domingo, noviembre 04, 2018

Dar algo más que pan


Son admirables las múltiples iniciativas que surgen de la sociedad civil para paliar el sufrimiento humano. Cada vez es mayor la respuesta ante las necesidades de colectivos que sufren aislamiento, marginación y soledad, especialmente los que tienen falta de lo esencial para vivir: la esperanza.

Todos estamos llamados a vivir una vida plena con aquello con lo que nos identificamos: sueños, trabajo, familia, vocación… Todos anhelamos sentirnos felices. Pero ¿qué ocurre? Cuando un giro de timón en el barco de la vida provoca un naufragio, las olas de una sociedad alejada e insensible nos engullen. El paro, la ruptura de una relación o un accidente imprevisto pueden sumirnos en un profundo desasosiego que agrieta el alma de la persona. Especialmente cuando no se cuenta con lo básico para vivir con dignidad.

Sé de personas que se encuentran en el límite, y viven un gran dolor e impotencia. Supuestamente, las administraciones tienen recursos para poder paliar tantas necesidades. Siendo así, sigue habiendo una multitud de personas en la calle, sin techo o en lugares que podemos llamar infraviviendas. Ni siquiera pueden hacer sus necesidades fisiológicas en un lugar discreto con la suficiente higiene y privacidad. Y lo peor es que, en su corazón, sienten una terrible soledad.

¿Son ellos los que están mal? ¿O es la sociedad la que está enferma, carente del valor moral de atender al necesitado? A veces la propia familia se incomoda al ver ante de sí una situación que le viene demasiado grande.

¿Qué hace el gobierno?


Los gobernantes son los primeros que deberían empezar, con decisiones políticas y legislativas para afrontar este fenómeno como una realidad grave que está debilitando la cohesión social. Pero el resto de ciudadanos tampoco podemos mirar hacia otro lado mientras no caigamos en estas situaciones límites. No podemos vivir al margen del sufrimiento en nuestro entorno más inmediato.

Hay que encontrar soluciones y buscar recursos. En la esfera política se dan muchos debates sobre la pobreza, pero no se llega a una respuesta que suponga una solución real. Es más, a veces se utiliza la pobreza para politizarla y sacar partido de ella, maquillando la situación con gestos que sólo se quedan en la pura fachada.

Yo me pregunto: ¿qué pasa con la administración? ¿Acaso no hay suficientes recursos para hacer frente a la necesidad de estas personas? Cuando ves lo que gastan los gobiernos en mantener el “aparato” administrativo, los gastos protocolarios, la excesiva publicidad de “autobombo”, por no hablar de la inversión en obras cuya utilidad no es clara; que se hacen y deshacen. ¿Realmente no hay recursos? ¿O es que se están malgastando en otras partidas, orientadas a mantenerse en el poder, a influir en la información y a comprar votos amigos?

La persona, especialmente la vulnerable, debería estar en el centro de toda política, más allá de su ideología. Mientras el poder y el mantenimiento del estatus estén por encima de la persona, siempre habrá problemas de todo tipo, porque no se busca servir a los ciudadanos, sino servirse de ellos para alcanzar sus enfermizas ambiciones.

Soy consciente de la complejidad de esta cuestión, porque me la encuentro cada día y sé que no es sencillo buscar soluciones. Pero también creo que el político debe depurar intenciones y comprender que cuando llega a un cargo público, desde el punto de vista moral se le va a requerir una honestidad a prueba de bomba. Hay profundas grietas en la sociedad porque en los gobiernos también hay grietas, que pueden provocar auténticas catástrofes sociales.

Conviene, pues, que los gobernantes hagan suyo el dolor de toda persona que vive en el arcén. Cuando no se establecen políticas que dignifiquen a la persona y se trafica con votos para lograr el poder se está hundiendo más a quienes tienen menos recursos. Con la abusiva fiscalidad que sufrimos habría suficiente para ayudar a estos colectivos.

¿Qué hace la sociedad?


Ante la incapacidad de la administración para resolver estas situaciones alarmantes, surgen grupos humanos, entidades solidarias, que se abren camino para poder responder a la demanda de los pobres. Es gracias a estas iniciativas del tejido social que se puede suavizar mucho dolor. Los voluntarios de las entidades hacen lo que pueden, a menudo sin ayuda de las administraciones que, con tanta legislación y normas, a veces hasta ahogan sus iniciativas.

