domingo, febrero 12, 2006

¿Escuchan los políticos a los ciudadanos?

¿Con quién dialogan los políticos?

Muchas veces asistimos a diferentes debates sobre cuestiones que afectan al equilibrio de la vida política, como el del estatut u otras leyes. Hay un trabajo maratoniano para llegar al consenso entre políticos. Se llega incluso a acuerdos forzosos con el fin de mantener cuotas de poder, bajo discursos como el amor a la patria, la lucha por una mejor educación, los valores de la democracia, la libertad y otros.

No sucede lo mismo cuando el político tiene que hablar con la sociedad civil. La interlocución con la ciudadanía no es fluida como lo es entre los grupos políticos. La sociedad es muy plural y a la clase política se le hace difícil dialogar con la diversidad ideológica, especialmente cuando un sector de los ciudadanos no comparte su mismo discurso. Nos estamos refiriendo a la capacidad de escuchar de nuestros gobernantes.

¿Por qué cuesta tan poco llegar a un consenso entre partidos, que incluso llegan a pactar con la oposición, y en cambio es tan difícil llegar a un acuerdo con otros grupos de opinión surgidos de la iniciativa civil?

Bajar del pedestal a la calle

No todo se puede solucionar desde el Parlamento y las instancias gubernamentales. El estado no puede regir todos los aspectos de la vida ciudadana. Los gobernantes deben bajar de su púlpito y de su escenario político para aterrizar en la calle y hablar con sus conciudadanos. Una buena parte de nuestra sociedad no vota, pero los gobernantes elegidos lo son de todos, incluso de los que no les han apoyado electoralmente. Un buen gobernante con criterio ético también debe velar por los intereses de esta parte de la población. Como mínimo, debería escucharla.

Muchos problemas tendrían solución si se abordaran, no sólo desde los sillones de un despacho, sino a pie de calle, hablando con la gente y escuchando sus inquietudes. En nuestro país se da una gran riqueza asociativa de tendencias muy variadas. El mundo asociativo tiene su opinión, fundamentada la mayoría de las veces en la experiencia real, sobre muchos temas que afectan a millones de ciudadanos. ¿Por qué el gobierno no los escucha más? ¿Tienen miedo nuestros representantes a bajarse del pedestal y a descender a la cruda realidad? Desde arriba no siempre se perciben las cosas en su justa perspectiva, es preciso descender para contemplarlas desde un plano horizontal. La capacidad de diálogo de un gobierno no puede medirse sólo por su habilidad para negociar con la oposición, sino por su capacidad de escucha y de atención a los movimientos de la sociedad civil. Porque, a veces, los políticos priorizan temas que no responden a las verdaderas y más profundas preocupaciones de sus ciudadanos. Lo que se nos anuncia desde los grandes medios de comunicación o desde las arenas políticas no siempre coincide con las auténticas inquietudes de la gente.

No se puede frivolizar con las leyes

Pongamos por caso el tema de la educación. Se polemiza sobre ella y se utiliza como arma política entre partidos y, en cambio, se ignora la voz de miles de padres, maestros, educadores, movimientos de familias, universidades, instituciones e intelectuales de talla que son los que realmente tienen algo que decir en este ámbito. No se deberían hacer leyes motivadas por argumentos políticos o defensores de ciertas ideologías, sino fundamentadas por sólidos estudios contrastados y realizados por expertos competentes en la materia, y también en respuesta a una demanda justificada.

Sería interesante examinar la oportunidad de muchas leyes promulgadas, sometiéndolas a referéndum popular, para detectar si realmente la sociedad aprueba lo acordado por los políticos o está realmente interesada en esos temas. No se puede frivolizar sobre temas tan transcendentales como la educación empleando las leyes como instrumentos de poder.

Lecciones de historia

La historia nos enseña con ejemplos ilustrativos. En la República de Roma, un régimen un tanto similar –salvando las distancias –a nuestras democracias de hoy, se daban pugnas políticas que recuerdan vivamente nuestro panorama contemporáneo. Las leyes iban y venían al criterio de los senadores que detentaban el poder en un momento dado. Por supuesto, todo se votaba, como hoy. ¿Cuál fue el fin de la república romana? Todos lo sabemos. Después de un periodo de expansión exterior y al mismo tiempo de inestabilidad interior, acabó con los célebres triunviratos y, finalmente, con el Imperio, una forma solapada de gobierno autoritario y concentrado en unas pocas familias.

Sirva este ejemplo para alertar a nuestras modernas sociedades occidentales. Si nuestros políticos no escuchan al pueblo, acabaremos viviendo bajo una dictadura disfrazada con tintes democráticos que utilizará el lenguaje de la libertad y los valores humanos para encubrir la feroz ambición propia de una casta política sin conciencia.

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