la amistad. Sabe comunicarse con los medios tecnológicos y también sabe hacerlo con la mirada.

El sabio tiene sus expectativas puestas en una realidad más allá de la pura ciencia visible. Está abierto a otra realidad metafísica y reconoce, con humildad, los límites de la razón y del saber.

domingo, julio 03, 2005

De la "tele-basura" a una televisión con valores

Haciendo un recorrido por los canales televisivos, tanto públicos como privados, vemos que proliferan cada vez más los programas llamados de "tele-basura". Esta denominación, paralela a la de "comida-basura", sugiere algunas características de esta programación: un atractivo fácil, consumido por sectores masivos de la población, con alicientes motivadores: ganancias fáciles, distracción, evasión, poca calidad y nula densidad en contenidos, gusto por lo "kitsch", lo ordinario e incluso lo grosero... Además, se establece entre las diferentes cadenas una feroz competencia, una guerra por lograr la máxima audiencia que busca el lucro por encima de cualquier contenido ético.

Ante esta realidad, surge la pregunta: ¿es esto lo que queremos? ¿La tele da lo que pide la audiencia? ¿O es el público el que engulle y acepta, sin más, lo que le echan? ¿Están las grandes cadenas formando y manipulando nuestro gusto? Y aún más allá de estas cuestiones, aparecen otras: ¿Realmente necesitamos esto? ¿Es la tele un paliativo o una terapia para cubrir nuestras frustraciones o sueños inalcanzables?

Es indudable que la televisión es un negocio. Y puede ser un negocio honrado, como muchos otros. Pero, por sus características -es un servicio gratuito que llega a la práctica totalidad de los ciudadanos- debería regirse por unos principios éticos, de la misma manera que se intenta velar porque los servicios públicos sanitarios, de tráfico, de enseñanza, tengan calidad y estén realmente al servicio del ciudadano.

Sin rechazar la vertiente económica y de rentabilidad del negocio, los empresarios de las cadenas televisivas no deberían olvidar que su cliente es un ser humano al que hay que respetar y considerar en todas sus dimensiones: no sólo la lúdica o la económica, sino la dimensión psicológica, familiar, profesional, espiritual... La televisión no puede permanecer al margen de los valores humanos.

Estamos en contra de la droga, del alcohol, de la velocidad excesiva... ¿Nos hemos planteado que la televisión puede ser también una droga nociva? Un reciente estudio, finalizado en los Estados Unidos, revela que los jóvenes que han visto televisión durante su infancia más de dos horas al día son más proclives a la agresividad y a la violencia que los que ven menos televisión. Los expertos concluyen diciendo que un niño no debería ver la televisión más de dos o tres horas ¡a la semana!, y vigilando los contenidos de la programación que ve.

Los adultos no somos menos vulnerables que los niños. Cuántas veces utilizamos la televisión para correr una cortina sobre nuestros problemas o para huir de situaciones incómodas que no tenemos el valor de afrontar. Si todo el tiempo que utilizamos en ver la televisión lo invirtiéramos en otra cosa, tal vez no nos faltaría tiempo para disfrutar de otros aspectos de la vida: adquirir cultura, descansar, disfrutar de la buena compañía, relacionarnos con nuestra familia o con nuestros amigos, viajar, pasear, leer, enriquecer nuestro espíritu... hacer aquello que siempre demoramos por falta de tiempo y que puede añadir calidad a nuestra vida.

No se trata de satanizar la televisión, pero sí de ponerla en su sitio y darle el valor que tiene. Los educadores, maestros, madres y padres de familia tenemos una gran labor por delante, para educar a los menores y para concienciar a los medios de comunicación a ponerse al servicio de la cultura y la educación humana, y también del ocio, pero de un ocio sano, que nunca puede substituir el ocio real de un encuentro cordial con los demás.

Cada vez hay más personas -médicos, psicólogos, sociólogos, pedagogos y asociaciones de consumidores- conscientes de la necesidad de replantear los contenidos de los medios. Estamos ante los principios de una nueva revolución de los medios de comunicación que habrá de tener en cuenta la persona por encima de todo, no como objeto de consumo, sino como sujeto ético y con valores. Sólo así los medios favorecerán un equilibrio social.

domingo, junio 26, 2005

Redes de asociaciones

El mundo asociativo es una realidad muy rica y compleja que requeriría mucho tiempo de estudio. Este comentario no pretende ser un análisis exhaustivo sino una humilde reflexión desde mi experiencia sobre el terreno.

Por un lado, vemos un estallido de asociaciones e iniciativas de gran riqueza y variedad. Las estadísticas hablan de más de 250 000 entidades registradas en España. Su gran diversidad ha dado lugar a que se hable de un rico tejido asociativo.

Pero, si profundizamos un poco más en esta realidad, veremos que, más que un tejido, hay una gran colección de hilos diferentes. Este gran potencial está disperso, disgregado y poco conectado. Algunos estudios revelan que las asociaciones se relacionan poco entre si. Se da una estrecha relación entre la administración y las entidades, pero muy escasa entre ellas. No existe una verdadera red. Falta una cultura cooperativa y solidaria dentro del mundo asociativo.

Por un lado, cada entidad tiene su historia y su carácter propio, que debe valorarse como único y original. Por otro lado, esta falta de interrelación y hasta incluso de oposición o rivalidad empequeñece tremendamente el enorme potencial de las entidades. Si la unión hace la fuerza, la suma de tantas iniciativas multiplicaría las posibilidades de la sociedad civil. Los estudios demuestran que si todas las ONG del mundo se unieran, formarían la octava potencia mundial.

