Entre todos los dones que el hombre recibe de Dios se encuentra un regalo especialmente importante: el tiempo. Para los seres humanos, el tiempo equivale a nuestra vida: es el segmento que va desde nuestro nacimiento hasta la muerte.
La virtud del tiempo es la que nos hace capaces de vivirlo, planearlo y aprovecharlo al máximo. Lejos de angustiarnos por su pérdida, de querer comprimirlo o de dejarlo pasar inconscientemente, esta virtud nos hace ser señores del tiempo y nos enseña a paladearlo para vivir intensamente todos los instantes de nuestra vida.
Para adoptar una actitud serena y positiva ante el tiempo, hemos de ser conscientes que el tiempo, como la vida, es un regalo de Dios. Es algo que no nos damos a nosotros mismos, pero que poseemos. El tiempo es la última cosa que dejamos de tener. Cuando no tenemos nada, aún nos queda este tesoro: nuestro tiempo, nuestra vida.
Como regalo gratuito que hemos recibido, la manera segura de no perderlo es dedicar nuestro tiempo al servicio de las personas.
A menudo nos angustiamos ante el paso del tiempo, que a veces se nos antoja acelerado. Entonces nos invade el temor de no poder abarcarlo todo y de no poder hacer todo cuanto deseamos hacer. Los expertos dicen que es bueno proponerse tres cosas importantes cada día. Ni más, ni menos. Alcanzadas estas metas, el tiempo sobrante será gratuito y lo podremos dedicar a otras actividades.
Tratar el tiempo con virtud
¿Cómo podemos organizar nuestro tiempo? Varias claves nos pueden ayudar para que nuestra vida sea plena y sepamos aprovechar, sin perderlo y disfrutándolo, cada instante de nuestro tiempo.
En primer lugar, hemos de saber priorizar las cosas que realmente son importantes para nosotros y las que nos acercan a nuestras metas u objetivos en la vida. No podemos hacerlo todo, hagamos nuestra escala de valores y dediquemos más tiempo a aquello que está más alto en esta escala.
Pongamos amor en el trabajo que hacemos. Con amor el tiempo cunde y el trabajo da frutos.
Saborear las cosas que hacemos nos permitirá disfrutar de la actividad, paladear el tiempo y hacer que nuestro trabajo sea fecundo.
Dedicar a diario tiempo para Dios. No dejemos de buscar espacios de intimidad y silencio para encontrarnos a solas ante el Creador. Él rescata nuestro tiempo y nos ayuda a poner orden en nuestra vida.
Dedicar el tiempo justo y necesario para nuestro trabajo.
Dedicar tiempo para el descanso. No debemos escatimar horas al sueño. Dormir no es perder el tiempo. Descansar es necesario y nos permitirá volver a la actividad con energías renovadas y mejor estado de ánimo.
Dedicar tiempo para la familia. Jamás olvidemos que, antes que nuestro trabajo y nuestros compromisos, están los seres queridos que viven con nosotros. Dedicarles un tiempo para la convivencia debe ser una prioridad.
Si ordenamos nuestro tiempo y ofrecemos a Dios todo nuestro trabajo, nuestra vida tendrá un sentido más pleno. Jesús dedicó toda su vida a hacer el bien. Su tiempo era totalmente para Dios. Incansable en su caminar por los senderos de su tierra, en su predicación, en su atención a las gentes, jamás dejó de tener sus espacios de oración a solas con Dios, ni su tiempo de descanso y retiro con sus discípulos. En apenas tres años, su obra ha dado un fruto que continúa expandiéndose, dos mil años después.
Cada cristiano está llamado a recrear el mundo. Trabajar pensando que podemos crear cielo a nuestro alrededor, haciendo un poco más felices a los demás, da una dimensión nueva y enriquecedora a nuestro tiempo.