Aunque su labor es muy valiosa, ellos saben que no están arreglando el problema. Saben que dar sólo pan no es suficiente para la dignidad de una persona. Es necesario algo más. El solo pan puede calmar el hambre un día, y otro, ¡que ya es mucho! Cuando no se tiene lo más básico, para quien lo recibe no sólo calma su necesidad, sino su corazón roto.

Estas iniciativas, desde el punto de vista moral y social tienen un valor inmenso. Pero creo que hay que ir un poco más allá, sobre todo para no quedarse en la mera asistencia, porque podrían cronificar la situación, especialmente en los jóvenes, mermando su autoestima y dificultando su capacidad para proyectarse y crecer, asumiendo y retando su propio destino. Mientras se les esté ayudando con alimento, es necesario que alguien les abra otros cauces de apoyo para que vuelvan a reinsertarse. De no ser así, nos estaremos quedando en el mero aspecto material.

Dialogar con el pobre


Hay otras dimensiones del ser humano a las que podemos ayudar para canalizar toda su potencia. Es muy importante interactuar con aquellos que estén abiertos. Hay que crear un ambiente que favorezca el diálogo, detectando sus otras necesidades para derivarlos a diferentes instancias donde puedan encontrar soluciones complementarias. Estar con ellos es tan importante como darles la comida, pues posibilita un marco de relación humana donde se les pueden abrir nuevos horizontes.

Pero esto requiere una profunda reflexión. Los voluntarios deben preguntarse por las motivaciones últimas que les llevan a realizar este tipo de actividad solidaria. Es verdad que uno se siente bien ayudando, pero más allá de este bienestar emocional, tenemos que preguntarnos: ¿Esto es un comedor o es un “comedero”? Cuando uno se sienta a comer con otros esto implica una relación inmediata, porque el otro no me es ajeno, aunque yo no esté en la misma situación que él. Pero si me siento a su lado y lo miro como a una persona lo estoy dignificando. No es un objeto. Es alguien digno de afecto y apoyo.

Entiendo que hay personas a quienes les cueste mucho abrirse y necesitarán un tiempo para que se produzca una pequeña chispa, pero hay que ser perseverantes, y más cuando se lleva tiempo prestando este servicio. La continuidad es una hermosa oportunidad para ir más allá de ofrecer una bolsa de comida y dejar que la persona desaparezca en medio de la noche, en el anonimato más completo.

Cuando se da de comer y se cruzan las miradas, cuando hay unas palabras, un pequeño intercambio, de inmediato surge un mayor compromiso e implicación. El otro no es sólo una panza que llenar, sino una persona que tiene alma y tiene nombre. Sobre sus hombros carga un peso quizás mucho mayor que el hambre de comida: hambre de compañía, de amabilidad, de una mirada cálida y compasiva, quizás de diálogo, de escucha. Aunque necesite tiempo para salir de su mutismo e incomunicación, en este momento crucial de la donación de comida se da una ocasión única para devolver el sentido a su vida. Si le damos un trozo de pan, ya no es anónimo, ya no es alguien alejado, alguien indiferente. Adquirimos una responsabilidad ante él. Es alguien que viene a ti porque no tiene donde comer, pero ¿te atreverás a darle algo más? Un poco de tu tiempo. Tu escucha. Tu atención.

Quizás un día esta persona saldrá de la pobreza y también se sumará, como voluntario, a este ejército de gente buena que, aunque sea un pequeño parche para tantas heridas, no por ello es menos eficaz. Los gobernantes atienden las grandes cuestiones políticas y quizás nunca encuentran soluciones, o hablan de medidas que nunca acaban de llegar. Pero atender a la pobreza no tiene color político, no se trata de posiciones ideológicas de un lado u otro. Se trata de ser contundente ante el lacerante dolor de muchos que están en el margen de la vida y, mientras tanto, agradecerán el rocío primaveral de esta ayuda que suavice la aridez de su soledad. Aunque sea poco, alivia mucho.