Son admirables las múltiples iniciativas que surgen de la
sociedad civil para paliar el sufrimiento humano. Cada vez es mayor la respuesta
ante las necesidades de colectivos que sufren aislamiento, marginación y
soledad, especialmente los que tienen falta de lo esencial para vivir: la
esperanza.
Todos estamos llamados a vivir una vida plena con aquello
con lo que nos identificamos: sueños, trabajo, familia, vocación… Todos
anhelamos sentirnos felices. Pero ¿qué ocurre? Cuando un giro de timón en el
barco de la vida provoca un naufragio, las olas de una sociedad alejada e
insensible nos engullen. El paro, la ruptura de una relación o un accidente imprevisto
pueden sumirnos en un profundo desasosiego que agrieta el alma de la persona.
Especialmente cuando no se cuenta con lo básico para vivir con dignidad.
Sé de personas que se encuentran en el límite, y viven un
gran dolor e impotencia. Supuestamente, las administraciones tienen recursos
para poder paliar tantas necesidades. Siendo así, sigue habiendo una multitud
de personas en la calle, sin techo o en lugares que podemos llamar
infraviviendas. Ni siquiera pueden hacer sus necesidades fisiológicas en un
lugar discreto con la suficiente higiene y privacidad. Y lo peor es que, en su
corazón, sienten una terrible soledad.
¿Son ellos los que están mal? ¿O es la sociedad la que está
enferma, carente del valor moral de atender al necesitado? A veces la propia
familia se incomoda al ver ante de sí una situación que le viene demasiado
grande.
¿Qué hace el gobierno?
Los gobernantes son los primeros que deberían empezar, con
decisiones políticas y legislativas para afrontar este fenómeno como una
realidad grave que está debilitando la cohesión social. Pero el resto de ciudadanos
tampoco podemos mirar hacia otro lado mientras no caigamos en estas situaciones
límites. No podemos vivir al margen del sufrimiento en nuestro entorno más
inmediato.
Hay que encontrar soluciones y buscar recursos. En la esfera
política se dan muchos debates sobre la pobreza, pero no se llega a una
respuesta que suponga una solución real. Es más, a veces se utiliza la pobreza
para politizarla y sacar partido de ella, maquillando la situación con gestos
que sólo se quedan en la pura fachada.
Yo me pregunto: ¿qué pasa con la administración? ¿Acaso no
hay suficientes recursos para hacer frente a la necesidad de estas personas? Cuando
ves lo que gastan los gobiernos en mantener el “aparato” administrativo, los
gastos protocolarios, la excesiva publicidad de “autobombo”, por no hablar de
la inversión en obras cuya utilidad no es clara; que se hacen y deshacen.
¿Realmente no hay recursos? ¿O es que se están malgastando en otras partidas,
orientadas a mantenerse en el poder, a influir en la información y a comprar
votos amigos?
La persona, especialmente la vulnerable, debería estar en el
centro de toda política, más allá de su ideología. Mientras el poder y el
mantenimiento del estatus estén por encima de la persona, siempre habrá
problemas de todo tipo, porque no se busca servir a los ciudadanos, sino
servirse de ellos para alcanzar sus enfermizas ambiciones.
Soy consciente de la complejidad de esta cuestión, porque me
la encuentro cada día y sé que no es sencillo buscar soluciones. Pero también
creo que el político debe depurar intenciones y comprender que cuando llega a
un cargo público, desde el punto de vista moral se le va a requerir una
honestidad a prueba de bomba. Hay profundas grietas en la sociedad porque en
los gobiernos también hay grietas, que pueden provocar auténticas catástrofes
sociales.
Conviene, pues, que los gobernantes hagan suyo el dolor de
toda persona que vive en el arcén. Cuando no se establecen políticas que
dignifiquen a la persona y se trafica con votos para lograr el poder se está
hundiendo más a quienes tienen menos recursos. Con la abusiva fiscalidad que
sufrimos habría suficiente para ayudar a estos colectivos.
¿Qué hace la sociedad?
Ante la incapacidad de la administración para resolver estas
situaciones alarmantes, surgen grupos humanos, entidades solidarias, que se
abren camino para poder responder a la demanda de los pobres. Es gracias a estas
iniciativas del tejido social que se puede suavizar mucho dolor. Los
voluntarios de las entidades hacen lo que pueden, a menudo sin ayuda de las
administraciones que, con tanta legislación y normas, a veces hasta ahogan sus
iniciativas.
