domingo, marzo 27, 2022

La otra cara de la solidaridad

Estos días, con motivo de la guerra en Ucrania, hemos visto un tsunami de solidaridad a nivel planetario. Como toda guerra, esta ha generado un enorme sufrimiento, especialmente en la población civil, víctima de las decisiones del poder invasor. No quiero entrar en el análisis político de este conflicto bélico y sus razones más profundas. Quiero detenerme en otro aspecto esencial que ayuda a paliar tanto dolor: la constancia de una solidaridad sin precedentes. Se ha dado una gran respuesta por parte de oenegés, movimientos, parroquias e incluso particulares que se han organizado para responder a esta situación de conflicto. Son ya miles los muertos por el impacto de los misiles sobre las poblaciones, pero aún son muchos más los que emprenden la huida de su país, como en un gran éxodo, y terminan en campos de refugiados.

Otro ejército pacífico, formado por miles de buenas personas, se ha organizado para llevar a cabo recogidas de alimentos, medicamentos y ropa de abrigo. Desde la parroquia, la iniciativa ha partido de la catequesis. Un grupo de madres ha querido solidarizarse con este gran dolor generado por la guerra, que no sólo devasta casas y ciudades, sino que siega la vida de muchos inocentes. Estas mujeres han querido poner su granito de arena y durante cuatro días consecutivos, puntuales, creativas y diligentes, han estado recogiendo material para Ucrania. Todo se ha embalado en cajas, en medio de un ambiente cordial y solidario, y se ha llevado a una parroquia de Barcelona, donde se irá transportando a Ucrania.

Esta es una cara de la solidaridad: nombres y rostros de personas valientes y creativas, entregadas, que dan su tiempo para contribuir a un hermoso proyecto de paz. Con esto, demuestran su valía y su sensibilidad.

La otra cara la he podido ver también durante estos días. Algunas voluntarias me comentaban, con realismo y preocupación, que para la población que tiene nuestro barrio, la respuesta ha sido muy modesta. La mayoría de cajas recogidas han sido de todo tipo de ropa, no sólo de abrigo, sino prendas con muy poca utilidad para ser enviadas a los campamentos de un país con clima riguroso, en pleno invierno. Lo donado no se ceñía a las necesidades, pese a haberlo indicado repetidamente. El coste elevado del transporte ha obligado a priorizar los alimentos enlatados y el material sanitario, descartando enviar otro tipo de donaciones. Y de esto no se ha recogido tanto como hubiésemos deseado.

La impresión que han tenido algunas voluntarias es que muchas personas han querido aprovechar la petición de ayuda para sacar ropa que no querían y vaciar sus armarios antes de la primavera, librándose de aquellas prendas que les molestan. Es triste que se utilice la solidaridad ante el dolor de una guerra para desprenderse de aquello que ya no se usa. No todos los que han colaborado se han comportado así, por supuesto, pero sí un gran número de personas, y esta actitud ha causado tristeza al equipo organizador.

Pese a todo, sumando y restando, creo que ha valido la pena organizar esta campaña, más allá del éxito en la recogida. Ha servido para movilizar a un equipo valiosísimo de personas que han sido capaces de dar una parte de su tiempo para esta digna labor.

Tenemos por delante un reto: ayudar, con delicadeza y respeto, a que la gente entienda que la solidaridad tiene que ver con nuestros valores, con nuestras referencias morales y nuestra misión en este mundo. Colaborar no es sólo dar algo que te sobra, en un momento determinado. Ayudar es estar en sintonía con las personas necesitadas, dándoles algo que les hace falta y que, tal vez, a ti te puede costar. Ser solidario no es sólo responder a una llamada de cooperación puntual, es un estilo de vida. Puede haber gente de tu entorno: vecinos, amigos o familiares, que también necesiten de ti, aunque no sean medicamentos, ropa o cosas visibles a los ojos de los demás. Que no quepa ninguna duda: la exigencia ética de nuestra respuesta es tanto o más importante que una llamada internacional a donar.

Hagamos descubrir al otro que solidarizarse forma parte de nuestra naturaleza humana. No es moda ni sentimentalismo, es algo que se deriva de un imperativo ético que nos es propio, y que debe impregnar nuestra cultura y nuestros valores. Sólo así conseguiremos que este tsunami, además de ser solidario, también sea efectivo y eficaz.