¿Cómo fomentar una cultura de trabajo en red? Por un lado, es necesario que las entidades cambien de mentalidad y se abran a formas de hacer más cooperativas. Las entidades necesitamos audacia para cambiar y buscar métodos innovadores para mejorar nuestra acción social. También hemos de comprender que trabajar en red significa dedicar un tiempo y unos recursos y que, aunque los resultados no sean tangibles a corto plazo, vale la pena hacerlo. Trabajar con otros e intercambiar experiencias amplía los horizontes y nos refuerza ante la administración y la sociedad. Uno de los mayores obstáculos que tenemos las asociaciones es la falta de tiempo y de personas liberadas. Deberemos buscar ese tiempo y esas personas, incluso priorizando el trabajo en red por encima de la vorágine del día a día. Hemos de creer que esto es positivo y beneficioso, no sólo para las entidades, sino para aumentar nuestra eficiencia y mejorar el cumplimiento de nuestra misión.

Por parte de la administración también se puede facilitar que el mundo asociativo trabaje en red. De hecho, muchos ayuntamientos ya están impulsando diversos consejos de entidades a fin que éstas puedan conocerse, relacionarse y trabajar conjuntamente por la ciudad. Otras administraciones están promoviendo plataformas de ámbito autonómico, nacional e incluso internacional. Hay una tendencia de los gobiernos a favorecer la creación de redes y a priorizar estas agrupaciones como interlocutores.

Pero creo que las administraciones aún deberían facilitar más medios para las entidades se vinculen entre sí. No basta la creación de consejos o plataformas más o menos oficiales, que siempre pueden convertirse en instrumentos solapados de control. Muchas entidades, dados el espacio y ocasión favorables, se relacionan espontáneamente entre sí, y crean alianzas por afinidad, por coincidencia de fines, por proximidad o por libre voluntad. Estas alianzas suelen ser las más ricas y duraderas, puesto que nacen de la libertad y de un hecho común que une a las entidades más allá de la coyuntura política del momento.

Una idea práctica, que en algunos lugares da buen resultado, es la creación de un hotel de entidades. Muchas asociaciones carecen del espacio adecuado y de recursos para desarrollar sus actividades o para mantener una sede. Un hotel de entidades ofrece despachos, nuevas tecnologías, salas polivalentes, aulas, espacios de encuentro... Estos lugares favorecen la relación personal y la amistad entre entidades y sus miembros. Cada ciudad con un cierto número de asociaciones se merece al menos un hotel de entidades, e incluso más de uno, pues hay zonas o barrios con una gran vida asociativa.

Si el gobierno desea promover políticas de participación ciudadana y de voluntariado, deberá facilitar espacios adecuados. De la misma manera que el urbanismo puede cambiar la fisonomía de un barrio y afectar positivamente la calidad de vida de los vecinos, un espacio común puede dar alas al tejido asociativo de la ciudad. Y este tejido, una vez esté bien trabado, puede contribuir a generar una sociedad mucho más cívica y solidaria, con valores humanos.

domingo, junio 12, 2005

Fundamentos teológicos de la calidad


La calidad es una de esas palabras “talismán” de nuestra sociedad, utilizada por muchos empresarios, consultores, profesores y ejecutivos. Tan ensalzada está que ha llegado casi a la categoría de ley, pues hoy día se certifica y se acredita con toda clase de documentos, inspecciones y estudios. La calidad es una garantía de fiabilidad para toda empresa, institución o producto.

Existen muchos métodos para conseguir la calidad. Los expertos han elaborado complejos métodos y procesos para medir y comprobar la calidad. Este concepto, tan propio de la cultura empresarial, empieza a llegar a otros sectores sociales, especialmente al campo de las ONG y las instituciones docentes, religiosas, sanitarias... Cuando la calidad llega a estos campos, necesita un fundamento más allá de la pura certificación de calidad. No se trabaja por calidad “para” obtener una calificación, sino “porque” se parte de unos valores y principios.

Desde el punto de vista cristiano, la calidad no es una mera exigencia social, sino un deber moral intrínseco de la persona.

¿Qué es la calidad? Dejando aparte definiciones técnicas, la calidad, en palabras llanas, es “hacer las cosas bien”. No sólo basta con hacer cosas “buenas”. Esas cosas deben hacerse con excelencia. Es el “cómo” lo que interesa, más que la acción en sí.

¿En qué valores o fundamentos nos podemos basar los cristianos para alcanzar la calidad? El primer maestro en calidad es el mismo Dios, Creador. El ha creado el universo con excelencia inigualable –“y Dios vio que era bueno”- dice el Génesis. Al regalarnos el mundo, la naturaleza, la belleza de todo lo creado, ha pensado en su criatura y en lo mejor para ella. Dios ha creado un hermoso jardín –el mundo- para que vivamos en él. Y no ha escatimado en calidad. Ha volcado toda su creatividad, toda su inteligencia amorosa, todo su ingenio y su libertad para crear un mundo de belleza incomparable.

Si al crear el universo y el mundo Dios ha derrochado ingenio y creatividad, aún más lo ha hecho al crear el ser humano, “a su imagen”. En nuestra creación Dios se ha recreado, con su más pura artesanía, volcando amor en cada gesto creador. Como una filigrana, nos ha moldeado con infinita delicadeza y nos ha infundido una gran fuerza interior, capaz, como él, de amar, de recrear, de construir, de inventar, de embellecer su propia obra y acabarla.

Dios ha sacado un “cum laude” en calidad a la hora de crear el mundo y el hombre. El es nuestro modelo. Para un cristiano, la calidad debe ser una manera de hacer al modo de Dios. ¿Cómo haría Dios este trabajo? Esta es la gran norma para la calidad en nuestra vida cotidiana.

