domingo, febrero 26, 2006

La democracia madura

Rescatar el sentido genuino de la democracia

La evolución histórica, en sus vaivenes sociales, ha ido configurando nuevas formas de convivencia humana. Ya los filósofos de la antigua Grecia afirmaban la necesidad de organizar la polis de una manera determinada. Llamaron a esta ciencia política.

Hoy, lejos de esta apreciación filosófica, la política ha caído en la espiral de una tenaz lucha ideológica por la consecución del poder. La afirmación del poder ideológico como abstracción se convierte en instrumento de una enfermedad muy propia de la especie humana, la ambición insaciable y el deseo incontrolado de mandar. Desde la psicología se han realizado estudios muy interesantes sobre esta cuestión, que darían pie a redactar otros artículos.

Las promesas mesiánicas de los políticos, que ofrecen nuevas alternativas a los problemas sociales, a menudo no son otra cosa que demagogia movida por la falacia del poder. Por ello, muchas personas se sienten desencantadas y optan por ignorar el mundo de la política o por abandonar una participación más activa en la vida de sus comunidades.

¿Cómo recuperar el sentido etimológico de la palabra política, lejos de las manipulaciones personales y de los colectivos sociales, para que llegue responder a las inquietudes del hombre? ¿Cómo conseguir que vuelva a favorecer una proyección social del ciudadano, basada en una auténtica solidaridad?

Vivimos una era de cambios

En el mapa político de Europa, vemos cómo las sociedades occidentales han ido caminando hacia esta madurez que necesita toda estructura política, pero aún quedan pasos de gigante para llegar a materializar la esencia de la democracia.

En muchos países han muerto las ideologías que sostenían una forma política que anulaba la libertad de las personas. Hemos asistido a la caída del comunismo como estructura ideológica y como alternativa social y económica. Este acontecimiento histórico que ha incidido de manera trascendental en nuestro mundo nos sitúa ante nuevos retos, no sólo a los países del Este, sino al resto de Europa.

¿Hacia dónde caminamos? ¿Qué nuevas leyes históricas rigen la sociedad de hoy? Desde hace unos años, nos encontramos en el nacimiento de una nueva configuración social y política que, paulatinamente, está afectando a todo el planeta. Este proceso de evolución está provocando tensiones ideológicas que enfrentan a aquellos que viven sumergidos en la lucha por el poder. El precio de estos conflictos, sin embargo, lo están pagando millones de ciudadanos que contemplan, desconcertados, cómo la clase política debate sobre cuestiones superficiales que no abordan las preocupaciones reales de las gentes.

Pensar y vivir de acuerdo con unos valores

Sería deseable reencontrar el sentido auténtico de la democracia y que ésta fuera penetrando en nuestra mentalidad, configurando una nueva ética política basada en la auténtica libertad personal y social.
Un paso adelante y necesario es permitir que las personas no solamente puedan pensar como quieran, sino también vivir como piensan, responsablemente. Esta es la madurez de la democracia. En este sistema, las personas no serán manipuladas con un voto con el cual reforzar ideologías que encubren ambiciones, sino sujetos con capacidad de diálogo y de decisión en los asuntos sociales y políticos. Cuando la política llegue a contemplar el presente real de cada persona y su libertad inalienable para vivir acorde con sus valores, habrá llegado a su plenitud. Entonces será llamada democracia en libertad.

domingo, febrero 12, 2006

¿Escuchan los políticos a los ciudadanos?

¿Con quién dialogan los políticos?

Muchas veces asistimos a diferentes debates sobre cuestiones que afectan al equilibrio de la vida política, como el del estatut u otras leyes. Hay un trabajo maratoniano para llegar al consenso entre políticos. Se llega incluso a acuerdos forzosos con el fin de mantener cuotas de poder, bajo discursos como el amor a la patria, la lucha por una mejor educación, los valores de la democracia, la libertad y otros.

