domingo, mayo 29, 2005

La perversión de la ley

Qué hay detrás de la ley

Cuando una ley se aprueba para favorecer los intereses políticos o económicos de determinados grupos de presión o de poder, deja de tener el sentido ético y pedagógico que toda ley debiera tener.

En los últimos tiempos estamos asistiendo a la aprobación de una serie de leyes ante las cuales muchos ciudadanos se están planteando la objeción de conciencia. Por principio, una ley debe defender los derechos y deberes sagrados de toda persona, y contribuir al bien común. Pero las leyes no son neutrales. Toda ley se fundamenta en un concepto y en una filosofía acerca del ser humano y del mundo. Tras la ley, hay unos valores y una intención pedagógica, pues, de entrada, es vista como algo bueno y favorecedor para la persona.


Ley no siempre es igual a justicia

Pero la ley entraña una trampa sutil. Muchas veces se confunde ley con justicia, y no son lo mismo. ¡Cuántas veces se han producido condenas injustas en nombre de la ley! ¡Cuántas leyes injustas han sido aprobadas en su momento, para favorecer determinados intereses o para manipular a la sociedad! Una ley ante la cual un grupo numeroso de ciudadanos presenta objeción de conciencia debe ser seriamente revisada, pues puede no responder a los criterios de una ética universal. Así ha ocurrido, claramente, con la objeción al servicio militar. Es un ejemplo muy claro. Aunque casi todos los países mantienen ejércitos y contemplan la posibilidad de entrar en guerra, ha quedado patente que la ciudadanía considera la guerra como un crimen inmoral. Y así, el servicio militar, ha acabado dejando de ser obligatorio. Es un paso adelante muy importante. Tristemente, no sucede lo mismo con los médicos y profesionales que objetan por conciencia ante las nuevas leyes que ha dictado nuestro gobierno. Lejos de ser héroes, como los objetores a la “mili”, son vistos casi como sujetos subversivos, intolerantes e insensibles, por defender la vida, la familia, el matrimonio, en definitiva, los pilares de nuestra sociedad. ¿Cómo es posible que se dé un hecho tan contradictorio?

Esta situación delata una peligrosa degradación de la ley. ¿Qué valores subyacen tras las últimas leyes aprobadas por nuestro gobierno? ¿Qué concepto del ser humano, de la familia, del matrimonio, de la vida, hay detrás de dichas leyes? ¿Son realmente leyes humanizadoras y favorecedoras del bien común? ¿O acaso son reafirmaciones del poder de determinados grupos? ¿Existen intereses económicos concretos detrás de esas leyes? ¿Tal vez están motivadas por resentimientos de tipo religioso, familiar o psicológico? Si éstas son las bases que motivan la implantación de una ley, estamos asistiendo a una grave perversión de la legislación. Cuando un ciudadano, en aras a defender la vida de un ser humano, debe objetar por motivos de conciencia ante una ley, y es mal visto por sus compañeros o por la sociedad, la situación es muy grave. Se llega a dar el caso de que, por defender los derechos humanos más elementales, esa persona pueda llegar a ser acusada de atacar la ley y los intereses de la sociedad. Esto es más que pervertir la ley: es utilizarla y matar su esencia como instrumento de servicio y de defensa del ser humano. Y lo más aberrante es hacerlo empleando argumentos pretendidamente solidarios, humanitarios y sociales.


Ética y conciencia

Hay aspectos de la vida que escapan a la realidad de la ley. Existe una ética universal, presente en todas las culturas y religiones, que precede a las leyes. La conciencia humana es previa a la ley y reconoce esta ética. Las leyes no pueden aniquilarla. La vida seguirá teniendo valor, aunque las mismas leyes la degraden. Los grandes valores humanos permanecerán, aunque las leyes los pisoteen o manipulen. No debería nunca permitirse que la legislación ignorara estas realidades o quisiera manejarlas a su antojo.

Algunos autores hablan de la judicialización de la sociedad. ¿Acaso estamos perdiendo nuestros valores y principios, que necesitamos leyes para regular todos los aspectos de nuestra vida? ¿Es necesario legislar sobre el amor? ¿Tanto ha fracasado la educación y la ética en nuestra sociedad, que la ley nos tiene que enseñar a vivir? Tal vez la raíz del problema sea la pérdida de referentes morales y trascendentes. San Pablo lo explica magistralmente en sus cartas, cuando habla de la estricta ley judía y la ley liberadora del evangelio, que se resume en esta que frase muchos calificarían de revolucionaria: la ley es el amor. Son palabras que, aún hoy, se anticipan años luz a nuestro tiempo. Las leyes humanas, explica San Pablo, son dictadas para favorecer una convivencia pacífica. Jesús precisa más: “por la dureza del corazón humano” se han tenido que dictar las leyes, para evitar que unos dañen a otros. Pero si la persona tiene unos claros valores humanos y solidarios, su propia conciencia le dicta exactamente qué es lícito y qué no, y sabe hasta dónde llega su libertad y dónde comienza el respeto hacia el otro. En una sociedad con sólidos valores humanos, no sería necesario legislar tantos aspectos de la vida.


¿Se cuenta con la opinión pública?

Quisiera interpelar a los políticos y a los jueces que se plantearan muy a fondo cómo llevar a la práctica el poder legislativo. De la misma manera que el poder ejecutivo surge de la voluntad popular, el legislativo no debiera ejercerse sin contar con la opinión de la ciudadanía y el consejo y asesoramiento de expertos en todos los campos y de todas las corrientes de pensamiento, y no sólo los afines al gobierno. Hay leyes, especialmente en el campo de la bioética y la medicina, que requieren de asesoramiento científico riguroso y neutral. La desinformación que se está dando a los ciudadanos en estos temas es flagrante, y se está jugando con la esperanza y las preocupaciones en materia de salud de muchas personas. Muchas leyes, desgraciadamente, sólo se explican porque hay importantes intereses económicos detrás, entre ellas, la última ley sobre reproducción asistida y manipulación genética de los embriones. Evidentemente, la realidad que puede ocultarse tras ellas es tan sórdida que no puede explicarse a la opinión pública, de ahí que se disfrace con tintes humanitarios y seudoreligiosos, ofreciendo esperanza a muchas personas que sufren enfermedades o graves problemas de salud.

Si se pierde la conciencia ética, la ley se convierte en la nueva religión. Y se trata de una religión autoritaria, arbitraria y modeladora de conciencias, tan manipuladora y sutil como cualquier otro fundamentalismo. La ley se convierte en la propaganda política del régimen de turno y de la ideología que se quiere imponer. Una ideología que no necesariamente es liberadora, sino que conduce a los ciudadanos a actuar en función de los intereses de quienes detentan el poder.

Si para aprobar un documento político, como un estatuto de autonomía, el gobierno pide consenso, ¿cómo no va a pedirlo para aprobar una ley que afecta la vida humana y la estabilidad social de todo el país? Si no hay acuerdo, la ley debería cuestionarse o no aprobarse, sencillamente.


El fundamento: crecer en valores

Quisiera acabar con una frase de Dwight Eisenhower, que puede aplicarse a todos los ámbitos de la vida: El pueblo que valora sus privilegios por delante de sus principios acaba perdiendo ambos.

Un país que reclama derechos sin tener claros sus valores navega sin norte y está abocado al fracaso. Alguien lo llevará por donde quiera, y los ciudadanos acabarán perdiendo no sólo su conciencia, sino también la libertad y el bienestar que reclaman.

La esperanza existe. Está en la educación del potencial humano de cada persona como ciudadano libre, responsable y solidario ante los demás. Y esta educación comienza y acaba en la familia.

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