En Jesús, la calidad de Dios llega a su máxima expresión y plenitud. Jesús fue hombre, vivió entre nosotros. Su vida también nos enseña el arte de la calidad.

Para un cristiano, la calidad es el arte de hacer según Dios. Esta motivación es suficiente para lanzarnos, con creatividad, a revolucionar y mejorar nuestro trabajo, incluso en el mundo empresarial. Porque, además, esta calidad siempre tendrá en cuenta el máximo bien de la persona. Será una calidad íntimamente ligada a la caridad. “Caridad con calidad”, esta podría ser una máxima para el trabajador, el voluntario, el ejecutivo, el empresario cristiano.

Por otra parte, no basta con llegar a la calidad técnicamente perfecta. También es necesario tener en cuenta a las demás personas de nuestro entorno. Una calidad sin solidaridad está vacía de sentido. Podemos hacer algo de manera excelente, incluso un apostolado. Si no tenemos en cuenta el bienestar de las personas, especialmente de las más alejadas o marginadas, nuestra calidad será vanidad. Esta reflexión deberían hacerla muchos gobiernos y empresas, que luchan por conseguir la calidad y un estado del bienestar, pero hacen poco por remediar las situaciones de pobreza de muchas personas. Jesús hizo las cosas bien, y nunca desatendió a los pobres. El es nuestro gran referente en la calidad.

domingo, mayo 29, 2005

La perversión de la ley

Qué hay detrás de la ley

Cuando una ley se aprueba para favorecer los intereses políticos o económicos de determinados grupos de presión o de poder, deja de tener el sentido ético y pedagógico que toda ley debiera tener.

En los últimos tiempos estamos asistiendo a la aprobación de una serie de leyes ante las cuales muchos ciudadanos se están planteando la objeción de conciencia. Por principio, una ley debe defender los derechos y deberes sagrados de toda persona, y contribuir al bien común. Pero las leyes no son neutrales. Toda ley se fundamenta en un concepto y en una filosofía acerca del ser humano y del mundo. Tras la ley, hay unos valores y una intención pedagógica, pues, de entrada, es vista como algo bueno y favorecedor para la persona.


Ley no siempre es igual a justicia

Pero la ley entraña una trampa sutil. Muchas veces se confunde ley con justicia, y no son lo mismo. ¡Cuántas veces se han producido condenas injustas en nombre de la ley! ¡Cuántas leyes injustas han sido aprobadas en su momento, para favorecer determinados intereses o para manipular a la sociedad! Una ley ante la cual un grupo numeroso de ciudadanos presenta objeción de conciencia debe ser seriamente revisada, pues puede no responder a los criterios de una ética universal. Así ha ocurrido, claramente, con la objeción al servicio militar. Es un ejemplo muy claro. Aunque casi todos los países mantienen ejércitos y contemplan la posibilidad de entrar en guerra, ha quedado patente que la ciudadanía considera la guerra como un crimen inmoral. Y así, el servicio militar, ha acabado dejando de ser obligatorio. Es un paso adelante muy importante. Tristemente, no sucede lo mismo con los médicos y profesionales que objetan por conciencia ante las nuevas leyes que ha dictado nuestro gobierno. Lejos de ser héroes, como los objetores a la “mili”, son vistos casi como sujetos subversivos, intolerantes e insensibles, por defender la vida, la familia, el matrimonio, en definitiva, los pilares de nuestra sociedad. ¿Cómo es posible que se dé un hecho tan contradictorio?

Esta situación delata una peligrosa degradación de la ley. ¿Qué valores subyacen tras las últimas leyes aprobadas por nuestro gobierno? ¿Qué concepto del ser humano, de la familia, del matrimonio, de la vida, hay detrás de dichas leyes? ¿Son realmente leyes humanizadoras y favorecedoras del bien común? ¿O acaso son reafirmaciones del poder de determinados grupos? ¿Existen intereses económicos concretos detrás de esas leyes? ¿Tal vez están motivadas por resentimientos de tipo religioso, familiar o psicológico? Si éstas son las bases que motivan la implantación de una ley, estamos asistiendo a una grave perversión de la legislación. Cuando un ciudadano, en aras a defender la vida de un ser humano, debe objetar por motivos de conciencia ante una ley, y es mal visto por sus compañeros o por la sociedad, la situación es muy grave. Se llega a dar el caso de que, por defender los derechos humanos más elementales, esa persona pueda llegar a ser acusada de atacar la ley y los intereses de la sociedad. Esto es más que pervertir la ley: es utilizarla y matar su esencia como instrumento de servicio y de defensa del ser humano. Y lo más aberrante es hacerlo empleando argumentos pretendidamente solidarios, humanitarios y sociales.


Ética y conciencia

Hay aspectos de la vida que escapan a la realidad de la ley. Existe una ética universal, presente en todas las culturas y religiones, que precede a las leyes. La conciencia humana es previa a la ley y reconoce esta ética. Las leyes no pueden aniquilarla. La vida seguirá teniendo valor, aunque las mismas leyes la degraden. Los grandes valores humanos permanecerán, aunque las leyes los pisoteen o manipulen. No debería nunca permitirse que la legislación ignorara estas realidades o quisiera manejarlas a su antojo.

