Del servicio público a una lucha de intereses
La solidez de un gobierno
se mide, entre otras cosas, por su capacidad de gestionar los recursos y su
justa distribución. Pero la realidad, tal como la perciben los ciudadanos, es
que la política está letalmente herida. Son innumerables los casos de corrupción
en diferentes partidos. Los nuevos grupos, que todavía tienen poca experiencia
en el gobierno, tampoco están exentos de riesgo. El problema de fondo es la
incapacidad de gestionar el poder. Desde siempre la lucha por el poder ha
enfrentado a diferentes facciones. En estas luchas todo vale, incluso
disfrazando de democracia la feroz competencia por conseguir el sillón. Es una
batalla sin cuartel que va debilitando al país y desmoralizando a la
ciudadanía. La política ya no se concibe como servicio, sino como un estatus
que otorga poder, imagen, notoriedad y, sobre todo, riqueza económica.
No puede ser que los
políticos, una vez hayan configurado su gobierno, a veces mediante coaliciones
forzadas, olviden sus promesas y su compromiso con los ciudadanos y se lancen a
defender su puesto, aun a costa de sus principios. El partidismo anula la
vocación de servicio a la ciudadanía de a pie. El voto pierde valor cuando el
ciudadano se da cuenta de que aquellos que han asumido el poder, que el pueblo
les ha dado, lo utilizan para llenar sus bolsillos y perseguir sus intereses.
La mayoría de un congreso, un parlamento o un consistorio, ha dejado de
representar a la mayoría social. De aquí el cansancio y la grave abstención de
tantas personas que ya no votan porque consideran que su voto no marcará
diferencia alguna.
Siempre que hay
elecciones los políticos nos quieren ver. Y la ciudadanía es consciente y está
hastiada. Cada vez más gente de negocios, empresarios, intelectuales, artistas,
no se siente representada por la clase política. Esta es una gran debilidad de
la democracia. Muchos ya ni siquiera van a votar en blanco, porque no creen en
el sistema electoral.
El poder que ignora la realidad
Podríamos hablar de una
patología del poder: un monstruo que se alimenta de falsas esperanzas y utiliza
un lenguaje ambiguo, haciendo creer una cosa cuando es otra. El poder se
disfraza de sueños para anestesiar a la gente con grandes promesas. Primero, se
provoca un sentimiento de culpa a los que no votan, diciendo que no son buenos
ciudadanos. Luego, se va inoculando el veneno de la desidia y el fatalismo para
que nadie sea capaz de cuestionar la tragedia lacerante que azota muchas vidas.
Lo cierto es que las estadísticas y los estudios sociológicos hablan por sí
mismos. Hay un paro que hace sangrar a la sociedad. Muchos trabajos son
precarios, y no sólo hablamos de temporalidad y bajos salarios, sino de
explotación. Hay trabajadores esclavizados, contratados por poco dinero para
rendir muchas horas a un ritmo inhumano. Se someten porque no tienen otra
opción y necesitan un salario, se agarran “a un clavo ardiente” antes de caer
en el paro, donde muchos otros se desesperan tras largos años sin encontrar
empleo.
Las gestiones
burocráticas se alargan, se multiplica el número de familias que sobreviven
como pueden con cuatrocientos euros y sufriendo para que no les embarguen, ya
no sólo lo poco que tienen, sino la vivienda. Las personas que están solas en
la calle, expuestas al frío, a la inseguridad y a la violencia, son cada vez
más. Muchos han caído en depresiones; el paro lleva a la enfermedad, a rupturas
matrimoniales, a la bebida y al suicidio.
Me pregunto: ¿no tienen
entrañas los políticos ante todo lo que está sucediendo? ¿Cuáles son sus
valores? Las ciencias sociales, políticas y económicas sólo facultan para
ejercer la gestión pública, pero más allá de la pura administración, ¿cuál es
el concepto de persona que hay detrás de los partidos? ¿Qué visión de la
realidad tienen? ¿Cuáles son sus creencias? Porque todo esto marcará una ética
y una forma de proceder. ¿Cómo se educa hoy un político? Las ideologías son
pensamiento abstracto que a menudo alejan de la realidad. La política está
enfermizamente ideologizada, aislada del mundo real, y de aquí la incapacidad
de los gobernantes para conectar con la calle y atender al sufrimiento de las
personas. Hoy, el ejercicio de la política se ha reducido a un espectáculo de
luchas por el dinero y el poder. Se manejan ideas bonitas como armas
arrojadizas, se juega con los sentimientos de los ciudadanos para arrastrar a
la opinión pública pero no hay verdadero servicio, no hay honestidad, ética ni
equidad.
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