Ver vídeo en este enlace.

domingo, febrero 06, 2022

La crisis ética de la medicina

Hoy la medicina está en crisis. Más allá de los avances en sus diferentes disciplinas, el enfoque que ha adoptado en los últimos tiempos, primando sobre todo la parte química y farmacológica, ha llevado a una visión reduccionista de la medicina.

Vemos cómo las empresas farmacéuticas marcan una línea terapéutica a seguir, basada en la industria. Son ellas quienes financian la investigación puntera, los congresos médicos y los ensayos clínicos, siempre enfocados a probar la eficacia de tal o cual producto. La persona humana se concibe como una estructura química y celular, una máquina a la que tratar con diferentes sustancias o técnicas quirúrgicas. La medicina alopática ha avanzado mucho, sí, pero olvida que el hombre es más que cuerpo y materia: tiene emociones, sentimientos, recibe impactos y toma decisiones que trascienden lo físico, alterando su conducta y condicionando su psique. Es en este delicado terreno donde la medicina aún no ha encontrado muchas respuestas y debe ampliar su horizonte terapéutico para no caer en la excesiva medicalización de los pacientes.

Una enfermedad a menudo necesita algo más que pastillas. Por otra parte, se ha comprobado que la ingesta prolongada en el tiempo de ciertos fármacos produce efectos indeseados en el paciente, que pueden agravar su enfermedad o provocarle otras. Se sabe que la cuarta causa de muerte no natural en los países occidentales es la mala praxis médica. Son miles de muertes cada año, y esto significa que los medicamentos están provocando muchas muertes. De esto se habla poco en los medios.

Un negocio muy lucrativo

Por otra parte, los colegios médicos, las publicaciones científicas y las fundaciones están siendo inyectados con generosas sumas de dinero por parte de la industria farmacéutica: la ciencia está cautiva de un mercado poderoso, capaz incluso de condicionar las políticas sanitarias de los países.

El médico, recetando a diestro y a siniestro, se convierte en un instrumento al servicio de estas empresas. En ocasiones, lo último que tiene en cuenta es el historial médico del paciente: priman el beneficio y las comisiones que va a cobrar por emitir sus recetas.

Sé de primera mano el caso de personas cercanas cuya salud se ha ido deteriorando por un grave desacierto en las terapias farmacológicas que les han prescrito. No sólo no se han curado, sino que su estado ha empeorado hasta producirles graves trastornos y una dependencia total. Cuando la patología sólo se aborda mediante el suministro de medicamentos, con la cantidad de efectos adversos que producen, el remedio acaba siendo mucho peor que la enfermedad. Los médicos no han actuado como terapeutas, sino como mercenarios del gran negocio farmacéutico. Los pacientes han quedado reducidos a meros consumidores y clientes.

Con esto no quiero generalizar, porque también conozco médicos muy fieles a su juramento hipocrático que se mantienen íntegros y buscan el bien de sus pacientes, explorando todas las alternativas posibles. Como en todos los campos profesionales, es lamentable que muchos reduzcan su noble profesión a un mercadeo por dinero. Y más en el caso de los médicos, cuya misión es el cuidado sagrado del cuerpo humano.

La persona es más que un cuerpo

Me preocupa este reduccionismo de la medicina, porque responde una idea del ser humano muy limitada e inexacta: una visión materialista de la persona, reducida a mero cuerpo, sometida a las leyes físicas y químicas, que se puede manipular a criterio del médico con cualquier producto.

La soberbia de este enfoque, además, sataniza, ridiculiza y acusa de irresponsables a los médicos que adoptan otras posiciones o alternativas. Los critica, tachándolos de chamanes, gurús o charlatanes, cuando a menudo son profesionales que investigan vías terapéuticas valiosas y de interés científico. Pero hay una posición oficial, refrendada por los colegios médicos, que acaba convirtiéndose en tiranía sanitaria. Desde el orgullo médico y el trono de la autosuficiencia, se erigen como jueces, decretando protocolos y terapias, prohibiendo salirse de los carriles que marcan las grandes compañías farmacéuticas, sus mecenas.

