sábado, mayo 07, 2005

Deportividad en la política

Las elecciones celebradas en los últimos tiempos en nuestro país nos muestran cifras de participación alarmantemente bajas. En un país que ha vivido cuarenta años de dictadura, apenas la mitad de la población acude a las urnas a ejercer un derecho que tanto ha costado ganar. Un político con ética no puede contentarse con gobernar un país con el respaldo de una minoría de sus habitantes. La baja participación demuestra la derrota de todos los políticos, que no han conseguido entusiasmar a la ciudadanía. Frente al desencanto de la sociedad ante el mundo político, surge la pregunta: ¿cómo devolver a los ciudadanos la ilusión por la participación pública y recuperar su confianza?

Ya no tiene sentido disputar por ideas “de derechas o de izquierdas”. Existen en nuestro país, en lugares muy dispersos de nuestra geografía, alcaldesas y alcaldes extraordinarios que han sabido elevar la calidad de vida de sus poblaciones y defender la justicia social siendo de partidos muy diversos. Todos ellos coinciden en lo principal: el deseo de servir al ciudadano valorando su dignidad y bienestar por encima de ideologías y disciplinas de partido.

Otro aspecto que desprestigia la clase política es el lamentable espectáculo de disputas, corrupción y tramas que de tanto en tanto salen a la luz. ¿Dónde está la ilusión de los primeros años de democracia? ¿Dónde fue el entusiasmo de tantas personas, que se lanzaban a la calle y trabajaban por su país, casi sin cobrar, dando horas y esfuerzo por un proyecto de libertad y de justicia social? Muchos de éstos se sientan ahora en cómodos sillones, dedicando sus esfuerzos a mantener su puesto y su cuota de poder. Juegan a pelearse con sus oponentes, pero bajo mano intercambian favores y pactos de intereses. La política se ha convertido en un circo. Basta seguir, día a día, el “culebrón” que nos ofrecen, digno de las productoras de telenovelas americanas. Los ciudadanos no queremos esto. Ya no nos basta el “pan y circo”. Este circo da pena, y el pan está amenazado. Somos una sociedad madura, sabemos pensar y organizarnos por nuestra cuenta. Pedimos más de los políticos.

Cuando un gobernante se levanta por la mañana, ¿se mira al espejo y se pregunta: “¿Qué voy a hacer hoy por mis conciudadanos?, ¿Me mueve realmente un deseo de servicio?”Este examen de conciencia podría llevarlo a elevar un mea culpa y a replantearse su actuación. Hay circunstancias sociales que claman por si solas: el paro, la inmigración, la crisis de valores y de la educación, las mujeres discriminadas, la insensibilidad de muchas empresas ante la realidad social, la incompetencia de muchos servicios públicos, la corrupción... Los dirigentes no pueden permitir que sea la oposición quien destape tantos desacatos. O aún peor, fingir que disputan ante las cámaras, y detrás del telón, aliarse y cubrirse los escándalos mutuamente.

Todo esto acaba minando la confianza de los ciudadanos. El resultado salta a la vista: la mitad de nuestro país no cree en los políticos. Es un síntoma gravísimo de enfermedad de nuestra democracia.

El mundo político podría tomar buenos ejemplos del mundo empresarial y deportivo. Una empresa realiza una planificación estratégica que previamente ha comunicado y trabajado con todos los empleados. ¿Por qué un ayuntamiento no puede plantearse una planificación similar, contando con la participación de sus ciudadanos? Tenemos ejemplos de alcaldes que ya están potenciando foros ciudadanos con voz y voto para decidir entre todos el futuro de su ciudad. Un buen vendedor mira las necesidades de su cliente y responde a éstas, sin imponer a priori un producto. Un buen alcalde no impone sus ideas, sino que escucha las necesidades de su ciudad y a partir de ellas propone su programa y lo lleva a la práctica.

Al igual que en las empresas hay un consejo de administración, en nuestras ciudades debería existir algún consejo que controlara la gestión política y asesorara a los gobernantes. Debería estar formado por ciudadanos íntegros, de procedencia política y cultural diversa, y totalmente imparciales y honestos. Estos ciudadanos deberían ser valientes para proponer, denunciar y corregir situaciones abusivas que perjudican a los ciudadanos. Antiguamente estas personas eran llamados los “hombres justos”, o los “hombres de paz” y eran designados, no por el poder establecido, sino por el reconocimiento unánime de sus vecinos.

Un gran ejemplo para el mundo político es el espíritu deportivo: el juego limpio, el respeto y la estima hacia los contrincantes. ¿Cuántos políticos dedican elogios y defienden a sus oponentes ante los medios? ¿Cuántos renuncian a criticar a la oposición como estrategia electoral? ¿Cuántos se centran en su programa, explicándolo con detalles concretos? ¿Cuántos no se recrean en su victoria, viviendo de su triunfo electoral durante meses?

Como ciudadano, apasionado por la vida social y pública de la ciudad, quiero creer en la política, y quiero creer que la democracia puede sanarse y puede salir fortalecida de esta crisis. Sólo pido a nuestros gobernantes y políticos un sano ejercicio de reflexión y de humildad y que nos escuchen, de verdad, a los ciudadanos.

1 comentario:

Montse de Paz dijo...

Muy certero y actual. Ojalá lo leyeran muchos políticos.