domingo, septiembre 03, 2006

Silencio libre y silencio impuesto

Dos clases de silencio

Existen silencios que son constructivos y edificantes para las personas; éstos llevan a vivir la vida desde una perspectiva de paz que impregna todo el ser.

Toda persona que tiene el silencio y la soledad como punto de partida difícilmente se equivocará en las decisiones que tome. Desde el silencio, de una manera armónica y equilibrada, la persona puede orientar su vida hacia una situación de plenitud y alegría existencial.

Pero existen también silencios impuestos y no deseados a los cuales, por circunstancias personales y sociales, uno se puede ver obligado y condenado. Estos silencios producen efectos negativos, pues no son asumidos con libertad y alegría. Cuando el silencio es fruto de un imperativo psicológico o social llega a resultar nocivo para la persona: en lugar de ser constructivo y edificante, produce desánimo, cansancio, tristeza, dolor e incluso desesperación. Ese silencio impuesto como restricción del derecho de expresión y de comunicación anula muchos valores humanos, éticos, estéticos, religiosos, hasta llegar, en casos extremos, a la anulación más elemental: la de la existencia.

Para quienes valoramos la existencia y la persona en si, y disfrutamos de un entorno adecuado que nos permite discernir y contemplar la vida, el silencio es una plataforma desde la cual se pueden ponderar, con objetividad y serenidad, las vicisitudes que atraviesan muchas personas que viven situaciones límite no deseadas.

Silencio y exclusión social

Hoy se habla mucho de la exclusión social como fenómeno sociológico. Desde las instancias públicas y privadas se desarrollan infinidad de proyectos para paliarla. Se habla de dar voz a los “sin voz”. Pese a todo, en ocasiones estos esfuerzos resultan ineficaces.

Ante las problemáticas de la pobreza y la marginación se hace mucha demagogia desde el punto de vista político, tanto desde ideologías de izquierdas como de derechas. Los políticos utilizan las situaciones sociales degradantes para reforzar sus idearios haciendo vanas promesas cuando, en realidad, están poco interesados en resolver estos problemas. Su intención es sacar partido de los buenos sentimientos de las personas, sin llegar a dar respuestas verdaderamente objetivas y eficientes.

Para encontrar posibles vías de solución de las realidades de dolor social es preciso interiorizar de manera consciente y responsable las causas y el trasfondo de la marginación desde el silencio. Tal vez resulte llamativo proponer hacer políticas sociales desde el silencio. Pero es desde una actitud reflexiva y desapasionada como se podrán dilucidar mejor y con mayor objetividad las posibles soluciones a ciertos problemas, dejando a un lado los intereses partidistas y buscando el bien real de las personas. Nuestra sociedad, como nuestros políticos, está falta de pensamiento, de meditación y de silencio. No deberíamos olvidar que han sido necesarios siglos de pensadores, activos en su silencio voluntario y laborioso, para que la humanidad alcanzase sus mayores logros.

El silencio obligado de nuestros pobres y de los que sufren nos interpela a transformar nuestro silencio libre y meditativo en una opción de justicia y solidaridad hacia ellos, sin caer en demagogias o en activismos estériles. Desde el silencio surgirán muchas más posibilidades de atisbar con lucidez perspectivas claras y reales de futuro.