domingo, enero 29, 2006

Un salto necesario de la democracia

La fragilidad de la democracia

Democracia es una palabra que para muchos se ha convertido en un talismán, un conjuro que equivale a la solución para arreglar todos los problemas. Para otros, sometidos en algunos países a regímenes dictatoriales, es el objetivo anhelado, perseguido con ansia cuanto más difícil de alcanzar parece. Para muchos otros, es un faro en el horizonte que señala el buen puerto, el lugar hacia donde se debe llegar. Esta palabra llega a revestirse incluso de ribetes casi sagrados. Convertida en algo infalible pueden llegar a cometerse a su sombra grandes excesos, desde la caída en desgracia de sus propulsores hasta la vulneración de muchos derechos humanos. La democracia ha sido erigida como diosa, fruto del triunfo del estado de la razón. Una vez ensalzada, ha ido devorando a los hijos que ha engendrado en oleadas sucesivas y ha acabado dando a luz a imperios gigantescos movidos por la ambición de unos pocos: desde el napoleónico hasta las modernas superpotencias capitalistas.

A causa de esto, la democracia tal como es ahora, fruto de la del siglo pasado, está herida. Sí, vuela con muchos balazos en las alas y es urgente que sea reparada para que pueda levantar el vuelo hacia la amplia libertad que le corresponde.


Una dictadura sutil

La democracia no debería encubrir dictaduras sutiles, como las establecidas por el confuso concepto de “mayoría”. ¿Por qué quienes salen elegidos en unos comicios, supuestamente correctos, que consiguen una mayoría más o menos relativa, han de someter a toda una nación a unas normas sociales, económicas, culturales, etc., contrarias al parecer de muchos ciudadanos? ¿Por qué las democracias no pueden articular un pluralismo, no sólo de pensamiento, sino también de realización práctica?


Vivir acorde con sus valores: derecho inalienable del ser humano

Las personas y los diferentes cuerpos sociales no sólo tienen derecho a pensar y a expresar aquello que honradamente creen en conciencia, sino que también –y sobre todo –tienen el derecho a vivir coherentemente con aquellos valores en que creen. Cada grupo debería tener el suficiente espacio de libertad como para poder organizar su vida como desea y con los criterios que juzgue más convenientes para ellos, con un límite evidente: respetar siempre la manera propia de pensar y de vivir de los otros grupos y personas. Los humanos sólo tenemos una vida y tenemos el derecho –y el deber –de vivirla lo más plenamente posible.

Sólo desde este salto cualitativo la democracia podrá madurar y consolidarse. Dejará de esconder solapadas dictaduras, entre ellas, la más sutil de todas: la de las mayorías. Y se convertirá en una auténtica garante y defensora de la vida real y plena de todas las personas y grupos sociales.

viernes, enero 06, 2006

Una visión diferente de la fiesta de los Reyes Magos

La fiesta de los que buscan

La fiesta de hoy es la fiesta del encuentro del hombre con ese Dios humano que es Jesús Niño. Los magos eran sabios que buscaban el sentido del universo tras el conocimiento y la ciencia. Y en su búsqueda encuentran un bebé. La estrella que los guía sólo se detiene ante un niño.

Esta es la fiesta de todas aquellas personas, incluso no creyentes, que buscan insistentemente y no se rinden. Indagan para encontrar el sentido a la vida, y Dios lo revela en su plenitud. Es la búsqueda de Dios y también es la espera de Dios, que aguarda al hombre. Esta fiesta interpela a los científicos. Detrás de la hermosura del universo y de las fórmulas matemáticas se esconde nada menos que un niño pequeño. Descubren, al final, la humildad. Es un gran hallazgo: sin humildad, el horizonte de toda búsqueda nunca será claro.

En su búsqueda de la felicidad humana, los magos llegan hasta Dios, que es la fuente misma del amor. Una búsqueda que no vaya orientada a lo que hace feliz al ser humano, a su bien, a su servicio, será estéril o inútil. La ciencia debe estar al servicio del amor, del bien y de las personas. Cuántas veces idolatramos otras cosas, incluso a nosotros mismos. Es el Niño Dios a quien debemos dar culto, pues sólo él nos ayudará a encontrar lo que buscamos.

Los cristianos ya hemos encontrado la estrella, que ya ilumina la Iglesia. Es una estrella diferente: la del amor, la caridad. Hemos de ser estrella, foco, luz. Antes fuimos como los magos, buscamos y alguien –una madre, un catequista, un sacerdote... – nos guió hasta encontrarnos con Jesús. ¡Qué dicha más grande! Dios se hace vida y ahora se nos hace presente para siempre a través de la Eucaristía. La luz de Dios se convierte en alimento, en vida espiritual. Recemos por las gentes que buscan y no encuentran, errando por el camino, hundidas en el abismo existencial, intentando hallar un sentido a su vida. Nosotros tenemos la dicha de haberla encontrado.

