Una realidad acuciante
Las cifras del paro cada vez son más altas: familias enteras
pierden su empleo y muchas no pueden acceder a un subsidio. La falta de trabajo
y de ingresos las lleva al límite: cada vez hay más gente que vive situaciones
angustiosas. Tiradas en el arcén de la vida, sin esperanza ante un futuro
incierto, hacen cola en los comedores sociales o en las parroquias, para buscar
alimentos.
Ya no se trata de indigentes o sin hogar, sino de personas
que han perdido un empleo estable y han pasado del paro a la pobreza, y de la
pobreza a la miseria y a la angustia vital, a la pérdida de horizontes y de
esperanzas. ¿Qué hacer para poder paliar el dolor de tantas y tantas personas?
¿Depende de nosotros? ¿Qué podemos hacer realmente? Quizás pensamos que lo que
podamos hacer es insuficiente. ¿Vale la pena hacer algo si no vamos a arreglar
el problema estructural que origina esta pobreza?
Es verdad que la solución depende de muchos factores que
escapan a nuestro alcance. Hay que establecer unas políticas adecuadas que
eviten el derroche de las instituciones, pero también hay que ser conscientes de que no
podemos vivir por encima de nuestras posibilidades. Quizás una parte de esta
crisis ha sido causada por no tener claras las prioridades. La falta de
previsión de las autoridades gubernamentales, pero también de las empresas y de
las familias, la falta de criterios éticos en el reparto de la riqueza, la poca
sensibilidad ante el dolor humano, todo esto ciertamente ha contribuido a la
actual crisis económica.
Pero no nos quedemos en la epidermis del asunto. Más allá de
unas estructuras económicas, la raíz del problema está en la ambición. Ya no
hablamos de instituciones, sino de valores que configuran nuestra forma de
entender la vida y la persona, su bien, su crecimiento, su libertad, sus
derechos y oportunidades. ¿Qué visión tenemos de la realidad? ¿Cómo entendemos
el mundo y la persona? La crisis nos pone ante una situación incómoda, pero en
la forma de actuar estamos revelando nuestra propia identidad y cómo nos
situamos ante el mundo.
Las consecuencias de nuestra pasividad
Podríamos decir que hemos hecho dejación de uno de nuestros
primeros deberes como ciudadanos. Hemos consentido a los políticos que hicieran
lo que quisieran. Con todo el aparato mediático al servicio del partido que
detenta el poder, hemos permitido que penetraran en nuestra conciencia. Los
impactos de los medios nos han modelado según una ideología, logrando subvertir
nuestros valores. Los ciudadanos hemos renunciado a protagonizar la
construcción de la sociedad que queremos. Si no empezamos a actuar con nuestro
voto útil y realista, dejaremos que la situación se nos vaya de las manos y
todos caeremos idiotizados por las ideas que se nos infiltran. Y lo pagaremos
muy caro.
Son muchos los grupos e intelectuales que se cuestionan la
gestión de nuestros gobernantes. ¿Cuál es el modelo social y político que
queremos? La auténtica crisis viene de aquí, y de ella se derivan la crisis
económica y las enormes desigualdades que afectan a todo el planeta, llegando
en algunos lugares a límites insoportables.
Se habla de las grandes multinacionales que explotan los
recursos y utilizan una mano de obra casi esclava, en condiciones infrahumanas.
Se denuncia el robo de los bancos, que expolian a los ciudadanos. Pero, ¿quién
lo consiente? Los políticos, que con su complicidad contribuyen a ahondar la
brecha entre ricos y pobres. E, indirectamente, los ciudadanos que los estamos
votando.
Aún peores son los grandes negocios de la muerte, que se
lucran vendiendo armas y personas, fomentando la prostitución, el aborto, la
trata de mujeres y niños, el tráfico de drogas. Todo esto lo sabemos, y aún y
así seguimos consintiendo que los políticos no se pongan manos a la obra y no
legislen con rotundidad en aquello que afecta a la dignidad de la persona.
Somos incapaces de convertir nuestro voto en un voto ético, eficaz y
productivo.
Podemos hacer algo
La solución a la pobreza pasa por un modelo social nuevo y
por revitalizar los valores éticos de nuestros gobernantes. Se sigue
derrochando sin criterio alguno y se recorta, en cambio, en educación, en
sanidad, en solidaridad. Ese nuevo modelo social, necesario, sitúa a la persona
en el centro de toda actuación política: la persona y su dignidad, su libertad,
sus derechos y su desarrollo. Cuando el poder, el tener y la corrupción están
en el centro de toda actuación política, inevitablemente la sociedad va hacia
el abismo.
Nuestro voto reflexivo puede llegar a frenar esta máquina
destructora que amenaza el desarrollo y la plenitud de la persona. Ojala todos
tomemos conciencia de que el mundo está en nuestras manos ―en las de todos― y que nuestro compromiso para
mejorarlo es un deber que hemos de asumir el conjunto de la sociedad. Solo de
esta manera, no sin sacrificios, podremos construir un nuevo orden económico,
que pasará por desterrar el poder y convertirlo en una estructura de servicio
para el bien de las personas.
La solidaridad es una respuesta a la crisis económica y
política que atravesamos. Pero a los ciudadanos nos falta una toma de
conciencia más decidida: si queremos, podemos cambiar la situación. La suma de
muchos votos, la acción de muchos ciudadanos unidos, puede realmente obligar a
reaccionar a los gobiernos.
La globalización de la solidaridad ha de ser el nuevo
paradigma de los políticos, las instituciones y las empresas, así como de las
organizaciones ciudadanas, las familias y las personas. Solo así estaremos
dando respuesta a la crisis actual.
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