viernes, abril 29, 2005

De la solidaridad humana a la generosidad cristiana


La solidaridad humana

La solidaridad es un valor fundamental en la vida del hombre y en la sociedad. Según las estadísticas, España es una de las naciones más solidarias del mundo, especialmente ante las grandes catástrofes. Hay infinidad de ONG que se dedican a paliar estas situaciones.

En España hay censadas más de 250.000 ONG. Sólo en Barcelona provincia hay unas 11.000 activas. Se constata que hay un nervio solidario muy importante en España, especialmente sensible en la ayuda al tercer mundo.

Existe una sensibilidad innata en muchas personas que las empuja a ayudar a los demás, sin tener necesariamente el don de la fe. La solidaridad es una exigencia ética.


La generosidad cristiana

Más allá del imperativo ético o de la sensibilidad humana, en los cristianos existe una dimensión trascendental de la solidaridad. Es una actitud vital de reconocimiento y gratitud, porque somos conscientes de todo cuanto hemos recibido sin merecerlo, por puro don de Dios. Este agradecimiento nos hace mirar hacia los más pobres, que son los que están preferentemente en el corazón de Cristo. No ayudamos a los demás por obligación sino por compromiso cristiano. Muchos voluntarios dan parte de su tiempo y de su vida para hacer bien a los demás.

Entre los creyentes, es Cristo quien nos motiva a ayudar a los demás, siguiendo su ejemplo. La generosidad ha de ser una actitud permanente en el cristiano. No se trata sólo de dar dinero, se trata de saber escuchar, de dar un buen consejo, de dedicar tiempo para ayudar a los demás.

La Iglesia promueve diversas campañas para despertar la solidaridad de los cristianos. Nuestra Iglesia es mendicante y pide como pobre, pues hay muchas obras y misiones que sostener. ¡Ojalá saliera de los propios cristianos el impulso de ayudar generosamente sin que ésta tuviera que pedir tan insistentemente! Ayudar al prójimo debería ser una actitud natural, algo intrínseco del ser cristiano. No debería costarnos querer dar un poco de lo que Dios nos ha regalado de antemano en abundancia.


La generosidad de Dios

La generosidad arranca del mismo Dios. Él nos lo ha dado todo y aún más: nos regala a su Hijo, que se deja matar por amor a la humanidad. No una sola vez: continuamente nos lo está regalando, y él se nos hace presente para que podamos comer de su cuerpo cada vez que celebramos la Eucaristía. Nos da más que su palabra y su tiempo: se nos da él mismo. Los cristianos no podemos ser negligentes ante la gratuidad de Dios para con nosotros. Esta ha de ser nuestra meta: dar sin esperar nada a cambio. Y dar como Dios da: con esplendidez y sin regatear. La generosidad ha de marcar nuestro talante cristiano. Nuestro testimonio de magnanimidad es necesario en una sociedad tan falta de gratuidad, donde todo se hace por interés o por obtener algo a cambio.

Dios ha buscado la excelencia en todo lo que nos ha dado. Nosotros tenemos la opción de responder con toda libertad a su gran amor y generosidad. El hombre siempre estará en deuda con Dios. ¡Qué menos puede hacer que responderle dando algo de sí a quien lo necesita! Imitemos la generosidad de Dios, tal como dice San Pablo: “gratis habéis recibido, dad gratis”.

domingo, abril 24, 2005

Calidad y ética en la política

Con la caída del muro de Berlín queda patente que las ideologías de los siglos anteriores ya no tienen el sentido que tuvieron en su origen. Hoy, un buen político es un buen gestor que sabe trabajar con eficacia por el bienestar real de los ciudadanos. Cuando los políticos de más éxito son los mejores vendedores de su imagen, la democracia está en peligro. Hoy vemos que, muchas veces, obtienen más votos los partidos que saben vender mejor a sus candidatos. Es como el mundo de la publicidad. El partido que tiene más fondos y mecenas y que sabe llevar la mejor campaña, con los candidatos que tienen una imagen más atractiva, ése partido vence. Y esto no significa necesariamente que sean los mejores gestores de la administración pública. Ya Platón decía que el gran riesgo de la democracia –el poder del pueblo- es que acabe siendo una demagogia –la manipulación del pueblo.