Algunos autores hablan de la judicialización de la sociedad. ¿Acaso estamos perdiendo nuestros valores y principios, que necesitamos leyes para regular todos los aspectos de nuestra vida? ¿Es necesario legislar sobre el amor? ¿Tanto ha fracasado la educación y la ética en nuestra sociedad, que la ley nos tiene que enseñar a vivir? Tal vez la raíz del problema sea la pérdida de referentes morales y trascendentes. San Pablo lo explica magistralmente en sus cartas, cuando habla de la estricta ley judía y la ley liberadora del evangelio, que se resume en esta que frase muchos calificarían de revolucionaria: la ley es el amor. Son palabras que, aún hoy, se anticipan años luz a nuestro tiempo. Las leyes humanas, explica San Pablo, son dictadas para favorecer una convivencia pacífica. Jesús precisa más: “por la dureza del corazón humano” se han tenido que dictar las leyes, para evitar que unos dañen a otros. Pero si la persona tiene unos claros valores humanos y solidarios, su propia conciencia le dicta exactamente qué es lícito y qué no, y sabe hasta dónde llega su libertad y dónde comienza el respeto hacia el otro. En una sociedad con sólidos valores humanos, no sería necesario legislar tantos aspectos de la vida.


¿Se cuenta con la opinión pública?

Quisiera interpelar a los políticos y a los jueces que se plantearan muy a fondo cómo llevar a la práctica el poder legislativo. De la misma manera que el poder ejecutivo surge de la voluntad popular, el legislativo no debiera ejercerse sin contar con la opinión de la ciudadanía y el consejo y asesoramiento de expertos en todos los campos y de todas las corrientes de pensamiento, y no sólo los afines al gobierno. Hay leyes, especialmente en el campo de la bioética y la medicina, que requieren de asesoramiento científico riguroso y neutral. La desinformación que se está dando a los ciudadanos en estos temas es flagrante, y se está jugando con la esperanza y las preocupaciones en materia de salud de muchas personas. Muchas leyes, desgraciadamente, sólo se explican porque hay importantes intereses económicos detrás, entre ellas, la última ley sobre reproducción asistida y manipulación genética de los embriones. Evidentemente, la realidad que puede ocultarse tras ellas es tan sórdida que no puede explicarse a la opinión pública, de ahí que se disfrace con tintes humanitarios y seudoreligiosos, ofreciendo esperanza a muchas personas que sufren enfermedades o graves problemas de salud.

Si se pierde la conciencia ética, la ley se convierte en la nueva religión. Y se trata de una religión autoritaria, arbitraria y modeladora de conciencias, tan manipuladora y sutil como cualquier otro fundamentalismo. La ley se convierte en la propaganda política del régimen de turno y de la ideología que se quiere imponer. Una ideología que no necesariamente es liberadora, sino que conduce a los ciudadanos a actuar en función de los intereses de quienes detentan el poder.

Si para aprobar un documento político, como un estatuto de autonomía, el gobierno pide consenso, ¿cómo no va a pedirlo para aprobar una ley que afecta la vida humana y la estabilidad social de todo el país? Si no hay acuerdo, la ley debería cuestionarse o no aprobarse, sencillamente.


El fundamento: crecer en valores

Quisiera acabar con una frase de Dwight Eisenhower, que puede aplicarse a todos los ámbitos de la vida: El pueblo que valora sus privilegios por delante de sus principios acaba perdiendo ambos.

Un país que reclama derechos sin tener claros sus valores navega sin norte y está abocado al fracaso. Alguien lo llevará por donde quiera, y los ciudadanos acabarán perdiendo no sólo su conciencia, sino también la libertad y el bienestar que reclaman.

La esperanza existe. Está en la educación del potencial humano de cada persona como ciudadano libre, responsable y solidario ante los demás. Y esta educación comienza y acaba en la familia.

domingo, mayo 15, 2005

La migración, motor de la sociedad

En el momento actual, la inmigración se está presentando como un fenómeno que conlleva problemas diversos. La incapacidad de las administraciones para canalizar la afluencia de personas extranjeras que vienen a nuestro país, así como las actitudes de reserva y de temor ante lo desconocido por parte de la sociedad generan actitudes negativas y de rechazo ante este fenómeno.

Pero, dejando aparte las ideologías, intentemos contemplar la migración con una perspectiva histórica y social más amplia.

La migración es un hecho natural. Las plantas emigran, llevando sus semillas de un continente a otro. Muchos animales son migratorios; cada año emprenden largos vuelos por el aire o largos trayectos por mar o tierra en busca del calor, de un lugar fértil para criar y sobrevivir. Así ocurre también con la especie humana. Desde su origen, la humanidad es emigrante. Las grandes civilizaciones han sido pueblos que se han desplazado desde sus orígenes a otros lugares. Las migraciones han sido motor de la historia y del progreso.

¿Cuáles son nuestros orígenes? Si retrocediéramos en nuestros árboles genealógicos varias generaciones, nos sorprendería saber de dónde procedemos. Hoy día el 71 % de la población catalana es de origen inmigrante. Son estos inmigrantes los que han hecho crecer Catalunya hasta lo que es hoy. Y aún más, ahora mismo se está comprobando que la población está recuperando su ritmo de crecimiento y de recambio generacional gracias a los hijos de los inmigrantes. Por tanto, no podemos poner freno a un hecho que, además de natural, trae consigo crecimiento, riqueza económica y cultural, y progreso.

La legislación es un instrumento que debe ponerse al servicio de la humanidad. Una ley debe canalizar y regular un proceso, pero no frenarlo ni anularlo. El fracaso de las políticas de puertas cerradas está a la vista de todos. No podemos impedir que las personas emigren por su supervivencia o por su propia voluntad. Los Derechos Humanos lo afirman claramente: toda persona tiene la libertad de desplazarse y de residir allá donde quiera, para garantizar su dignidad de vida. ¿Cuántas leyes están vulnerando este derecho básico? Cualquier estudioso y experto del fenómeno está de acuerdo en que no se puede parar lo imparable. En este sentido, los políticos deberían dejarse aconsejar por los expertos en el tema y por el sentido común, más allá de los intereses partidistas. La inmigración en si no es un problema, es un hecho. La miopía política es la que crea el problema y pone obstáculos allí donde debiera haber cauces.

