Cansancio y confusión
Hablando con mucha gente, noto un cansancio «pandémico».
Desde marzo de 2020 los medios están alimentando el pánico entre la
población. Todos los medios, de todo el mundo y a todas horas, no paran de
martillearnos sin descanso, día y noche, con noticias sobre la pandemia.
¿Realmente esto contribuye a dar paz y a mejorar la salud de la ciudadanía?
A la hora de tratar con rigor periodístico las claves de
esta pandemia, constato una enorme confusión. Los periodistas hablan como
científicos y los políticos parecen ir a la deriva, cambiando de criterio y de
norma. Los médicos y los sanitarios están desorientados ante los protocolos
contradictorios y teledirigidos. Los datos epidemiológicos no se ajustan a la
realidad. Mientras tanto, algunas empresas, tanto farmacéuticas como
tecnológicas y de otra índole, están amasando beneficios escandalosos.
Si alguien intenta dar otra opinión diferente a las líneas
establecidas, se aplica una censura vergonzosa, propia de las peores dictaduras.
Se fomenta el enfrentamiento entre partidos y entre grupos sociales, y se
descarta favorecer el diálogo entre investigadores y científicos. La opinión
oficial se impone, la ciencia se estanca y, mientras tanto, nuevas variantes
del virus corren a sus anchas.
Después de intensas campañas de vacunación y de aplicar duras
medidas restrictivas, se nos dice que los contagios suben y esto no tiene visos
de arreglarse nunca. Se hicieron promesas esperanzadoras con las vacunas,
ofreciendo protección contra el virus; ahora ya se está anunciando una cuarta
dosis. Con el 90 % de la población vacunada, los contagios se suceden, las UCI
están llenas de personas vacunadas y las variantes proliferan.
¿Qué sucede en realidad?
¿Qué está ocurriendo? ¿Se está diciendo toda la verdad?
Nunca avanzaremos si se dogmatiza la ciencia y se cierran otras posibilidades
de investigación y tratamiento. La ciencia avanza cuando hay debate, cuando se
comparten hallazgos, cuando se estudia y se busca la verdad, aunque los
resultados no sean los esperados. Está claro que, desde un punto de vista de la
eficacia, todas las medidas tomadas nos han llevado a ninguna parte: parece que
estamos igual.
O aún peor, pues las restricciones han hundido la economía y
han hecho caer en la pobreza a muchas familias, destruyendo pequeñas empresas y
llevando al paro a miles de personas. Nos enfrentamos ante una situación de
carencia generalizada, que aboca a muchos a la depresión y al suicidio.
Evidentemente, estos datos no se divulgan tanto.
¿Qué sucede? Tengo la impresión de que los medios, con su
martilleo informativo, en realidad están confundiendo a la población. Los datos
parciales o poco contrastados desorientan a la gente, llevándola a una
situación de ansiedad y parálisis por miedo. Cuando tengo ocasión, cotejo
ciertas informaciones y me quedo escandalizado ante la falta de rigor
periodístico de los medios. No sólo desinforman, sino que a veces mienten. Se
han convertido en instrumentos de propaganda al servicio de la mentira y a cambio
de quién sabe qué precio. Algunos grandes medios, que estaban en bancarrota,
han recibido cuantiosas subvenciones. ¿De quién? Vale la pena informarse y
reflexionar sobre ello.
Estos medios, comprados y politizados, han vendido su alma
al diablo para mantener sus audiencias o sus lectores. Los periodistas han
renunciado a su código ético. Ya no les importa transmitir la verdad, sino
mantener su puesto y su salario. Han renunciado a lo genuino de su profesión,
que debía contribuir al debate y al equilibrio de la vida política, para
mantener el poder a raya. Ya no son informadores, sino mercenarios de empresas
mediáticas al servicio del poder.
Artillería psicológica
Enciendo la tele, o la radio, y me resulta vomitivo escuchar
una y otra vez las mismas noticias. Bien se puede hablar de terrorismo
informativo. No se quiere que la gente piense, se cuestione, haga preguntas
sobre la pandemia y la situación mundial. No: nos quieren aturdidos
permanentemente, abrumados, manipulados y asustados, para evitar que podamos
analizar la realidad. Quieren abducirnos y convertirnos en una masa de
autómatas obedientes a su discurso.
Me preocupa que esta artillería sicológica, diseñada por
ingenieros sociales que conocen perfectamente sus efectos, contribuya a que
muchos ciudadanos caigan de rodillas ante los poderosos y lleguen a rendirles
culto. La pandemia se ha utilizado para conseguir una total sumisión de la
sociedad a los criterios que vienen de «arriba», incluso renunciando a derechos
elementales por los que en otras épocas nosotros y nuestros padres lucharon.
Hablo con mucha gente, y veo que el hartazgo empieza a
manifestarse. La gente se pregunta por qué los vacunados, incluso con la pauta
completa, enferman y acaban en el hospital, algunos en la UCI. Esto, aparte de
los numerosos efectos secundarios que dejan secuelas, a veces irreversibles, en
personas a quienes se les arrebata la vida normal que llevaban antes de
vacunarse. Muchos conocemos a alguien cercano que ha pasado por esto; se
recogen datos sobre los contagios, pero no se recogen debidamente datos sobre
los efectos de la vacunación, cuando serían muy útiles para valorar su eficacia
y posibles mejoras en el futuro.
Tregua informativa
Me apena ver a tantas personas diezmadas, con dolor y
enormes incertezas. Sabéis que, como escritor, me gusta investigar para tener
claro lo que está sucediendo, aunque esto me cueste alguna que otra crítica. La
búsqueda de la verdad está por encima del miedo a que te etiqueten los
temerosos o los que no quieren que cuestiones nada. En el centro de todos mis
escritos hay una búsqueda incesante de la verdad, y no lo dejaré de hacer. Es
una exigencia que deriva de mi vocación y que está por encima de todo poder.
Cada vez se están viendo más las grietas en la gestión de
esta pandemia, y en ellas se traslucen intereses ocultos e inconfesables. Deseo
con toda mi alma que algún día las negligencias políticas y sanitarias sean
denunciadas y llevadas ante la justicia, y que se pueda resarcir en la medida
de lo posible a tantas víctimas de esta batalla pandémica que se libra en el
campo de la comunicación.
Me hubiera gustado que en Navidad, al igual que sucede con otras
guerras, se hubiera pactado una tregua y el bombardeo mediático hubiera cesado,
aunque sólo fuera un día. Que, por un día, la palabra Covid se hubiera omitido y las personas hubiéramos podido gozar de
un descanso merecido después de tantos meses de flagelo informativo.
No cuestiono el virus, sino el tratamiento mediático y político de esta crisis sanitaria que ha invadido nuestras vidas y que está llevando al límite a la población de todo el mundo. No quiero confundir a nadie, pero sí quiero invitar a mis lectores a que nunca renuncien a su capacidad de pensar y al ejercicio absoluto de su libertad. La verdad no está reñida con la esencia del ser humano; Dios nos ha dado una capacidad de raciocinio para penetrar la realidad y hacernos preguntas, siempre buscando el mayor bien para los demás.