Aunque su labor es muy valiosa, ellos saben que no están
arreglando el problema. Saben que dar sólo pan no es suficiente para la
dignidad de una persona. Es necesario algo más. El solo pan puede calmar el
hambre un día, y otro, ¡que ya es mucho! Cuando no se tiene lo más básico, para
quien lo recibe no sólo calma su necesidad, sino su corazón roto.
Estas iniciativas, desde el punto de vista moral y social
tienen un valor inmenso. Pero creo que hay que ir un poco más allá, sobre todo
para no quedarse en la mera asistencia, porque podrían cronificar la situación,
especialmente en los jóvenes, mermando su autoestima y dificultando su
capacidad para proyectarse y crecer, asumiendo y retando su propio destino.
Mientras se les esté ayudando con alimento, es necesario que alguien les abra otros
cauces de apoyo para que vuelvan a reinsertarse. De no ser así, nos estaremos
quedando en el mero aspecto material.
Dialogar con el pobre
Hay otras dimensiones del ser humano a las que podemos
ayudar para canalizar toda su potencia. Es muy importante interactuar con
aquellos que estén abiertos. Hay que crear un ambiente que favorezca el
diálogo, detectando sus otras necesidades para derivarlos a diferentes
instancias donde puedan encontrar soluciones complementarias. Estar con ellos
es tan importante como darles la comida, pues posibilita un marco de relación
humana donde se les pueden abrir nuevos horizontes.
Pero esto requiere una profunda reflexión. Los voluntarios
deben preguntarse por las motivaciones últimas que les llevan a realizar este
tipo de actividad solidaria. Es verdad que uno se siente bien ayudando, pero
más allá de este bienestar emocional, tenemos que preguntarnos: ¿Esto es un
comedor o es un “comedero”? Cuando uno se sienta a comer con otros esto implica
una relación inmediata, porque el otro no me es ajeno, aunque yo no esté en la
misma situación que él. Pero si me siento a su lado y lo miro como a una
persona lo estoy dignificando. No es un objeto. Es alguien digno de afecto y
apoyo.
Entiendo que hay personas a quienes les cueste mucho abrirse
y necesitarán un tiempo para que se produzca una pequeña chispa, pero hay que
ser perseverantes, y más cuando se lleva tiempo prestando este servicio. La
continuidad es una hermosa oportunidad para ir más allá de ofrecer una bolsa de
comida y dejar que la persona desaparezca en medio de la noche, en el anonimato
más completo.
Cuando se da de comer y se cruzan las miradas, cuando hay
unas palabras, un pequeño intercambio, de inmediato surge un mayor compromiso e
implicación. El otro no es sólo una panza que llenar, sino una persona que
tiene alma y tiene nombre. Sobre sus hombros carga un peso quizás mucho mayor
que el hambre de comida: hambre de compañía, de amabilidad, de una mirada
cálida y compasiva, quizás de diálogo, de escucha. Aunque necesite tiempo para
salir de su mutismo e incomunicación, en este momento crucial de la donación de
comida se da una ocasión única para devolver el sentido a su vida. Si le damos
un trozo de pan, ya no es anónimo, ya no es alguien alejado, alguien indiferente.
Adquirimos una responsabilidad ante él. Es alguien que viene a ti porque no
tiene donde comer, pero ¿te atreverás a darle algo más? Un poco de tu tiempo.
Tu escucha. Tu atención.
Quizás un día esta persona saldrá de la pobreza y también se
sumará, como voluntario, a este ejército de gente buena que, aunque sea un
pequeño parche para tantas heridas, no por ello es menos eficaz. Los
gobernantes atienden las grandes cuestiones políticas y quizás nunca encuentran
soluciones, o hablan de medidas que nunca acaban de llegar. Pero atender a la
pobreza no tiene color político, no se trata de posiciones ideológicas de un
lado u otro. Se trata de ser contundente ante el lacerante dolor de muchos que
están en el margen de la vida y, mientras tanto, agradecerán el rocío
primaveral de esta ayuda que suavice la aridez de su soledad. Aunque sea poco,
alivia mucho.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo con la descripción de la situación de las personas que viven sometidas a la pobreza extrema. Pienso que podría mejorar la relación voluntario y receptor de la ayuda,ofreciendo unas sesiones de formación a los voluntarios sobre la dignidad de la persona humana. También ofrecer una relación entre los usuarios de la ayuda como una terapia de grupo en las que podrían comunicar, compartir y ofrecer comorensión y soporte entre ellos. Esto mejoraría su soledad y les haría solidarios entre ellos.
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