El gran trabajo que está realizando la sociedad civil a través de muchas organizaciones debería provocar un replanteo radical de las políticas. Las ONG sí saben responder rápidamente, aunque sus recursos son muy limitados. Llega un momento en que la sociedad civil es adulta, sabe lo que quiere, hace lo que cree ético hacer y disiente de las leyes y de la política cuando ésta no se pone al servicio del ciudadano. Cuando se ha alcanzado esta madurez social, los gobernantes deben escuchar y saber responder. De lo contrario, estarán trabajando en direcciones diversas, dispersando las energías y los recursos y dificultando el avance, que se producirá de todas maneras.

En lugar de frenar la oleada migratoria, debería canalizarse adecuadamente con los instrumentos jurídicos y administrativos idóneos, que no son los que existen actualmente. Hay que lanzar políticas creativas y audaces.

Más allá de las sensaciones o de los sentimientos de temor y de pérdida de identidad, hemos de conocer los hechos. Necesitamos a los inmigrantes. El mundo es una aldea global y nos necesitamos unos a otros. Las fronteras ya no tienen sentido. Cuando Internet invade todo el mundo y el “libre comercio” es aceptado y potenciado, ¿cómo no va a fomentarse la libre circulación de personas? ¿Acaso son más importantes las mercancías que los seres humanos?

Finalmente, cuando hablamos de migración, estamos hablando de personas, con nombres, con una familia, con una historia, cargados de sufrimientos y de esperanza, llenos de deseos de vivir en paz. Muchos de nosotros hemos sido inmigrantes o hemos tenido en nuestra familia a personas que emigraron y fueron acogidas en otros países. Hagamos lo mismo. No podemos cerrar las puertas ni negar sus derechos a alguien que pide ayuda. Si defendemos la vida, hemos de defender la dignidad de la vida y todo aquello que la facilite. Nadie emigra sin un motivo importante.

Desde esta reflexión, queremos invitar a los políticos y a los ciudadanos a reconsiderar el tema de la migración y a utilizar la creatividad para convertir el hecho de la migración en una gran oportunidad de crecimiento para todos.

sábado, mayo 07, 2005

Deportividad en la política

Las elecciones celebradas en los últimos tiempos en nuestro país nos muestran cifras de participación alarmantemente bajas. En un país que ha vivido cuarenta años de dictadura, apenas la mitad de la población acude a las urnas a ejercer un derecho que tanto ha costado ganar. Un político con ética no puede contentarse con gobernar un país con el respaldo de una minoría de sus habitantes. La baja participación demuestra la derrota de todos los políticos, que no han conseguido entusiasmar a la ciudadanía. Frente al desencanto de la sociedad ante el mundo político, surge la pregunta: ¿cómo devolver a los ciudadanos la ilusión por la participación pública y recuperar su confianza?

Ya no tiene sentido disputar por ideas “de derechas o de izquierdas”. Existen en nuestro país, en lugares muy dispersos de nuestra geografía, alcaldesas y alcaldes extraordinarios que han sabido elevar la calidad de vida de sus poblaciones y defender la justicia social siendo de partidos muy diversos. Todos ellos coinciden en lo principal: el deseo de servir al ciudadano valorando su dignidad y bienestar por encima de ideologías y disciplinas de partido.

Otro aspecto que desprestigia la clase política es el lamentable espectáculo de disputas, corrupción y tramas que de tanto en tanto salen a la luz. ¿Dónde está la ilusión de los primeros años de democracia? ¿Dónde fue el entusiasmo de tantas personas, que se lanzaban a la calle y trabajaban por su país, casi sin cobrar, dando horas y esfuerzo por un proyecto de libertad y de justicia social? Muchos de éstos se sientan ahora en cómodos sillones, dedicando sus esfuerzos a mantener su puesto y su cuota de poder. Juegan a pelearse con sus oponentes, pero bajo mano intercambian favores y pactos de intereses. La política se ha convertido en un circo. Basta seguir, día a día, el “culebrón” que nos ofrecen, digno de las productoras de telenovelas americanas. Los ciudadanos no queremos esto. Ya no nos basta el “pan y circo”. Este circo da pena, y el pan está amenazado. Somos una sociedad madura, sabemos pensar y organizarnos por nuestra cuenta. Pedimos más de los políticos.

Cuando un gobernante se levanta por la mañana, ¿se mira al espejo y se pregunta: “¿Qué voy a hacer hoy por mis conciudadanos?, ¿Me mueve realmente un deseo de servicio?”Este examen de conciencia podría llevarlo a elevar un mea culpa y a replantearse su actuación. Hay circunstancias sociales que claman por si solas: el paro, la inmigración, la crisis de valores y de la educación, las mujeres discriminadas, la insensibilidad de muchas empresas ante la realidad social, la incompetencia de muchos servicios públicos, la corrupción... Los dirigentes no pueden permitir que sea la oposición quien destape tantos desacatos. O aún peor, fingir que disputan ante las cámaras, y detrás del telón, aliarse y cubrirse los escándalos mutuamente.

Todo esto acaba minando la confianza de los ciudadanos. El resultado salta a la vista: la mitad de nuestro país no cree en los políticos. Es un síntoma gravísimo de enfermedad de nuestra democracia.

