domingo, junio 20, 2021

Hambre de dignidad


La realidad de la pobreza tiene varios rostros. Son muchas las razones ocultas que arrastran a algunas personas hacia el arcén de su vida, a causa de situaciones que no han podido gestionar, como puede ser un desamor, una adicción que no superaron o un rechazo social en el que han caído sin querer, dificultades económicas, laborales o incluso familiares. Pero todos pasan por un hondo sentimiento de soledad. Ni la administración, ni la sociedad, ni su entorno más inmediato han sido capaces de resolver, acoger, escuchar ese profundo lamento que tienen en su corazón.

No encuentran respuesta que calme su alma herida. Sienten que todo el mundo los rechaza porque se han convertido en seres improductivos que, además, generan problemas sociales. Abandonados, descartados, se convierten en una masa invisible que deambula entre los vacíos de una sociedad que mira hacia otro lado, porque le duele ver tanto sufrimiento. Prefiere anestesiarse para no oír el grito lacerante. Cuántas personas viven en la bruma, aletargando su capacidad de respuesta solidaria. Pero el gemido de los pobres es un clamor que llega a los oídos de Dios.

Sólo nuestra respuesta, clara, firme y generosa, puede como mínimo suavizar tanta agonía en estas personas fragmentadas, ofreciéndoles razones para ir desafiando, con serenidad, la indiferencia letal. Para muchos de ellos, sobrevivir es una ardua lucha, no sólo por comer, sino por conservar algo tan sagrado como su dignidad.

Escribo esto a raíz de una experiencia que he visto y he vivido. Como cada día, desde San Félix estamos dando de comer a unos 50 indigentes. Hoy he tenido la ocasión de estar más cerca de ellos, especialmente cuando recogían sus tuppers con el menú. Según me cuentan los voluntarios, y hoy he podido verlo, día sí y día no siempre hay disputas entre ellos. Los hay que agradecen la comida, pero algunos se enfadan, gritan y exigen con amenazas. La atención y la acogida puede ser agotadora.

Algo más que alimento

Pienso que el problema no es sólo la falta de alimento y la buena acogida. Ante ese grito, esa necesidad vital que pide de manera apremiante que sea ya, y que lo resolvamos en ese momento, la comida se convierte en un paliativo. Ellos necesitan algo más que llenar su estómago. Cubrir una necesidad básica es insuficiente y no logra erradicar su situación de marginalidad y pobreza. Hacemos lo posible para que esos momentos de reparto sean una brisa suave que les haga sentirse aceptados, queridos y dignos. Y aunque sólo sean unos pocos minutos, que les brinden un espacio cálido y amable. Aunque parezca poco, algo se nota en algunos de ellos, porque te miran a los ojos y te dan las gracias.

Para nosotros, ese momento tan breve es crucial para hacerles sentir que detrás de ese trozo de pan o de esa fiambrera hay una gran generosidad por parte de los voluntarios y de quienes han preparado la comida. Queremos hacerles sentir que son alguien, una persona, un ser digno de ser amado. Para nosotros es extraordinario darles aliento y esperanza: forma parte de nuestra misión como Cáritas y como Iglesia en medio del mundo.

Sabemos que nuestro margen es estrecho porque no tenemos suficientes recursos ni equipamiento, y escaso apoyo de la administración. Quizás sólo tengamos eso: una brisa bajo la sombra de un árbol y unas palabras amables. Pero, frente al calor tórrido de sus vidas, un aire fresco hace eterno ese instante, que necesitan alargar.

Una política injusta

Desde este lugar, en estas trincheras, donde vemos tan de cerca la vulnerabilidad de los pobres, emerge dentro de mí otro tipo de grito. Es un dolor que me sale de las vísceras frente a una sociedad opulenta que vive nadando en la sobreabundancia y aparta a un lado a los que naufragan sin tener nada, lanzados a las mareas de la indiferencia, ahogándose en la más absoluta soledad. Ante el abismo donde se precipitan, me planteo muchas preguntas.

Con la enorme carga fiscal que nos impone el estado, ¿cómo es posible que se destine sólo un 0,52 % o un 0,7 % para las obras sociales y solidarias? Es absolutamente vergonzoso. Me parece más importante levantar al caído que levantar iniciativas que sólo favorecen a unas élites que rodean a los políticos. Cuánto dinero se ha desviado en corrupción y en propaganda, en tráfico de influencias, en favorecer a los amigos o a los afiliados al partido, en comprar votos o invertir en negocios ruinosos que no tienen utilidad pública, pero que enriquecen a unos cuantos. A veces roban directamente, bajo la apariencia de legalidad. Los impuestos sobrepasan en mucho ese mínimo 0,52 %. Aparte de la mala gestión de los recursos públicos, que acaban sirviendo la causa ideológica de los partidos, es un escándalo que, mientras tanto, un número creciente de personas queden descartadas y se vayan convirtiendo en sombras sin rostro y sin nombre. Se da un uso y abuso de los recursos públicos, sin que estos tengan como objetivo primordial cubrir las necesidades reales de toda persona.

Cuando se hacen políticas sin tener en el centro a la persona y sus necesidades, están prostituyendo el ejercicio de la política: dejan de servir, para servirse de los ciudadanos. Cuando la soberanía recaiga de verdad en el pueblo, estaremos hablando de democracia real y no de partidocracia, donde la casta política sólo busca su bienestar con apariencia de seudo-solidaridad y exhibiendo un discurso buenista para fingir que están en sintonía con el pueblo. Sólo una persona desatendida en sus necesidades más básicas delata el fracaso de la política social. No se puede consentir esta terrible desigualdad entre los que tienen mucho y los que apenas tienen nada. Incluyo entre los ricos a la clase política y a los que viven de ella.

No se puede permitir que tanta gente viva en el arcén de la vida. Si no se atiende a esto, el resto de políticas serán un maquillaje que favorecerá a unos cuantos. Se invierten ingentes cantidades de dinero para cosas superfluas e innecesarias, tirando el dinero a carretas y, sin embargo, regatean las subvenciones y las ayudas. En cambio, a aquellos que están próximos a las ideas del partido, los utilizan como herramienta de propaganda: los recursos se reparten en función de los intereses políticos.

Una frágil democracia

La excesiva fiscalidad asfixia a los que tienen menos, empujándolos hacia el umbral de la pobreza o impidiendo que puedan salir de ella. La pobreza se vuelve estructural y endémica. Estamos frente a los últimos estertores de la «buena política», aquella que se concibe como servicio del pueblo, para caer en la antipolítica, o el mercadeo de los partidos, que actúan como sectas cuando llegan al poder. ¿Cuándo se respetarán los derechos humanos y civiles, la libertad de expresión, movimiento y acción, la justicia equitativa e imparcial?

Cuando la política sucumbe ante el poder y ensalza las ideas por encima de las personas, estamos llegando a una nueva forma de absolutismo que pisotea la dignidad del ser humano. Cuando se prescinde de algo tan sagrado como el valor de la vida, podemos hablar de la muerte de la democracia real, y esta multitud de gente que vive en la pobreza, muchos en la calle, sin recursos, aumentará exponencialmente. Los voluntarios no daremos abasto para acoger a tanta gente echada, literalmente, fuera de la sociedad con la aquiescencia de las administraciones, que dicen hacer lo que pueden, pero hacen bien poco. Nadie mueve un solo dedo para emprender una política valiente de lucha contra la pobreza. Aquí están los voluntarios, convertidos en enfermeros sociales, oxigenando las almas caídas y ahogadas. La Iglesia se ha convertido en un hospital de campaña para todos aquellos que necesitan, al menos, recuperar su dignidad.