
Estamos hablando de la vida de Dios. Si el nacimiento de una vida normal produce una gran alegría después de un tiempo de espera y de expectación, durante nueve meses, ¿cómo no va a causarnos una enorme alegría que la vida de Dios entre a formar parte de la humanidad? Dios amor se hace presente en la historia para siempre.
En esta noche, que para los cristianos es la noche mas clara, Dios nace en la cueva de nuestro corazón. Este es el sentido último y trascendente de la Navidad. No sólo recordamos el momento histórico del nacimiento de Jesús de Nazaret, sino algo muy importante: Dios se hace hombre y vuelve a nacer en cada cristiano.
Volvámonos como los niños, miremos con inocencia. A veces los adultos estamos tan saturados, tan doloridos por la historia y los sufrimientos... Jesús, ya adulto, dice: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos. ¡Qué importante es esta exhortación! Nos llama a renacer de nuevo, dejando rebrotar en nosotros la bondad y el amor de Dios. Esto es la Navidad: el nacimiento del amor de Dios dentro de cada uno de nosotros.
Si queremos imitar a Dios, no hemos de pretender ser grandes como los personajes célebres de la historia, sino pequeños, humildes, sencillos. Aquí está la gran revolución. No son las armas, ni el poder, ni la violencia, ni la riqueza lo que cambiará el mundo, sino todo lo contrario: la humildad, la sencillez y la alegría.
La Navidad es una invitación a revivir la humildad de Belén. Como los pastores, hoy recibimos la gran noticia de un Dios que es amor y se hace niño para iluminar nuestras vidas y tornar nuestro sufrimiento en profunda alegría.
Dios puede cambiar nuestra vida. Nuestro corazón necesita purificarse, crecer, trascender. Nos hará más cálidos, más santos, educados, atentos, delicados con los demás. Si el Hijo de Dios tuvo la potestad y la fuerza para cambiar la historia, ¡cómo no va a transformar nuestra pequeña historia personal, nuestra sencilla vida! El hará de nuestra existencia un canto constante de profunda gratitud. Esta noche, como los pastores, hemos de cantar con gozo. También nosotros somos receptores, no de una noticia de hace 2000 años, sino de un acontecimiento que se hace real hoy.
Dejemos surgir todo el torrente de bondad que tenemos en nuestro interior. Apartemos todo aquello que nos aleje de los demás, recelos, envidias, egoísmos, todo lo que nos lanza a la oscuridad del sin sentido. Seamos capaces de instalarnos en la caridad y en el amor. Entonces vendrá a nosotros una enorme alegría inagotable, incluso en medio de los sufrimientos más grandes. Dios vive en nosotros.