domingo, julio 03, 2005

De la "tele-basura" a una televisión con valores

Haciendo un recorrido por los canales televisivos, tanto públicos como privados, vemos que proliferan cada vez más los programas llamados de "tele-basura". Esta denominación, paralela a la de "comida-basura", sugiere algunas características de esta programación: un atractivo fácil, consumido por sectores masivos de la población, con alicientes motivadores: ganancias fáciles, distracción, evasión, poca calidad y nula densidad en contenidos, gusto por lo "kitsch", lo ordinario e incluso lo grosero... Además, se establece entre las diferentes cadenas una feroz competencia, una guerra por lograr la máxima audiencia que busca el lucro por encima de cualquier contenido ético.

Ante esta realidad, surge la pregunta: ¿es esto lo que queremos? ¿La tele da lo que pide la audiencia? ¿O es el público el que engulle y acepta, sin más, lo que le echan? ¿Están las grandes cadenas formando y manipulando nuestro gusto? Y aún más allá de estas cuestiones, aparecen otras: ¿Realmente necesitamos esto? ¿Es la tele un paliativo o una terapia para cubrir nuestras frustraciones o sueños inalcanzables?

Es indudable que la televisión es un negocio. Y puede ser un negocio honrado, como muchos otros. Pero, por sus características -es un servicio gratuito que llega a la práctica totalidad de los ciudadanos- debería regirse por unos principios éticos, de la misma manera que se intenta velar porque los servicios públicos sanitarios, de tráfico, de enseñanza, tengan calidad y estén realmente al servicio del ciudadano.

Sin rechazar la vertiente económica y de rentabilidad del negocio, los empresarios de las cadenas televisivas no deberían olvidar que su cliente es un ser humano al que hay que respetar y considerar en todas sus dimensiones: no sólo la lúdica o la económica, sino la dimensión psicológica, familiar, profesional, espiritual... La televisión no puede permanecer al margen de los valores humanos.

Estamos en contra de la droga, del alcohol, de la velocidad excesiva... ¿Nos hemos planteado que la televisión puede ser también una droga nociva? Un reciente estudio, finalizado en los Estados Unidos, revela que los jóvenes que han visto televisión durante su infancia más de dos horas al día son más proclives a la agresividad y a la violencia que los que ven menos televisión. Los expertos concluyen diciendo que un niño no debería ver la televisión más de dos o tres horas ¡a la semana!, y vigilando los contenidos de la programación que ve.

Los adultos no somos menos vulnerables que los niños. Cuántas veces utilizamos la televisión para correr una cortina sobre nuestros problemas o para huir de situaciones incómodas que no tenemos el valor de afrontar. Si todo el tiempo que utilizamos en ver la televisión lo invirtiéramos en otra cosa, tal vez no nos faltaría tiempo para disfrutar de otros aspectos de la vida: adquirir cultura, descansar, disfrutar de la buena compañía, relacionarnos con nuestra familia o con nuestros amigos, viajar, pasear, leer, enriquecer nuestro espíritu... hacer aquello que siempre demoramos por falta de tiempo y que puede añadir calidad a nuestra vida.

No se trata de satanizar la televisión, pero sí de ponerla en su sitio y darle el valor que tiene. Los educadores, maestros, madres y padres de familia tenemos una gran labor por delante, para educar a los menores y para concienciar a los medios de comunicación a ponerse al servicio de la cultura y la educación humana, y también del ocio, pero de un ocio sano, que nunca puede substituir el ocio real de un encuentro cordial con los demás.

Cada vez hay más personas -médicos, psicólogos, sociólogos, pedagogos y asociaciones de consumidores- conscientes de la necesidad de replantear los contenidos de los medios. Estamos ante los principios de una nueva revolución de los medios de comunicación que habrá de tener en cuenta la persona por encima de todo, no como objeto de consumo, sino como sujeto ético y con valores. Sólo así los medios favorecerán un equilibrio social.

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