Un aspecto que la administración exigirá en breve a las asociaciones y entidades no lucrativas es la certificación en calidad. Es muy positivo, pues este certificado ayudará a trabajar con mayor profesionalidad a muchas organizaciones. Con la salvedad que supone unos medios económicos muy elevados que la mayoría de entidades no poseen o destinan directamente a sus proyectos y beneficiarios directos. ¿Sólo las grandes y potentes ONG podrán certificarse? ¿Sólo ellas podrán recibir ayudas porque han pasado el examen de calidad? ¿Ayudarán los gobiernos financiando esta certificación a las pequeñas entidades?

¿Por qué la administración no da ejemplo la primera y se plantea la certificación de calidad de ayuntamientos, ministerios y otros órganos de gobierno? Su función es trascendental: si han de servir al ciudadano, deberían cumplir los parámetros de calidad. Sólo entonces, con total justicia, podrán exigírsela a las pequeñas organizaciones, ayudándolas con medios y recursos. No estamos negando la necesidad y la bondad de una certificación de calidad y de una coordinación en redes de las ONG. Estamos hablando de coherencia política. Hablamos de seriedad en la administración. Exigen lo que ellos no practican. ¿O acaso deberíamos citar aquella frase evangélica de “haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen”?

El mundo asociativo aún ha ido más lejos que la administración en otro aspecto crucial: la ética. ¿Alguna administración se ha planteado certificarse en ética? Ya existe una norma ética en nuestro país, que algunas empresas y ONG han aprobado. ¿Qué dice la administración a esto? Calla. ¿Por qué? ¿No le interesa?
La ética debe ser el norte de cualquier iniciativa: política, económica, social. El único fin de la ética es el bien de la persona humana, por encima de ideas, creencias y culturas. El tercer sector lo ha entendido y lo está haciendo. Los políticos, como mínimo, deberían apoyar estas iniciativas, antes que ponerles barreras.

miércoles, abril 20, 2005

Fundamentos teológicos de la calidad

La calidad es una de esas palabras “talismán” de nuestra sociedad, utilizada por muchos empresarios, consultores, profesores y ejecutivos. Tan ensalzada está que ha llegado casi a la categoría de ley, pues hoy día se certifica y se acredita con toda clase de documentos, inspecciones y estudios. La calidad es una garantía de fiabilidad para toda empresa, institución o producto.

Existen muchos métodos para conseguir la calidad. Los expertos han elaborado complejos métodos y procesos para medir y comprobar la calidad. Este concepto, tan propio de la cultura empresarial, empieza a llegar a otros sectores sociales, especialmente al campo de las ONG y las instituciones docentes, religiosas, sanitarias... Cuando la calidad llega a estos campos, necesita un fundamento más allá de la pura certificación de calidad. No se trabaja por calidad “para” obtener una calificación, sino “porque” se parte de unos valores y principios.

Desde el punto de vista cristiano, la calidad no es una mera exigencia social, sino un deber moral intrínseco de la persona.

¿Qué es la calidad? Dejando aparte definiciones técnicas, la calidad, en palabras llanas, es “hacer las cosas bien”. No sólo basta con hacer cosas “buenas”. Esas cosas deben hacerse con excelencia. Es el “cómo” lo que interesa, más que la acción en sí.

¿En qué valores o fundamentos nos podemos basar los cristianos para alcanzar la calidad? El primer maestro en calidad es el mismo Dios, Creador. El ha creado el universo con excelencia inigualable –“y Dios vio que era bueno”- dice el Génesis. Al regalarnos el mundo, la naturaleza, la belleza de todo lo creado, ha pensado en su criatura y en lo mejor para ella. Dios ha creado un hermoso jardín –el mundo- para que vivamos en él. Y no ha escatimado en calidad. Ha volcado toda su creatividad, toda su inteligencia amorosa, todo su ingenio y su libertad para crear un mundo de belleza incomparable.

Si al crear el universo y el mundo Dios ha derrochado ingenio y creatividad, aún más lo ha hecho al crear el ser humano, “a su imagen”. En nuestra creación Dios se ha recreado, con su más pura artesanía, volcando amor en cada gesto creador. Como una filigrana, nos ha moldeado con infinita delicadeza y nos ha infundido una gran fuerza interior, capaz, como él, de amar, de recrear, de construir, de inventar, de embellecer su propia obra y acabarla.

Dios ha sacado un “cum laude” en calidad a la hora de crear el mundo y el hombre. El es nuestro modelo. Para un cristiano, la calidad debe ser una manera de hacer al modo de Dios. ¿Cómo haría Dios este trabajo? Esta es la gran norma para la calidad en nuestra vida cotidiana.