El sentido cristiano del regalo

Los tres regalos de los magos a Jesús simbolizan diferentes aspectos de la vida humana. El oro es el valor del esfuerzo, del trabajo, de los bienes materiales. El incienso significa la vida espiritual, la proyección hacia el trascendente, hacia el infinito. La mirra, hierba aromática empleada para la curación, es signo de la salud, necesaria para el servicio, el amor y el bienestar. La salud y el cuidado del cuerpo y del espíritu también son un gesto de generosidad hacia los demás.

Pero el gran regalo de esta fiesta es Dios, que se nos da. Nosotros también hemos de convertirnos en regalos para los demás. Podemos regalar tantas cosas que son necesarias para vivir: desde saber escuchar, caricias, ternura, amistad, compañía...

La sociedad parece querer arrebatar el sentido religioso de esta fiesta. Las compras compulsivas y el ritmo que se impone en la calle nos arrastran. Ojalá muchos esfuerzos que se dedican a comprar regalos se gastaran en algo que valga la pena. Invirtamos en aquello que realmente hace feliz a la persona. En regalo expresa algo más que el simple objeto: es señal de cariño. Pero lo más importante no son las cabalgatas y los regalos, sino descubrir que nuestro tiempo también debe convertirse en un regalo para los demás. No perdamos el sentido religioso de esta fiesta. Estamos celebrando precisamente la humildad de Dios, que se hace niño. Celebramos su sencillez y sobriedad, la pobreza. En cambio, caemos en la vorágine y el culto consumista, que nos roban con un zarpazo el sentido de la fiesta.

El mejor regalo es dedicar tiempo a los que amamos: nuestra familia, nuestros amigos, nuestra comunidad... Se está paganizando una fiesta religiosa. No olvidemos que estamos celebrando que Dios entra en nuestra vida: esto es lo más importante.

domingo, enero 01, 2006

María, germen de la Iglesia

Una mujer, madre de Dios

La Iglesia dedica el primer día del año a María, Madre de Dios. Esta afirmación tiene profundas consecuencias teológicas. Una mujer es madre de Dios. La teología cristiana otorga un papel fundamental a la mujer.

María siempre está abierta. Es imagen de la humanidad que acoge a Dios en su historia. Con el sí abierto al plan de Dios, María se convierte en un paradigma de mujer nueva.

Afirmar que es Madre de Dios lleva implícita otra afirmación: María es Madre de todo el género humano. María es la nueva Eva. Su maternidad alcanza a los cristianos y a los no cristianos, creyentes o no creyentes. Por eso en ella, en su ser madre, está el germen de la Iglesia. La Iglesia nace con María.

María es el espejo en el que debería mirarse la Iglesia. ¿Cómo es María? María sabe escuchar, saborea el silencio, siempre está receptiva, sabe acoger, es contemplativa, es solidaria, sabe cantar y alabar a Dios. Esta debe ser la imagen de la Iglesia.

Una Iglesia más femenina

María es un puntal en la nueva evangelización. Ante una situación social de rechazo o de indiferencia en la que la propia Iglesia está en entredicho, ante muchas personas desorientadas que necesitan referencias, María arroja luz sobre lo que debe ser la función de la Iglesia en el mundo. La Iglesia, principalmente, ha de ser madre. Ha de ser cálida, acogedora, entrañable, comprensiva, consoladora, motivadora y aglutinadora, vínculo de unión entre las personas. La Iglesia necesita feminizarse y ser, como una madre, dulce, tierna, atenta a las necesidades de sus hijos, activa, valerosa y esperanzada. Ha de llevar la esperanza alegre de la mujer y su capacidad de alabanza al mundo.

La Iglesia somos todos los bautizados –no sólo la institución o la jerarquía eclesiástica. Por tanto, todos tenemos un germen de María en nuestro interior. Todos estamos llamados a acoger y a tener ese espíritu maternal hacia nuestro mundo, tan necesitado. Hemos de ser engendradores de alegría. Tenemos dentro a Dios, como María, y no podemos guardarnos ese tesoro dentro. Somos amados por Dios, pero muchos lo ignoran. Nuestra misión es salir afuera y proclamar esta buena noticia a los cuatro vientos. El mundo ha de oír nuestro Magníficat.