El mundo político podría tomar buenos ejemplos del mundo empresarial y deportivo. Una empresa realiza una planificación estratégica que previamente ha comunicado y trabajado con todos los empleados. ¿Por qué un ayuntamiento no puede plantearse una planificación similar, contando con la participación de sus ciudadanos? Tenemos ejemplos de alcaldes que ya están potenciando foros ciudadanos con voz y voto para decidir entre todos el futuro de su ciudad. Un buen vendedor mira las necesidades de su cliente y responde a éstas, sin imponer a priori un producto. Un buen alcalde no impone sus ideas, sino que escucha las necesidades de su ciudad y a partir de ellas propone su programa y lo lleva a la práctica.

Al igual que en las empresas hay un consejo de administración, en nuestras ciudades debería existir algún consejo que controlara la gestión política y asesorara a los gobernantes. Debería estar formado por ciudadanos íntegros, de procedencia política y cultural diversa, y totalmente imparciales y honestos. Estos ciudadanos deberían ser valientes para proponer, denunciar y corregir situaciones abusivas que perjudican a los ciudadanos. Antiguamente estas personas eran llamados los “hombres justos”, o los “hombres de paz” y eran designados, no por el poder establecido, sino por el reconocimiento unánime de sus vecinos.

Un gran ejemplo para el mundo político es el espíritu deportivo: el juego limpio, el respeto y la estima hacia los contrincantes. ¿Cuántos políticos dedican elogios y defienden a sus oponentes ante los medios? ¿Cuántos renuncian a criticar a la oposición como estrategia electoral? ¿Cuántos se centran en su programa, explicándolo con detalles concretos? ¿Cuántos no se recrean en su victoria, viviendo de su triunfo electoral durante meses?

Como ciudadano, apasionado por la vida social y pública de la ciudad, quiero creer en la política, y quiero creer que la democracia puede sanarse y puede salir fortalecida de esta crisis. Sólo pido a nuestros gobernantes y políticos un sano ejercicio de reflexión y de humildad y que nos escuchen, de verdad, a los ciudadanos.

domingo, mayo 01, 2005

¿Podemos dudar del Espíritu Santo?


Con motivo de la elección del nuevo Papa, muchos cristianos de diversos sectores han quedado desconcertados e incluso insinúan que ha sido un paso atrás histórico para la Iglesia. Antes de su nombramiento, todos apelaban a la fuerza del Espíritu Santo para que éste iluminara el cónclave y suscitara el mejor Papa para estos momentos que vivimos. Una vez ha salido el nuevo Pontífice, parece ser, en la opinión de muchos, que el Espíritu Santo se ha equivocado.

Ante esta situación, me pregunto: ¿qué idea tenemos del Espíritu Santo? ¿Quién es, realmente? ¿Tal vez nos fabricamos un Espíritu Santo a nuestra medida para que sople en la dirección que queremos? El Espíritu Santo ha demostrado una vez más que es muy libre y que sopla donde quiere, sin que nadie le pueda poner trabas ni barreras. Y, a menudo, está por encima de nuestros criterios humanos, limitados y parciales.

Quienes piensan que la elección del nuevo Papa Benedicto XVI es un error deberían plantearse si realmente creen que el Espíritu Santo ha dejado de actuar. Algunos dicen que ha vencido el “ala derecha” del Espíritu, como si Dios pudiera caber dentro de nuestros estrechos esquemas políticos e ideológicos. Creo que esto es una perversión teológica grave, porque no podemos acotar ni ideologizar la figura del Espíritu Santo. Dios está por encima de las ideologías y es padre de todos los creyentes, carcas o progres, de izquierdas o de derechas, teólogos de la liberación o defensores de la ortodoxia. Ante Dios, estas diferencias son poco importantes y deberían ceder paso a la comunión.

La comunión es el caballo de batalla de la Iglesia hoy, tal vez por esto Benedicto XVI insiste tanto en la unidad de los cristianos. Se habla de democracia dentro de la Iglesia. Pero la Iglesia debe aspirar a mucho más que la democracia. La democracia, de entrada, es un sistema político basado en el poder, aunque éste sea del pueblo. La Iglesia no es un sistema político, sino una familia unida por el amor, y no por las ideas. En la Iglesia prima el servicio y no el poder. Quien une a la Iglesia no es la doctrina, sino una persona: Jesucristo. Fidelidad a la Iglesia significa fidelidad, por amor, a esta persona y a quienes la representan, con todos sus fallos y limitaciones humanas.

Esto no quiere decir que, de manera objetiva, no deban cambiarse muchos aspectos de la institución de la Iglesia, revisar criterios de fondo y corregir errores del pasado, pidiendo perdón, como lo hizo Juan Pablo II, y tomando medidas para mejorar en el futuro. Pero esto nunca nos puede llevar a atacar nuestra Iglesia –nuestra propia familia.

La comunión no puede ser forzada. Es imposible afianzarla sin algo previo: el amor y la lealtad, que no es sumisión ni obediencia ciega. La verdadera “obediencia” cristiana es una donación libre y, porque se ama, se acepta y se respeta al otro, amando incluso sus diferencias y sus maneras de pensar y de hacer diferentes. Sólo en este amor, que asume las diferencias, es posible la comunión. Y el Espíritu Santo asume estas diferencias y las convierte, misteriosamente, en instrumentos de la providencia. Es tanto el poder del amor de Dios, que incluso los errores son convertidos en motivos de crecimiento. A Dios no le importan las ideologías ni los defectos personales, sino la voluntad y la capacidad para amar. Dios ama tanto a una anciana conservadora que reza el rosario como al teólogo más avanzado, y no mira su intelecto, sino la bondad de su corazón y el amor con que se dirigen a él.