En Jesús, la calidad de Dios llega a su máxima expresión y plenitud. Jesús fue hombre, vivió entre nosotros. Su vida también nos enseña el arte de la calidad.

Para un cristiano, la calidad es el arte de hacer según Dios. Esta motivación es suficiente para lanzarnos, con creatividad, a revolucionar y mejorar nuestro trabajo, incluso en el mundo empresarial. Porque, además, esta calidad siempre tendrá en cuenta el máximo bien de la persona. Será una calidad íntimamente ligada a la caridad. “Caridad con calidad”, esta podría ser una máxima para el trabajador, el voluntario, el ejecutivo, el empresario cristiano.

Por otra parte, no basta con llegar a la calidad técnicamente perfecta. También es necesario tener en cuenta a las demás personas de nuestro entorno. Una calidad sin solidaridad está vacía de sentido. Podemos hacer algo de manera excelente, incluso un apostolado. Si no tenemos en cuenta el bienestar de las personas, especialmente de las más alejadas o marginadas, nuestra calidad será vanidad. Esta reflexión deberían hacerla muchos gobiernos y empresas, que luchan por conseguir la calidad y un estado del bienestar, pero hacen poco por remediar las situaciones de pobreza de muchas personas. Jesús hizo las cosas bien, y nunca desatendió a los pobres. El es nuestro gran referente en la calidad.

Joaquín Iglesias
Fundación ARSIS

viernes, abril 15, 2005

Divorcio entre los políticos y la sociedad civil

Estamos asistiendo a un descrédito cada vez mayor del mundo político. Ante sucesos como los recientemente ocurridos en el Carmel, de Barcelona, y el clima de enfrentamiento y disputas parlamentarias que vivimos últimamente, se constata un alarmante distanciamiento entre la esfera política y la realidad de los ciudadanos.
Cuando algunos políticos proclaman que se está fracturando una sociedad o un país, lo que en realidad evidencian es que se está fracturando la credibilidad política. Las ideologías no tendría por qué enfrentar tanto a los políticos. Si todos desean lo mejor para el país, deberían encontrar formas de trabajar juntos. En cambio, pierden el tiempo y distraen la atención pública con peleas estériles, ofreciendo un triste espectáculo mientras los ciudadanos sufren por problemas reales y serios que piden soluciones urgentes.
¿En qué mundo viven nuestros gobernantes? Cuando llegan al poder, éste, como una droga, los envuelve en una niebla que les hace perder la perspectiva de la realidad. Se enfrascan en discusiones sobre temas superficiales, aparcando las cuestiones que realmente preocupan a los ciudadanos que les han votado y que están pagando sus generosas nóminas. No debería permitirse una frivolidad tan grande en la vida política. El lenguaje político habla de servicio, de hacer otro mundo posible, de solidaridad, de paz... Cuando el político no actúa según sus palabras, está prostituyendo este discurso social y destruyendo la confianza de las personas.
La creciente desconfianza y desilusión hacia los políticos debe preocuparnos. Después de unas elecciones en un país donde apenas vota la mitad del electorado, todos los partidos han fracasado estrepitosamente y deberían meditar a fondo. Cuando los políticos no logran entusiasmar a los votantes y se dan abstenciones tan significativas, estamos asistiendo a una crisis de la democracia. Los muchos ciudadanos que no votan, no sólo no son representados por los gobernantes, sino que corren el riesgo de no ver defendidos sus intereses y necesidades ante la administración. Corremos el riesgo de una fractura social importante. Una gran parte de la sociedad queda al margen y no participa de la vida pública. ¿Tendrán en cuenta los gobernantes del partido vencedor a esa gran mayoría que no se siente identificada con ellos? ¿Contemplarán sus intereses? ¿Valorarán sus derechos, sus libertades y sus opiniones?
La sociedad es más madura y consciente de lo que los políticos creen. Los ciudadanos tenemos información, cultura y criterio para cuestionar muchas cosas. El profesional de la política debería contemplar su cargo como una auténtica misión y vocación humanitaria. Debería trabajar con la gente, mezclarse con los ciudadanos, bajar a las arenas de la cotidianidad. Ante todo, debería respetar los valores de una ética universal que ponga a la persona y su dignidad por encima de todo, incluso de sus ideologías y creencias.
Los ciudadanos también tenemos una responsabilidad. Nuestro deber es hablar. Pidamos lo que es de justicia. La democracia se fortalecerá con muchos ciudadanos valientes que se atrevan a pedir a los políticos responsabilidad y respuestas ante quienes han confiado en ellos.