domingo, febrero 06, 2022

La crisis ética de la medicina

Hoy la medicina está en crisis. Más allá de los avances en sus diferentes disciplinas, el enfoque que ha adoptado en los últimos tiempos, primando sobre todo la parte química y farmacológica, ha llevado a una visión reduccionista de la medicina.

Vemos cómo las empresas farmacéuticas marcan una línea terapéutica a seguir, basada en la industria. Son ellas quienes financian la investigación puntera, los congresos médicos y los ensayos clínicos, siempre enfocados a probar la eficacia de tal o cual producto. La persona humana se concibe como una estructura química y celular, una máquina a la que tratar con diferentes sustancias o técnicas quirúrgicas. La medicina alopática ha avanzado mucho, sí, pero olvida que el hombre es más que cuerpo y materia: tiene emociones, sentimientos, recibe impactos y toma decisiones que trascienden lo físico, alterando su conducta y condicionando su psique. Es en este delicado terreno donde la medicina aún no ha encontrado muchas respuestas y debe ampliar su horizonte terapéutico para no caer en la excesiva medicalización de los pacientes.

Una enfermedad a menudo necesita algo más que pastillas. Por otra parte, se ha comprobado que la ingesta prolongada en el tiempo de ciertos fármacos produce efectos indeseados en el paciente, que pueden agravar su enfermedad o provocarle otras. Se sabe que la cuarta causa de muerte no natural en los países occidentales es la mala praxis médica. Son miles de muertes cada año, y esto significa que los medicamentos están provocando muchas muertes. De esto se habla poco en los medios.

Un negocio muy lucrativo

Por otra parte, los colegios médicos, las publicaciones científicas y las fundaciones están siendo inyectados con generosas sumas de dinero por parte de la industria farmacéutica: la ciencia está cautiva de un mercado poderoso, capaz incluso de condicionar las políticas sanitarias de los países.

El médico, recetando a diestro y a siniestro, se convierte en un instrumento al servicio de estas empresas. En ocasiones, lo último que tiene en cuenta es el historial médico del paciente: priman el beneficio y las comisiones que va a cobrar por emitir sus recetas.

Sé de primera mano el caso de personas cercanas cuya salud se ha ido deteriorando por un grave desacierto en las terapias farmacológicas que les han prescrito. No sólo no se han curado, sino que su estado ha empeorado hasta producirles graves trastornos y una dependencia total. Cuando la patología sólo se aborda mediante el suministro de medicamentos, con la cantidad de efectos adversos que producen, el remedio acaba siendo mucho peor que la enfermedad. Los médicos no han actuado como terapeutas, sino como mercenarios del gran negocio farmacéutico. Los pacientes han quedado reducidos a meros consumidores y clientes.

Con esto no quiero generalizar, porque también conozco médicos muy fieles a su juramento hipocrático que se mantienen íntegros y buscan el bien de sus pacientes, explorando todas las alternativas posibles. Como en todos los campos profesionales, es lamentable que muchos reduzcan su noble profesión a un mercadeo por dinero. Y más en el caso de los médicos, cuya misión es el cuidado sagrado del cuerpo humano.

La persona es más que un cuerpo

Me preocupa este reduccionismo de la medicina, porque responde una idea del ser humano muy limitada e inexacta: una visión materialista de la persona, reducida a mero cuerpo, sometida a las leyes físicas y químicas, que se puede manipular a criterio del médico con cualquier producto.

La soberbia de este enfoque, además, sataniza, ridiculiza y acusa de irresponsables a los médicos que adoptan otras posiciones o alternativas. Los critica, tachándolos de chamanes, gurús o charlatanes, cuando a menudo son profesionales que investigan vías terapéuticas valiosas y de interés científico. Pero hay una posición oficial, refrendada por los colegios médicos, que acaba convirtiéndose en tiranía sanitaria. Desde el orgullo médico y el trono de la autosuficiencia, se erigen como jueces, decretando protocolos y terapias, prohibiendo salirse de los carriles que marcan las grandes compañías farmacéuticas, sus mecenas.

La primera máxima del médico es no hacer daño. Como he comentado antes, y por la información que tengo, sé que hay más de 5 000 querellas presentadas contra médicos y hospitales por negligencia y mala praxis. Muchas de estas querellas han sido aceptadas a trámite; los médicos responsables han sido imputados y algunas sentencias han decretado su inhabilitación en el ejercicio de la medicina, así como el cese en sus cargos y responsabilidades. Un ejército de abogados expertos en derecho sanitario está denunciando actuaciones contra la salud de los ciudadanos, cometidas por la clase médica. Es lamentable que esto ocurra en una profesión vocacional como esta. La salud tiene implicaciones éticas y de respeto a la vida de la persona. En la medicina oficial se han dado hechos punibles que jamás hubieran tenido que ocurrir. El médico no es ningún Dios y su gestión debe estar controlada y vigilada para que no se repitan los excesos y abusos. En la historia de la medicina se han cometido hechos muy reprobables que claman al cielo. La medicina ha de volver a poner en su centro al ser humano, la persona íntegra, por encima del dinero y el lucro.

Humanizar el trato paciente-médico es otro reto. Hemos de pasar de la medicina industrial a la medicina familiar y cercana, al cuidado respetuoso, generando una complicidad entre médico y paciente que permita un trato personal y que facilite el proceso curativo. Hemos de rescatar la medicina, limpiándola de todas esas capas que la han transformado en un negocio, manchando la vocación médica y haciéndola caer en el mercantilismo sanitario. Esto pasa por replantearse la propia ciencia médica, despojándola de la tiranía jerárquica y dogmática de las corporaciones y recuperando la relación de tú a tú entre el paciente y el médico.

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Lo veo necesario y urgente. Porque no me parece que sea este el camino que va a tomar la medicina en los próximos años. Con la pandemia, se ha empezado a implantar la teleasistencia, cerrándose muchos ambulatorios y dejando sin atención a muchas personas, sobre todo mayores, que echan en falta la presencia cercana de su médico de cabecera. La medicina también se quiere digitalizar, con toda clase de dispositivos y programas de análisis y medición de las constantes vitales. Se producen muchos avances tecnológicos para el control de la salud y la prescripción de fármacos de última generación, totalmente personalizados y adaptados al paciente. Se invierte mucho en tecnología, pero se pierde el contacto humano, clave en la curación. ¿Realmente estamos avanzando?