La primera máxima del médico es no hacer daño. Como he comentado antes, y por la información que tengo, sé que hay más de 5 000 querellas presentadas contra médicos y hospitales por negligencia y mala praxis. Muchas de estas querellas han sido aceptadas a trámite; los médicos responsables han sido imputados y algunas sentencias han decretado su inhabilitación en el ejercicio de la medicina, así como el cese en sus cargos y responsabilidades. Un ejército de abogados expertos en derecho sanitario está denunciando actuaciones contra la salud de los ciudadanos, cometidas por la clase médica. Es lamentable que esto ocurra en una profesión vocacional como esta. La salud tiene implicaciones éticas y de respeto a la vida de la persona. En la medicina oficial se han dado hechos punibles que jamás hubieran tenido que ocurrir. El médico no es ningún Dios y su gestión debe estar controlada y vigilada para que no se repitan los excesos y abusos. En la historia de la medicina se han cometido hechos muy reprobables que claman al cielo. La medicina ha de volver a poner en su centro al ser humano, la persona íntegra, por encima del dinero y el lucro.

Humanizar el trato paciente-médico es otro reto. Hemos de pasar de la medicina industrial a la medicina familiar y cercana, al cuidado respetuoso, generando una complicidad entre médico y paciente que permita un trato personal y que facilite el proceso curativo. Hemos de rescatar la medicina, limpiándola de todas esas capas que la han transformado en un negocio, manchando la vocación médica y haciéndola caer en el mercantilismo sanitario. Esto pasa por replantearse la propia ciencia médica, despojándola de la tiranía jerárquica y dogmática de las corporaciones y recuperando la relación de tú a tú entre el paciente y el médico.

* * *

Lo veo necesario y urgente. Porque no me parece que sea este el camino que va a tomar la medicina en los próximos años. Con la pandemia, se ha empezado a implantar la teleasistencia, cerrándose muchos ambulatorios y dejando sin atención a muchas personas, sobre todo mayores, que echan en falta la presencia cercana de su médico de cabecera. La medicina también se quiere digitalizar, con toda clase de dispositivos y programas de análisis y medición de las constantes vitales. Se producen muchos avances tecnológicos para el control de la salud y la prescripción de fármacos de última generación, totalmente personalizados y adaptados al paciente. Se invierte mucho en tecnología, pero se pierde el contacto humano, clave en la curación. ¿Realmente estamos avanzando?

domingo, enero 09, 2022

Buscando la verdad

Cansancio y confusión

Hablando con mucha gente, noto un cansancio «pandémico». Desde marzo de 2020 los medios están alimentando el pánico entre la población. Todos los medios, de todo el mundo y a todas horas, no paran de martillearnos sin descanso, día y noche, con noticias sobre la pandemia. ¿Realmente esto contribuye a dar paz y a mejorar la salud de la ciudadanía?

A la hora de tratar con rigor periodístico las claves de esta pandemia, constato una enorme confusión. Los periodistas hablan como científicos y los políticos parecen ir a la deriva, cambiando de criterio y de norma. Los médicos y los sanitarios están desorientados ante los protocolos contradictorios y teledirigidos. Los datos epidemiológicos no se ajustan a la realidad. Mientras tanto, algunas empresas, tanto farmacéuticas como tecnológicas y de otra índole, están amasando beneficios escandalosos.

Si alguien intenta dar otra opinión diferente a las líneas establecidas, se aplica una censura vergonzosa, propia de las peores dictaduras. Se fomenta el enfrentamiento entre partidos y entre grupos sociales, y se descarta favorecer el diálogo entre investigadores y científicos. La opinión oficial se impone, la ciencia se estanca y, mientras tanto, nuevas variantes del virus corren a sus anchas.

Después de intensas campañas de vacunación y de aplicar duras medidas restrictivas, se nos dice que los contagios suben y esto no tiene visos de arreglarse nunca. Se hicieron promesas esperanzadoras con las vacunas, ofreciendo protección contra el virus; ahora ya se está anunciando una cuarta dosis. Con el 90 % de la población vacunada, los contagios se suceden, las UCI están llenas de personas vacunadas y las variantes proliferan. 

¿Qué sucede en realidad?

¿Qué está ocurriendo? ¿Se está diciendo toda la verdad? Nunca avanzaremos si se dogmatiza la ciencia y se cierran otras posibilidades de investigación y tratamiento. La ciencia avanza cuando hay debate, cuando se comparten hallazgos, cuando se estudia y se busca la verdad, aunque los resultados no sean los esperados. Está claro que, desde un punto de vista de la eficacia, todas las medidas tomadas nos han llevado a ninguna parte: parece que estamos igual.

O aún peor, pues las restricciones han hundido la economía y han hecho caer en la pobreza a muchas familias, destruyendo pequeñas empresas y llevando al paro a miles de personas. Nos enfrentamos ante una situación de carencia generalizada, que aboca a muchos a la depresión y al suicidio. Evidentemente, estos datos no se divulgan tanto.

