domingo, enero 17, 2021

¿Un futuro incierto?


Tras muchas conversaciones con personas conocidas, he podido palpar en sus ojos un miedo latente, contenido, a punto de estallar. Pues la situación de la pandemia se recrudece, las expectativas auguran una etapa larga de sufrimiento y un panorama complejo que va a poner en jaque mate la propia estructura social de nuestro país.

Con una economía debilitada, un paro atroz que va en aumento y unas medidas sanitarias frente al Covid-19 que no son eficaces, y unas relaciones sociales convertidas en relaciones virtuales, todo esto va debilitando la naturaleza psicológica de la persona, y la esperanza queda engullida ante un horizonte oscuro.

Son muchos los que cuestionan la disyuntiva entre salud y economía, desde médicos, sociólogos, empresario y otros pensadores. Plantear esta disyuntiva es imposible, porque no se puede separar esta doble realidad; la una no debería prevalecer sobre la otra. Muchos se preguntan si los gobernantes fundamentan sus decisiones en criterios científicos o políticos. La sociedad está cada vez más dividida, y la figura de los políticos cada vez más cuestionada, pues a menudo carecen de una conducta ética y son muchos los que piensan que se están aprovechando de la pandemia para sacar réditos partidistas. Lo cierto es que hay un desconcierto ante la gestión de la pandemia. La verdad es que esto me preocupa porque genera confusión a muchas personas.

Entre los medios de comunicación empiezan a surgir voces que cuestionan el discurso oficial y, sobre todo en las redes sociales, se da una batalla campal entre los crédulos y los conspiranoicos. Lo cierto es que, más allá de las posturas enfrentadas, desde un punto de vista científico, el Covid-19 sigue generando muchas dudas ante miles de preguntas que surgen sin encontrar respuesta convincente, por la falta de un debate serio sobre el tema.

Los medios de comunicación y los políticos van por un lado; los médicos están muy divididos y los virólogos, epidemiólogos e inmunólogos plantean serias dudas, no porque cuestionen la existencia del Sars-Cov-2, sino porque les inquieta la escasez de estudios científicos concluyentes y les preocupa que las decisiones adoptadas no sólo sean éticamente correctas, sino que estén fundamentadas en criterios realmente científicos.

Lo que es evidente es que, si por salvar la salud, muere la economía, la falta de esta acabará matando la salud. Es necesario un profundo discernimiento que vaya más allá del discurso repetitivo sobre el Covid-19 y, sobre todo, un análisis desde la serenidad. Nuestros gobernantes, quizás en algún momento por falta de lucidez, pueden errar. A veces hay que poner distancia ante los medios y las noticias, ser críticos y cuestionar ciertas medidas que imponen los gobiernos, y esto no es necesariamente “negar el bicho”. Tenemos derecho a opinar de manera respetuosa y a cuestionar ciertas decisiones. Si lo hacemos con otros temas y aspectos de la vida política que no nos gustan, ¿por qué en este tema nadie puede opinar diferente? Algunas personas me dicen que siempre hemos sido muy críticos con nuestros políticos, sobre todo ante los casos de corrupción y sus conductas poco éticas. Sin embargo, ahora, ante esta crisis, les estamos brindando una confianza ciega, que raya el sometimiento y el servilismo. ¿Por qué esta obediencia inusual a nuestra casta política? Porque esta vez han utilizado un arma poderosísima con el total apoyo de los medios de comunicación subvencionados: el miedo.

El miedo ante un virus desconocido y contagioso, el pánico colectivo, el temor a morir, ha sido el gran recurso sicológico que han empleado las autoridades de todo el mundo para someter, voluntariamente, a una gran parte de la población. A base de mensajes bien estudiados, eslóganes y consignas, pretenden quitarnos la capacidad de razonar, dudar o criticar. Con las medidas policiales y de control, están logrando sembrar la desconfianza y convertir a unos ciudadanos en vigilantes de otros. Con el aislamiento y la digitalización, se evitan los encuentros sociales, se enfrían las relaciones familiares y se apagan las iniciativas de grupo. No hay individuo más frágil que el que está solo y aislado. Y mientras la gente sufre, espera y obedece, hay quienes no están sufriendo los efectos de la pandemia, sino recogiendo enormes beneficios. La economía y la crisis sanitaria, para algunas grandes empresas y corporaciones, han ido de la mano. La pandemia, para otros, ha sido una gran excusa para afianzarse en el poder y recortar, cada vez más, las libertades de la gente.

Esperemos, sí, que esto termine. No sólo la crisis sanitaria, sino la crisis de miedo, de incertidumbre, de soledad y de aturdimiento colectivo que estamos viviendo. Y que la justicia, y la verdad, salgan finalmente a la luz. Porque la salud de todos también depende de esto.