El principal riesgo para la Iglesia no está fuera, en la sociedad laicista y plural, sino dentro, en nuestra división interna, y en nuestro querer primar nuestras ideas por encima de la caridad. El mismo Papa en su homilía del inicio de su pontificado, lo dijo con palabras muy profundas: Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia.

Todos los cristianos deberíamos vivir más abandonados en manos de Dios y confiar en su sabiduría, que a veces no comprendemos y nos parece contradictoria o misteriosa. Pero la caridad nos hace creer, aunque no comprendamos totalmente, y nos hace vivir con esperanza. Y con el tiempo lo iremos entendiendo, si estamos abiertos al soplo del Espíritu.

Como cristianos, nunca debemos olvidar nuestra dimensión contemplativa. Tal vez nos falta oración y perspectiva desde la mirada de Dios. Por esto damos tanta importancia a lo más superficial –ideas, criterios, tendencias, talantes...- y no nos abrimos a lo que realmente es esencial en la vida cristiana, que no son las ideas, sino el amor solícito y misericordioso hacia todos.


viernes, abril 29, 2005

De la solidaridad humana a la generosidad cristiana


La solidaridad humana

La solidaridad es un valor fundamental en la vida del hombre y en la sociedad. Según las estadísticas, España es una de las naciones más solidarias del mundo, especialmente ante las grandes catástrofes. Hay infinidad de ONG que se dedican a paliar estas situaciones.

En España hay censadas más de 250.000 ONG. Sólo en Barcelona provincia hay unas 11.000 activas. Se constata que hay un nervio solidario muy importante en España, especialmente sensible en la ayuda al tercer mundo.

Existe una sensibilidad innata en muchas personas que las empuja a ayudar a los demás, sin tener necesariamente el don de la fe. La solidaridad es una exigencia ética.


La generosidad cristiana

Más allá del imperativo ético o de la sensibilidad humana, en los cristianos existe una dimensión trascendental de la solidaridad. Es una actitud vital de reconocimiento y gratitud, porque somos conscientes de todo cuanto hemos recibido sin merecerlo, por puro don de Dios. Este agradecimiento nos hace mirar hacia los más pobres, que son los que están preferentemente en el corazón de Cristo. No ayudamos a los demás por obligación sino por compromiso cristiano. Muchos voluntarios dan parte de su tiempo y de su vida para hacer bien a los demás.

Entre los creyentes, es Cristo quien nos motiva a ayudar a los demás, siguiendo su ejemplo. La generosidad ha de ser una actitud permanente en el cristiano. No se trata sólo de dar dinero, se trata de saber escuchar, de dar un buen consejo, de dedicar tiempo para ayudar a los demás.

La Iglesia promueve diversas campañas para despertar la solidaridad de los cristianos. Nuestra Iglesia es mendicante y pide como pobre, pues hay muchas obras y misiones que sostener. ¡Ojalá saliera de los propios cristianos el impulso de ayudar generosamente sin que ésta tuviera que pedir tan insistentemente! Ayudar al prójimo debería ser una actitud natural, algo intrínseco del ser cristiano. No debería costarnos querer dar un poco de lo que Dios nos ha regalado de antemano en abundancia.


La generosidad de Dios

La generosidad arranca del mismo Dios. Él nos lo ha dado todo y aún más: nos regala a su Hijo, que se deja matar por amor a la humanidad. No una sola vez: continuamente nos lo está regalando, y él se nos hace presente para que podamos comer de su cuerpo cada vez que celebramos la Eucaristía. Nos da más que su palabra y su tiempo: se nos da él mismo. Los cristianos no podemos ser negligentes ante la gratuidad de Dios para con nosotros. Esta ha de ser nuestra meta: dar sin esperar nada a cambio. Y dar como Dios da: con esplendidez y sin regatear. La generosidad ha de marcar nuestro talante cristiano. Nuestro testimonio de magnanimidad es necesario en una sociedad tan falta de gratuidad, donde todo se hace por interés o por obtener algo a cambio.

Dios ha buscado la excelencia en todo lo que nos ha dado. Nosotros tenemos la opción de responder con toda libertad a su gran amor y generosidad. El hombre siempre estará en deuda con Dios. ¡Qué menos puede hacer que responderle dando algo de sí a quien lo necesita! Imitemos la generosidad de Dios, tal como dice San Pablo: “gratis habéis recibido, dad gratis”.

domingo, abril 24, 2005

Calidad y ética en la política

Con la caída del muro de Berlín queda patente que las ideologías de los siglos anteriores ya no tienen el sentido que tuvieron en su origen. Hoy, un buen político es un buen gestor que sabe trabajar con eficacia por el bienestar real de los ciudadanos. Cuando los políticos de más éxito son los mejores vendedores de su imagen, la democracia está en peligro. Hoy vemos que, muchas veces, obtienen más votos los partidos que saben vender mejor a sus candidatos. Es como el mundo de la publicidad. El partido que tiene más fondos y mecenas y que sabe llevar la mejor campaña, con los candidatos que tienen una imagen más atractiva, ése partido vence. Y esto no significa necesariamente que sean los mejores gestores de la administración pública. Ya Platón decía que el gran riesgo de la democracia –el poder del pueblo- es que acabe siendo una demagogia –la manipulación del pueblo.

Un aspecto que la administración exigirá en breve a las asociaciones y entidades no lucrativas es la certificación en calidad. Es muy positivo, pues este certificado ayudará a trabajar con mayor profesionalidad a muchas organizaciones. Con la salvedad que supone unos medios económicos muy elevados que la mayoría de entidades no poseen o destinan directamente a sus proyectos y beneficiarios directos. ¿Sólo las grandes y potentes ONG podrán certificarse? ¿Sólo ellas podrán recibir ayudas porque han pasado el examen de calidad? ¿Ayudarán los gobiernos financiando esta certificación a las pequeñas entidades?

