miércoles, junio 14, 2006

La sabiduría pasa entre generaciones

Nuestras raíces

El crecimiento de la población anciana está aumentando a ritmo acelerado. En 20 años, la mitad de la población europea puede situarse por encima de los 60 años. Por tanto, nos hallamos ante un grupo de personas con un gran peso en la sociedad. Deberán buscarse formas para canalizar el enorme potencial de esta edad que constituye, en sí misma, un periodo prolongado y profundamente sorprendente.

A lo largo de la historia, los ancianos han aportado una gran riqueza a la familia y a la sociedad, con la experiencia del transcurso de su vida. Su incidencia ha favorecido la evolución de muchas culturas. Por este motivo muchos pueblos los tratan con profunda veneración. Los ancianos han sabido sacrificarse, más que cualquier otro grupo social. Han luchado, han trabajado, han producido, han amado y nos han engendrado. El bienestar del que hoy muchos disfrutamos es el resultado de su renuncia y su trabajo. Se han dado a sí mismos y han hecho posible nuestro presente. Sin ellos, no existiríamos. Siempre será poco cuanto podamos hacer por ellos, por su bien y su felicidad, en los años que les quedan de vida, para agradecer lo mucho que nos han dado a las nuevas generaciones.

Un caudal creativo sorprendente

Es un deber ético fomentar el impulso dinámico y creativo de los ancianos y orientarlos al servicio de su bien propio y de su comunidad. Ésta debe apreciar ese vino añejo y jovial, caudal de energía fecunda que, pese a sus arrugas, y aunque su rostro asemeje un árido desierto, puede esconder en el subsuelo de su inteligencia y de su corazón. Hemos de reconocer las aportaciones que se derivan de su experiencia, aunque no tengan la misma capacidad productiva que otros grupos humanos.

Los jóvenes necesitan aprender de ellos

Los viejos enseñan a los jóvenes a vivir su adultez y sus límites, pues un joven es un anciano en potencia. Y a todos nos enseñan a vivir con paz y serenidad, dando con alegría los primeros pasos hacia nuestra madurez y vejez. En una sociedad que valora excesivamente de la juventud, el joven ha de ser cauteloso para que esta misma sociedad no lo convierta en un competidor entre las masas, en una persona insatisfecha y sin escrúpulos, arrojada al vacío de una existencia sin sentido.

Ese culto exagerado a la juventud contrasta con una gran ignorancia acerca de la ancianidad, que es tachada como una época inservible. Ojalá los jóvenes sepan discernir con buen criterio su futuro, sin caer en la trampa del poder, de los falsos mesianismos y las débiles utopías. Que sepan dialogar con las generaciones que los preceden y ver su porvenir con mayor perspectiva. Que nadie encadene su libertad.