No sucede lo mismo cuando el político tiene que hablar con la sociedad civil. La interlocución con la ciudadanía no es fluida como lo es entre los grupos políticos. La sociedad es muy plural y a la clase política se le hace difícil dialogar con la diversidad ideológica, especialmente cuando un sector de los ciudadanos no comparte su mismo discurso. Nos estamos refiriendo a la capacidad de escuchar de nuestros gobernantes.

¿Por qué cuesta tan poco llegar a un consenso entre partidos, que incluso llegan a pactar con la oposición, y en cambio es tan difícil llegar a un acuerdo con otros grupos de opinión surgidos de la iniciativa civil?

Bajar del pedestal a la calle

No todo se puede solucionar desde el Parlamento y las instancias gubernamentales. El estado no puede regir todos los aspectos de la vida ciudadana. Los gobernantes deben bajar de su púlpito y de su escenario político para aterrizar en la calle y hablar con sus conciudadanos. Una buena parte de nuestra sociedad no vota, pero los gobernantes elegidos lo son de todos, incluso de los que no les han apoyado electoralmente. Un buen gobernante con criterio ético también debe velar por los intereses de esta parte de la población. Como mínimo, debería escucharla.

Muchos problemas tendrían solución si se abordaran, no sólo desde los sillones de un despacho, sino a pie de calle, hablando con la gente y escuchando sus inquietudes. En nuestro país se da una gran riqueza asociativa de tendencias muy variadas. El mundo asociativo tiene su opinión, fundamentada la mayoría de las veces en la experiencia real, sobre muchos temas que afectan a millones de ciudadanos. ¿Por qué el gobierno no los escucha más? ¿Tienen miedo nuestros representantes a bajarse del pedestal y a descender a la cruda realidad? Desde arriba no siempre se perciben las cosas en su justa perspectiva, es preciso descender para contemplarlas desde un plano horizontal. La capacidad de diálogo de un gobierno no puede medirse sólo por su habilidad para negociar con la oposición, sino por su capacidad de escucha y de atención a los movimientos de la sociedad civil. Porque, a veces, los políticos priorizan temas que no responden a las verdaderas y más profundas preocupaciones de sus ciudadanos. Lo que se nos anuncia desde los grandes medios de comunicación o desde las arenas políticas no siempre coincide con las auténticas inquietudes de la gente.

No se puede frivolizar con las leyes

Pongamos por caso el tema de la educación. Se polemiza sobre ella y se utiliza como arma política entre partidos y, en cambio, se ignora la voz de miles de padres, maestros, educadores, movimientos de familias, universidades, instituciones e intelectuales de talla que son los que realmente tienen algo que decir en este ámbito. No se deberían hacer leyes motivadas por argumentos políticos o defensores de ciertas ideologías, sino fundamentadas por sólidos estudios contrastados y realizados por expertos competentes en la materia, y también en respuesta a una demanda justificada.

Sería interesante examinar la oportunidad de muchas leyes promulgadas, sometiéndolas a referéndum popular, para detectar si realmente la sociedad aprueba lo acordado por los políticos o está realmente interesada en esos temas. No se puede frivolizar sobre temas tan transcendentales como la educación empleando las leyes como instrumentos de poder.

Lecciones de historia

La historia nos enseña con ejemplos ilustrativos. En la República de Roma, un régimen un tanto similar –salvando las distancias –a nuestras democracias de hoy, se daban pugnas políticas que recuerdan vivamente nuestro panorama contemporáneo. Las leyes iban y venían al criterio de los senadores que detentaban el poder en un momento dado. Por supuesto, todo se votaba, como hoy. ¿Cuál fue el fin de la república romana? Todos lo sabemos. Después de un periodo de expansión exterior y al mismo tiempo de inestabilidad interior, acabó con los célebres triunviratos y, finalmente, con el Imperio, una forma solapada de gobierno autoritario y concentrado en unas pocas familias.

Sirva este ejemplo para alertar a nuestras modernas sociedades occidentales. Si nuestros políticos no escuchan al pueblo, acabaremos viviendo bajo una dictadura disfrazada con tintes democráticos que utilizará el lenguaje de la libertad y los valores humanos para encubrir la feroz ambición propia de una casta política sin conciencia.