¿Por qué la administración no da ejemplo la primera y se plantea la certificación de calidad de ayuntamientos, ministerios y otros órganos de gobierno? Su función es trascendental: si han de servir al ciudadano, deberían cumplir los parámetros de calidad. Sólo entonces, con total justicia, podrán exigírsela a las pequeñas organizaciones, ayudándolas con medios y recursos. No estamos negando la necesidad y la bondad de una certificación de calidad y de una coordinación en redes de las ONG. Estamos hablando de coherencia política. Hablamos de seriedad en la administración. Exigen lo que ellos no practican. ¿O acaso deberíamos citar aquella frase evangélica de “haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen”?

El mundo asociativo aún ha ido más lejos que la administración en otro aspecto crucial: la ética. ¿Alguna administración se ha planteado certificarse en ética? Ya existe una norma ética en nuestro país, que algunas empresas y ONG han aprobado. ¿Qué dice la administración a esto? Calla. ¿Por qué? ¿No le interesa?
La ética debe ser el norte de cualquier iniciativa: política, económica, social. El único fin de la ética es el bien de la persona humana, por encima de ideas, creencias y culturas. El tercer sector lo ha entendido y lo está haciendo. Los políticos, como mínimo, deberían apoyar estas iniciativas, antes que ponerles barreras.

miércoles, abril 20, 2005

Fundamentos teológicos de la calidad

La calidad es una de esas palabras “talismán” de nuestra sociedad, utilizada por muchos empresarios, consultores, profesores y ejecutivos. Tan ensalzada está que ha llegado casi a la categoría de ley, pues hoy día se certifica y se acredita con toda clase de documentos, inspecciones y estudios. La calidad es una garantía de fiabilidad para toda empresa, institución o producto.

Existen muchos métodos para conseguir la calidad. Los expertos han elaborado complejos métodos y procesos para medir y comprobar la calidad. Este concepto, tan propio de la cultura empresarial, empieza a llegar a otros sectores sociales, especialmente al campo de las ONG y las instituciones docentes, religiosas, sanitarias... Cuando la calidad llega a estos campos, necesita un fundamento más allá de la pura certificación de calidad. No se trabaja por calidad “para” obtener una calificación, sino “porque” se parte de unos valores y principios.

Desde el punto de vista cristiano, la calidad no es una mera exigencia social, sino un deber moral intrínseco de la persona.

¿Qué es la calidad? Dejando aparte definiciones técnicas, la calidad, en palabras llanas, es “hacer las cosas bien”. No sólo basta con hacer cosas “buenas”. Esas cosas deben hacerse con excelencia. Es el “cómo” lo que interesa, más que la acción en sí.

¿En qué valores o fundamentos nos podemos basar los cristianos para alcanzar la calidad? El primer maestro en calidad es el mismo Dios, Creador. El ha creado el universo con excelencia inigualable –“y Dios vio que era bueno”- dice el Génesis. Al regalarnos el mundo, la naturaleza, la belleza de todo lo creado, ha pensado en su criatura y en lo mejor para ella. Dios ha creado un hermoso jardín –el mundo- para que vivamos en él. Y no ha escatimado en calidad. Ha volcado toda su creatividad, toda su inteligencia amorosa, todo su ingenio y su libertad para crear un mundo de belleza incomparable.

Si al crear el universo y el mundo Dios ha derrochado ingenio y creatividad, aún más lo ha hecho al crear el ser humano, “a su imagen”. En nuestra creación Dios se ha recreado, con su más pura artesanía, volcando amor en cada gesto creador. Como una filigrana, nos ha moldeado con infinita delicadeza y nos ha infundido una gran fuerza interior, capaz, como él, de amar, de recrear, de construir, de inventar, de embellecer su propia obra y acabarla.

Dios ha sacado un “cum laude” en calidad a la hora de crear el mundo y el hombre. El es nuestro modelo. Para un cristiano, la calidad debe ser una manera de hacer al modo de Dios. ¿Cómo haría Dios este trabajo? Esta es la gran norma para la calidad en nuestra vida cotidiana.

En Jesús, la calidad de Dios llega a su máxima expresión y plenitud. Jesús fue hombre, vivió entre nosotros. Su vida también nos enseña el arte de la calidad.

Para un cristiano, la calidad es el arte de hacer según Dios. Esta motivación es suficiente para lanzarnos, con creatividad, a revolucionar y mejorar nuestro trabajo, incluso en el mundo empresarial. Porque, además, esta calidad siempre tendrá en cuenta el máximo bien de la persona. Será una calidad íntimamente ligada a la caridad. “Caridad con calidad”, esta podría ser una máxima para el trabajador, el voluntario, el ejecutivo, el empresario cristiano.

Por otra parte, no basta con llegar a la calidad técnicamente perfecta. También es necesario tener en cuenta a las demás personas de nuestro entorno. Una calidad sin solidaridad está vacía de sentido. Podemos hacer algo de manera excelente, incluso un apostolado. Si no tenemos en cuenta el bienestar de las personas, especialmente de las más alejadas o marginadas, nuestra calidad será vanidad. Esta reflexión deberían hacerla muchos gobiernos y empresas, que luchan por conseguir la calidad y un estado del bienestar, pero hacen poco por remediar las situaciones de pobreza de muchas personas. Jesús hizo las cosas bien, y nunca desatendió a los pobres. El es nuestro gran referente en la calidad.

Joaquín Iglesias
Fundación ARSIS