Cansados del expolio
Los medios de comunicación arrojan noticias cada vez más
alarmantes sobre la corrupción en España. Los nobles y supuestos ideales de las
fuerzas políticas con el tiempo van degenerando. El poder está
irremediablemente ligado a la corrupción. ¿Qué ha sido del vigor inicial
cargado de promesas y con una clara visión ética de la política? ¿Qué pasa
cuando los ideales ceden paso a las luchas intestinas por mantenerse en el cargo?
Es preocupante. Los ciudadanos han llegado a percibir la cuestión política como
un problema social muy grave, como lo puede ser la economía o el terrorismo. Se
podría hablar de una situación ya no coyuntural, sino estructural. El poder
oscuro, que Tolkien describe tan bien en su obra El señor de los anillos, pervierte y contagia a quien lo toca. El
gobernante que por primera vez se sienta en un sillón, quizás cargado de buenas
intenciones, poco a poco empieza a sentir el placer de sentirse poderoso. Algo
en él se metamorfosea, cambia y sin que se dé cuenta llega a convertirse en una
afición patológica; es su tesoro, al
que se aferra porque, con él, se llega a sentir como un auténtico dios. Se ha
vuelto un adicto.
El ciudadano se siente desarmado e impotente frente a las
consecuencias de este poder enfermizo y terrible. Nuestros políticos hablan de
servicio, de libertad, de otorgar el poder al pueblo. Palabras talismán que
cada vez los ciudadanos creemos menos. Asustan, creando una inseguridad
jurídica vestida de democracia. El niño, el adolescente, el estudiante, el
empresario, los desempleados, los enfermos de larga duración, las familias sin
recursos… Son millones los que sufren una indefensión cada vez mayor. Y,
mientras la sociedad padece e intenta sobrevivir, los líderes políticos se
aferran al sillón y a sus ideologías para encubrir la flagrante corrupción que
practican. Cada nuevo escándalo no es más que la punta de un iceberg enorme,
que se ramifica y alcanza a todos los partidos que están o han estado en el
poder. Las elecciones no bastan para remediar esto ni representan la voz de
todos los ciudadanos, pues la abstención cada vez es mayor y las alternativas
son pocas. La justicia que destapa a los corruptos, finalmente, tampoco logra
que se cumplan sentencias ni penas apropiadas. No parece sino que la casta
política es invulnerable y está por encima del bien y del mal. Las leyes que
ellos mismos han aprobado los blindan para manipular la justicia y seguir
jugando impunemente con los recursos públicos que aportamos el resto de
ciudadanos. ¿Quién le pone el cascabel al gato?
La economía no crece por la recesión y por la excesiva
complicación legislativa, que pone trabas a cualquier pequeño empresario o autónomo.
La maquinaria legal bloquea el crecimiento económico de un país de gente
creativa, cuya iniciativa se ve ahogada por los requerimientos legales y la
enorme presión fiscal. Se expolia al ciudadano de a pie hasta la asfixia y, sin
embargo, muchos imputados por corrupción salen indemnes. La hacienda pública,
en su incapacidad para mantener el aparato político del gobierno, tira de las
rentas más bajas para arañar lo que puede. Un mileurista puede ver su cuenta
bancaria embargada por cien euros de deuda, y en cambio se dejan pasar millones
de euros desviados por los políticos corruptos. Por otra parte, la ley permite
que quienes tengan grandes fortunas puedan evadir los impuestos invirtiendo en
bolsa. Entre el expolio de los políticos corruptos y la evasión de los más
ricos, el estado tiene que exprimir a los ciudadanos de ingresos medios y bajos
para poder sostener el carísimo coste de una estructura de gobierno
elefantiásica. Se recorta el gasto en sanidad, educación y ayuda social a los
más desfavorecidos, cuando cada vez hay más situaciones que claman al cielo.
Las organizaciones humanitarias necesitan más apoyo que nunca y, cuando ven que
las subvenciones se reducen o desaparecen, la respuesta siempre es la misma: no
hay dinero.
¿No hay dinero? Mejor sería preguntar: ¿dónde está el
dinero?
Una propuesta
Propongo lo siguiente. Obligar a los políticos, empresarios
y banqueros corruptos a devolver todo lo robado, además de someterse a un
juicio penal. Y que estas cantidades devueltas se dividan en cuatro partidas iguales
para reforzar los pilares del bienestar: la primera que se destine a reforzar
el fondo para las pensiones, la segunda para la sanidad pública, otra para
mejorar la educación y la cuarta para aumentar el apoyo a la solidaridad, es
decir, a favor de las ONG que se dedican a ayudar a los más desfavorecidos. De
esta manera, el dinero robado al ciudadano volvería a revertir en la
ciudadanía, especialmente los sectores más débiles y necesitados.
La corrupción es tan alta que se podrían resolver muchos
problemas consolidando estas cuatro acciones. Qué mejor destino para un dinero
sucio y prostituido que limpiar y paliar el dolor de tantas personas que se ven
en la indigencia, física y moral, y que están desprotegidas ante un estado que
ha olvidado al que tiene poco y al que no tiene nada y vive en la miseria. Si
la finalidad de la política no es ocuparse de las personas, especialmente de
las más vulnerables, estamos convirtiendo el servicio en poder. Y cuando esto
sucede, le hemos quitado el alma a la política. Esta pierde su razón de ser,
olvida toda ética y, como consecuencia, la corrupción, el abuso y la
manipulación proliferan.