¿Qué sucede? Tengo la impresión de que los medios, con su martilleo informativo, en realidad están confundiendo a la población. Los datos parciales o poco contrastados desorientan a la gente, llevándola a una situación de ansiedad y parálisis por miedo. Cuando tengo ocasión, cotejo ciertas informaciones y me quedo escandalizado ante la falta de rigor periodístico de los medios. No sólo desinforman, sino que a veces mienten. Se han convertido en instrumentos de propaganda al servicio de la mentira y a cambio de quién sabe qué precio. Algunos grandes medios, que estaban en bancarrota, han recibido cuantiosas subvenciones. ¿De quién? Vale la pena informarse y reflexionar sobre ello.

Estos medios, comprados y politizados, han vendido su alma al diablo para mantener sus audiencias o sus lectores. Los periodistas han renunciado a su código ético. Ya no les importa transmitir la verdad, sino mantener su puesto y su salario. Han renunciado a lo genuino de su profesión, que debía contribuir al debate y al equilibrio de la vida política, para mantener el poder a raya. Ya no son informadores, sino mercenarios de empresas mediáticas al servicio del poder.

Artillería psicológica

Enciendo la tele, o la radio, y me resulta vomitivo escuchar una y otra vez las mismas noticias. Bien se puede hablar de terrorismo informativo. No se quiere que la gente piense, se cuestione, haga preguntas sobre la pandemia y la situación mundial. No: nos quieren aturdidos permanentemente, abrumados, manipulados y asustados, para evitar que podamos analizar la realidad. Quieren abducirnos y convertirnos en una masa de autómatas obedientes a su discurso.

Me preocupa que esta artillería sicológica, diseñada por ingenieros sociales que conocen perfectamente sus efectos, contribuya a que muchos ciudadanos caigan de rodillas ante los poderosos y lleguen a rendirles culto. La pandemia se ha utilizado para conseguir una total sumisión de la sociedad a los criterios que vienen de «arriba», incluso renunciando a derechos elementales por los que en otras épocas nosotros y nuestros padres lucharon.

Hablo con mucha gente, y veo que el hartazgo empieza a manifestarse. La gente se pregunta por qué los vacunados, incluso con la pauta completa, enferman y acaban en el hospital, algunos en la UCI. Esto, aparte de los numerosos efectos secundarios que dejan secuelas, a veces irreversibles, en personas a quienes se les arrebata la vida normal que llevaban antes de vacunarse. Muchos conocemos a alguien cercano que ha pasado por esto; se recogen datos sobre los contagios, pero no se recogen debidamente datos sobre los efectos de la vacunación, cuando serían muy útiles para valorar su eficacia y posibles mejoras en el futuro.  

Tregua informativa

Me apena ver a tantas personas diezmadas, con dolor y enormes incertezas. Sabéis que, como escritor, me gusta investigar para tener claro lo que está sucediendo, aunque esto me cueste alguna que otra crítica. La búsqueda de la verdad está por encima del miedo a que te etiqueten los temerosos o los que no quieren que cuestiones nada. En el centro de todos mis escritos hay una búsqueda incesante de la verdad, y no lo dejaré de hacer. Es una exigencia que deriva de mi vocación y que está por encima de todo poder.

Cada vez se están viendo más las grietas en la gestión de esta pandemia, y en ellas se traslucen intereses ocultos e inconfesables. Deseo con toda mi alma que algún día las negligencias políticas y sanitarias sean denunciadas y llevadas ante la justicia, y que se pueda resarcir en la medida de lo posible a tantas víctimas de esta batalla pandémica que se libra en el campo de la comunicación.

Me hubiera gustado que en Navidad, al igual que sucede con otras guerras, se hubiera pactado una tregua y el bombardeo mediático hubiera cesado, aunque sólo fuera un día. Que, por un día, la palabra Covid se hubiera omitido y las personas hubiéramos podido gozar de un descanso merecido después de tantos meses de flagelo informativo.

No cuestiono el virus, sino el tratamiento mediático y político de esta crisis sanitaria que ha invadido nuestras vidas y que está llevando al límite a la población de todo el mundo. No quiero confundir a nadie, pero sí quiero invitar a mis lectores a que nunca renuncien a su capacidad de pensar y al ejercicio absoluto de su libertad. La verdad no está reñida con la esencia del ser humano; Dios nos ha dado una capacidad de raciocinio para penetrar la realidad y hacernos preguntas, siempre buscando el mayor bien para los demás.