domingo, diciembre 10, 2006

Los jóvenes y el futuro de la democracia

Uno de los fenómenos sociales que está preocupando más en los últimos años es todo el conjunto de problemas que se dan entre la juventud. Los jóvenes siempre han sido un colectivo tachado de rebelde y conflictivo, no ahora, sino desde los albores de la historia. Un adolescente es una persona en fase de crecimiento y de maduración de su personalidad, y por este motivo su rebeldía y los ajustes, a menudo dramáticos, que deben producirse durante esa etapa de su vida no deben sorprendernos ni alarmarnos. Pero realidades como la violencia, la escalada geométrica de los trastornos psicológicos, la desestructuración familiar, el fracaso escolar y las adicciones a edades cada vez más tempranas requieren de una profunda reflexión que lleve a tomar medidas desde todas las instancias sociales.

He aquí algunas ideas y propuestas que podrían contribuir a mejorar estas situaciones

Educar afectivamente

Desde hace unas décadas se viene insistiendo en la importancia de la llamada educación emocional o de los sentimientos. Los agentes educativos de los jóvenes -comenzando por los padres, e incluyendo a los maestros y profesores- tienen un papel fundamental en la educación afectiva y sexual de los niños y adolescentes. Esta no puede darse sin un diálogo interpersonal, respetuoso y atento. Sobre estas premisas: diálogo y educación de los sentimientos y las relaciones, puede establecerse una armonía intergeneracional y favorecerse un crecimiento más sano y equilibrado de los jóvenes. No olvidemos que, previa a la escuela, esta educación se da fundamentalmente en la familia.

Explorar el potencial de cada cual

Otros dos aspectos muy interesantes a desarrollar en los niños son su potencial lúdico, a través del deporte y los juegos, así como sus capacidades artísticas, ya sea para la pintura, la música, la expresión corporal... Finalmente, una educación apoyada en una buena práctica, y en contacto con la realidad, permitirá que el niño se adentre en las ciencias y pueda comprender y formular, desde las experiencias concretas, un pensamiento abstracto.

La educación, como ya señalaron destacados pedagogos, debe fundamentarse en la realidad y en la experiencia. Esto puede desvelar en los niños el gusto por el estudio y por determinadas materias, y les puede permitir descubrir, con los años, su vocación y sus preferencias.

Educar en valores

La educación debe complementarse fomentando el sentido de la solidaridad y el amor. De este modo, el niño aprenderá a superar poco a poco sus tendencias individualistas y egocéntricas y estará preparado, en su día, para formar parte de una sociedad democrática y sentirse persona incluida y activa dentro de su comunidad, responsable ante sus conciudadanos.

La preservación de los estados democráticos requerirá una honda insistencia en la educación de los más jóvenes, para que éstos aprendan aquellos valores que han hecho posible consolidarlos y no sólo esto, sino que puedan, en su día, renovar la democracia e impedir que muera, anquilosada y enrarecida. Hoy día vemos cómo la desconfianza creciente de los ciudadanos hacia los políticos, la inseguridad, la corrupción y el desencanto amenazan con convertir las democracias en disfraces de una sutil dictadura de mayorías muy relativas, que sólo representan a una fracción muy concreta de la población. La falta de educación de las generaciones de futuros adultos puede agravar esta situación.

La historia, sin resentimientos

Una buena educación en valores y la comprensión justa e imparcial de la historia puede contribuir a fortalecer la democracia. En estos días, en que se habla tanto de la memoria histórica, conviene recordar que gracias a todo cuanto ha sucedido en el pasado, los presentes existimos y estamos aquí. Si la historia hubiera sido diferente, posiblemente la mayoría de cuantos vivimos ahora no existiríamos. Habrían nacido otros seres humanos sobre la tierra, pero nunca hubiéramos sido nosotros. En la enseñanza de la historia conviene no culpabilizar a los presentes de los errores del pasado, ni tampoco asumir culpas que no cometimos. No podemos recriminarnos nada de cuanto hicieron nuestros antecesores. Enseñar la historia sin resentimientos es clave para formar generaciones auténticamente democráticas y creativas. Liberados de culpa, podemos mirar hacia adelante y construir un presente y un futuro sobre una base de reconciliación. La historia debe alentarnos a no repetir los errores del pasado y, en cambio, animarnos a construir, humildemente, un mundo más aceptable que respete a todos los individuos y a todos los grupos sociales, con sus diversas formas de pensar, vivir y expresarse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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